El idioma Trump
El idioma Trump
Jaime Bedoya

Quien visita Nueva York, emblemática ciudad que representa la oportunidad cosmopolita y diversa que brinda “la tierra de los libres y el hogar de los valientes”, gusta hacerse la foto de rigor registrando la propia insignificancia al lado de la Estatua de la Libertad. Lo cierto es que de cerca se ve más pequeña. Pero si se recorre su pedestal con atención, en uno de sus lados encontrará una placa con un poema que la hace más grande. Parte de él dice:

Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres. Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad. El desamparo desecho de vuestras rebosantes playas. Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí. ¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!

Es parte del soneto “El nuevo coloso” que la judía estadounidense Emma Lazarus escribió en 1883, a fin de contribuir a la subasta necesitada para construirle un pedestal al monumento que acogía, entre acero y cemento, al inmigrante.

Ciento treinta y tres años después, el neoyorquino ha sido elegido presidente de esa nación tras agreste campaña en la que insultó a 282 personas, lugares y cosas públicamente a través del Twitter (1) (otras ofensas fueron mediante discursos). Destinatarios principales de estos mensajes fueron mexicanos e inmigrantes en general, situación que debe haber pasado desapercibida para su esposa Melania, inmigrante yugoeslava nacionalizada norteamericana a los 36 años. Curiosamente, ella ha manifestado que su misión como primera dama será combatir el ‘bullying’ a través de las redes sociales, tarea que podría generarle inconvenientes conyugales.

Se estima –y se espera– que el Trump presidente se reposicione a una distancia saludable del Trump candidato. Los crédulos creen. El resto se prepara. Este incierto beneficio de la duda fue abordado en la primera entrevista que Trump dio a la CBS como candidato electo. Se le preguntó por las manifestaciones raciales en contra de latinos y negros luego de su victoria, a lo que Trump dijo que era algo que le daba “mucha pena”. Luego, mirando a la cámara y dirigiéndose a sus seguidores, dijo: “Deténganlo, ya”.

Tal vez sea un poco tarde. El insulto, tal como el agua derramada, se puede secar pero no recoger. La retórica divisoria y hostil de Trump penetró en el tejido social norteamericano aun antes de ser este elegido. Por eso ganó, pero ahora llega la cuenta. Trump, el apellido, hace meses que se ha convertido en grito de guerra y el Ku Klux Klan anuncia para diciembre un desfile en honor a su triunfo.

PROFESORES PREOCUPADOS

El primer evento al respecto documentado periodísticamente sucedió tan temprano como en marzo del 2016. Un inocente partido de básquetbol entre dos colegios vecinos en Indiana desencadenó los hechos. Uno de ellos, el Andrean High School, tenía un importante componente de estudiantes latinos. Atendiendo a ello, el equipo rival llevó como parte de su barra alusiones a “Dora, la exploradora” y a Consuela, la empleada de “Family Guy”, ambas fl anqueadas por un rostro gigante de Donald Trump. La arenga deportiva que acompañaba estas imágenes era: “¡Construyan el muro!”, seguida del cántico mántrico “¡Trump, Trump, Trump, Trump!”.

Eso fue apenas la madrugadora punta del iceberg de lo que Twitter, al día siguiente de las elecciones, llamó “Day one in Trump’s America” (2), una antología de agresiones raciales juveniles en colegios y universidades norteamericanas contra latinos, árabes y negros de parte de jóvenes blancos envalentonados por el triunfo de Trump como profecía del resurgimiento de la supremacía blanca.

Ya durante la campaña, alarmados por el discurso excluyente de Trump –aunque aún lejos de imaginar que sería elegido presidente–, el Southern Poverty Law Center publicó un estudio llamado “El efecto Trump: el impacto de la campaña presidencial en los colegios de nuestra nación” (3) para abordar el tema. Mediante encuestas realizadas a más de 5.000 educadores entre marzo y abril del 2016, registraron la huella de la prédica trumpista en los salones de clase. Cuatro fueron los resultados más preocupantes:

-Dos tercios de los profesores reportaron que los estudiantes inmigrantes, o hijos de inmigrantes, expresaban miedo o preocupación por sus familiares tras las elecciones.

-Más de la mitad de profesores consignaron un aumento del discurso político incivil entre estudiantes.

-Dos tercios registraron un aumento del sentimiento antimusulmán y antiinmigrantes en las aulas.

-Más del 40 por ciento de los profesores dudaban sobre hablar de las elecciones en clase.

La ansiedad se reflejaba en alumnos latinos que iban a clases llevando sus partidas de nacimiento por miedo a ser deportados, confusos de cómo una persona que no tenía respeto por los ideales norteamericanos podía ser tan popular. Años de trabajo en contra del ‘bullying’, el cruel acoso escolar, esta iniciativa que de EE.UU. llegó al Perú sufrió un retroceso notable en los meses que duró la campaña presidencial. Según “El efecto Trump”, el insulto pasó de ser un acto ofensivo de dominación, que es lo que se enseñaba en clases, a una expresión pública de “decir en voz alta lo que todos realmente pensamos”. Iniciativas inclusivas antiacoso escolar como ‘Mix It Up’, que buscaba juntar a la hora del almuerzo a chicos de diversas ascendencias para compartir sus diferencias, se fueron al tacho. Nadie quería sentarse en esa mesa. Unos por miedo, otros por desdén.

Consuela, la estereotipada sirvienta latina de “Family Guy”. Su rasgo humorístico es su pésima sintaxis en inglés.

Los profesores trataron de paliar esta situación instando a los jóvenes a ampliar su fuente de información más allá del sesgo claustrofóbico de las redes sociales, inundadas de noticias falsas y prejuicios, mostrándoles las posibilidades del chequeo de datos –como el que ofrece “Politifact”– para tener información fidedigna antes de construir una opinión.

Pero una pregunta del tamaño de una manada de elefantes había quedado instalada dentro del salón: si un chico puede ser suspendido del colegio por ser racista, ¿cómo se le explica que, en cambio, un adulto puede ser presidente a pesar de serlo? 

TRUMP: UNA TEORÍA FILOSÓFICA

En el 2012, Aaron James, profesor de filosofía de la Universidad de California en Irvine, escribió “Assholes: a Theory” (“El imbécil: una teoría”). En su tratado desmenuzaba las variables y características de su objeto de estudio, desde un punto de vista tanto filosófico como ético, sirviendo a manera de manual preventivo de cómo lidiar con estas características. Este año, ante las eventualidades de la campaña (y antes del resultado), James publicó una edición revisada de su libro, que esta vez tituló “Assholes: A Theory of Donald Trump”. En español: “Trump: una teoría de la imbecilidad” (Malpaso, 2016).

‘Asshole’, vulgarismo inglés que originalmente remite al ano, se utiliza peyorativamente para referirse a una persona desagradable y/o detestable. Lo que tiene sentido al momento en que se equipara a alguien con el orificio indigno que remata la humanidad.

Hugo Chávez alguna vez llamó públicamente ‘pendejo’ a George Bush, generándose un debate lingüístico paralelo para descifrar el significado exacto de lo que quiso decir. En Venezuela, ‘pendejo’ se usa tanto para denotar bobería como –dada la geografía que ocupa el vello púbico– el carácter indiscreto de quien se mete en donde no debe. La prensa norteamericana tradujo el término como ‘asshole’, pero nunca quedó claro si Chávez quiso decirle imbécil o metiche. Imbécil, que en español se circunscribe a la falta de inteligencia, no le hace plena justicia a los alcances, especialmente los anatómicos, del ‘asshole’ norteamericano. Pero es lo que hay.

Dice James, pensando en Trump, que un ‘asshole’, según esta acepción, es la persona que sistemáticamente se permite ventajas en sus relaciones sociales fruto de un atrincherado (y erróneo) sentido de atribución que lo inmuniza en contra de los derechos de otra persona. Trump prácticamente admitió el cargo en una declaración alucinante, aunque verosímil, durante la campaña:

–Podría pararme en la mitad de la Quinta Avenida, dispararle a alguien y no perdería votantes. James está lejos de ver a Trump como eje inmóvil de lo que está sucediendo, sino como síntoma de una degradación global del paradigma democrático. El valor de la opinión ajena, o del otro a secas, está siendo sustituido por su pronta y procaz demolición. Y para ello los ‘assholes’ son campeones.

LA CHARLATANERÍA AL SERVICIO DE LA IMBECILIDAD

James destaca una característica de Trump que es idiosincrática del imbécil: su condición de charlatán, referida en inglés como ‘bullshitter’. Considerada “habla trivial, insincera y falsa” por el Oxford English Dictionary, del origen del término ‘bullshit’ solo existen conjeturas. Entre ellas está la referencia a la bula papal como génesis del prefijo ‘bull’. James se nutre de un delicioso tratado (4), “On Bullshit” (2005), del filósofo Harry Frankfurt, de la Universidad de Princeton, para abundar en el ‘bullshitter’ o charlatán.

Personaje carismático pero siniestro, el charlatán sutilmente marca su distancia del mentiroso: para este último es imposible mentir sin tener conocimiento de la verdad. En cambio, el charlatán habla sin consideración alguna a la verdad. Le da exactamente lo mismo. Pues lo gravitante no está en lo que diga, sino en el efecto que este decir suscite en la opinión ajena: apunta a un error deliberado de interpretación.

Ilustración de Donggyun Lee en material antiacoso escolar del Southern Poverty Law Center contra minorías musulmanas.

Al charlatán no le interesa la falsedad, sino el fingimiento, el fraude. Y la charlatanería lo reclama cuando la necesidad de hablar acerca de un tema sobrepasa el conocimiento del mismo. Por ello existe el viejo consejo del asesor político que indica: antes de mentir, inventa. La mentira trae problemas. El ‘floro’ trae votos.

EL LADO POSITIVO DE TRUMP

El lado positivo de Trump, pues James le encuentra por lo menos uno: su imbecilidad ha sacado al racismo y a la intolerancia del clóset como temas de debate público. Marcada esa cancha, la condenación del discurso divisivo le da valor moral a la resistencia al mismo, afirmando los principios democráticos de Estados Unidos como del mundo.

Es lo que con delicada elegancia hizo la actriz Kate McKinnon en el primer programa de “Saturday Night Life”, luego de las elecciones que ganara Trump. Ella haciendo de Hillary junto con Alec Baldwin, que hacía de Trump, protagonizaron el sarcasmo político durante la campaña.

Tras los resultados, mientras un descorazonado Baldwin tuiteaba “América, es todo tuyo”, McKinnon abrió el programa del pasado sábado sentada al piano y caracterizada como Clinton para interpretar “Hallelujah”, ese salmo laico de Leonard Cohen dedicado a un mundo roto y sagrado a la vez. Al final decía, a medias entre personaje y ciudadana: “Yo no me rindo, ustedes tampoco deberían hacerlo”.

Conmovedor. Casi tanto como lo que H. L. Mencken, el ‘Sabio de Baltimore’, librepensador y crítico social norteamericano, dijo 90 años antes de que se eligiera a Trump: “Nadie jamás ha entrado en quiebra por subestimar la inteligencia del público norteamericano”. ‘Ka-ching’, como dice la onomatopeya anglosajona que reproduce el provechoso timbrar de una caja registradora.

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