Oscar Lopez Arias tiene varias razones para responder “entre bien y fenomenal” cuando alguien le pregunta cómo está. El conductor de Noche de patas ha recorrido un largo tramo para obtener los logros que hoy lo tienen satisfecho. En #Dilo con Jannina Bejarano contó las razones que lo motivaron a irse de casa cuando tenía apenas 16 años y las decisiones que lo formaron como un hombre que no duda en correr riesgos. “Los errores no existen, existen las lecciones”, es una de significativas reflexiones que compartió en #Dilo con Jannina Bejarano, el programa de espectáculos de El Comercio.
La infancia de Oscar Lopez Arias fue compleja. Creció viendo el ejemplo de su madre que trabajaba duro para sacar adelante, sola, a sus seis hijos. Vivió los primeros años de su vida en un pueblo joven en Pucusana e hizo largas colas en el Vaso de Leche durante los años 80. Desde la tierna edad decidió que, cuando grande, no se permitiría volver a pasar hambre y frío. “Esa experiencia me enseñó a tomar las oportunidades y saber qué es lo que no quiero”, confiesa el exconductor de La Voz Kids.
Así, desde pequeño, aprendió a generar sus propios ingresos. Cuando salía a jugar o pasar tiempo con los amigos -porque siempre fue un chico que conocía la calle- no se le escapaba de vista ningún desecho que pudiera reciclarse. “Reutilizaba y me iba a la avenida Emancipación a vender mis cositas en la cachina. Desde ropa hasta artefactos”, recuerda.
Pero no solo eso, “qué no habré hecho”, exclama el apasionado actor cuando recuerda su niñez. “A los 11 años me sentí orgulloso de mi primer aporte para la casa. Se había acabado el gas y no había de dónde sacar. Yo saqué mis moneditas y me alcanzó”, añade con una amplia sonrisa. Porque aunque era un muchacho inquieto que hacía de las suyas en el barrio, supo reconocer que las travesuras en la calle empezaron a cruzar la línea del juego. Cuando se dio cuenta que no iba por buen camino, tomó una radical decisión.
Se fue de casa a los 16 años
No había cumplido la mayoría de edad cuando decidió irse a vivir solo. Para el actor no era nuevo conseguir sus propios recursos para subsistir ya que lo hacía desde pequeño por su ánimo de ayudar en casa. Conoció gente que le ofreció seguir trabajando y a ese empuje se sumaron las conductas delictivas que empezó a ver a su alrededor. “Mi barrio, que es Lince, cada vez se ponía más complicado”, señala con pesar.
Su nuevo espacio era un insólito lugar en un edificio cercano a la casa de su mamá. “Me fui a vivir a un techo que me costaba como 80 soles. No podía pagar otra cosa”, rememora. Se trataba de un pequeño cuarto ubicado en el último piso de un edificio. A sus 16 años se las ingeniaba armando y desarmando bicicletas, además de seguir ‘cachineando’. “Hasta ahora a veces voy a los mercados de pulgas porque por costumbre compro muebles antiguos, los restauro, los vendo por ahí”, revela.
Pero los motivos que lo alejaron del lugar que lo vio crecer sigue siendo un lamento para Oscar. “Algunos amigos cruzaban la línea de lo permitido, lo que parecía ser una travesura de chiquillos se convertía en delito”, añade. No tiene problemas en revelar que alguna vez probó drogas con los amigos, sin dejarse llevar por un consumo desmedido ya que, por su curiosidad, vivió una mala experiencia. “La primera vez que probé marihuana me fue muy mal, me dio como taquicardia, me ahogaba”.
Lamentablemente algunos amigos de la infancia no tomaron buenas decisiones y, con resignación, López Arias confiesa los tristes caminos que siguieron. “Cuando voy a ver a mi mamá que todavía vive en Lince, algunos amigos están desaparecidos, otros en ‘canadá’, otros se fueron para el más allá”.
En otro momento de la entrevista concedida para #Dilo con Jannina Bejarano, el polifacético artista confesó cuál es el secreto para mantener el bienestar de su relación con la también actriz Daniela Safarti, tras retomarla luego de su divorcio. También habló de su tierna faceta como papá de tres varones y su sorprenderte lazo con Lorenzo, su hijo menor, quien fue concebido por inseminación artificial con su mejor amiga.