"Semblanza", la columna de Maki Miró Quesada
"Semblanza", la columna de Maki Miró Quesada
Maki Miró Quesada

Nunca conocí el colegio de La Planicie. Sin embargo recuerdo como si fuera ayer la ceremonia de colocación ‘de la primera piedra’ del colegio de Petit Thouars y mi terrible decepción al ver lo que bajó el albañil al hueco preparado para la ocasión: un rectángulo de cemento gris en vez de una piedra roma de río como la que yo me había imaginado. De desencantos así está hecha la infancia. Todo lo contrario del primer día de colegio en el antiguo local de Arequipa. Llegué temblando de anticipación –mi papá me llevaba de una mano, mi mamá de la otra– y mi emoción no tuvo límites cuando al entrar al patio vi cientos de niñas vestidas iguales que yo. Felicidad completa, porque desde pequeña yo lo único que quería era ‘ser grande’ y allí estaba yo, ya no más una niña, sino grande. Mis papás me llevaron al salón, detrás de la escalera que luego se convertiría para mí en el lugar más aterrador del colegio y recuerdo a mi prima C. abrazada de la pierna de su papá –hasta hoy veo el pantalón de franela gris de mi tío– chillando como si la llevaran al matadero. Absolutamente confundida le pregunté a mi mamá: ‘¿Por qué llora?’.

Yo no podía entender que alguien no quisiera ir al colegio y de paso… ser grande. Así llena de entusiasmo entré en mi salón y mi propia vida. No fue fácil. Las monjas, directamente nos aterraban. Nos hablaban en un idioma incomprensible y sin necesidad de hacer nada su mera presencia congelaba de susto a las niñitas sobreprotegidas de cinco años que éramos entonces. Al punto que ese primer año tenía tanto miedo de pedir permiso para ir al baño que una vez preferí doblar cuidadosamente la franela amarilla que llevábamos para limpiar el pupitre y sentarme encima y hacerme la pila en vez de levantar la mano. Pero de que aprendimos, aprendimos. Todo lo que sé de disciplina, de orden, de la palabra ofrecida, de hacer las cosas bien hechas lo aprendí allí y me ha servido durante toda la vida. Al cumplir los once años dejamos el Perú y dejé el Villa María. Nos fuimos a vivir a Panamá y entré en un colegio de monjas españolas con el inusitado nombre de las Esclavitas del Sagrado Corazón de Jesús. Me senté en mi nuevo pupitre, mirando hacia el frente, las manos cruzadas, sin hablar ni a la derecha ni a la izquierda, como me habían enseñado en Villa María, y en consecuencia me saqué la Banda de Conducta de Primaria durante tres años seguidos. Nunca más volví a tomar una clase formal de inglés, pero soy totalmente bilingüe. Como todas nosotras las primeras frases que leí en mi vida fueron: ‘Oh. Spot. Run. See Spot run’. I took them to heart and never stopped running, went all over the world, fearlessly. No big effort on my part. I just had a good start in life thanks to VMA.

‘Oh, oh, oh’.

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