El Lunares es el apodo de quien es sindicado como el principal líder operativo del cartel La Unión Tepito, dedicada a la venta y distribución de droga a grandes escalas, así como el gran generador de la ola de violencia en México.
Su verdadero nombre es Óscar Andrés Flores Ramírez y a pesar de que tenía una red de protección institucional por parte de las autoridades de seguridad pública, fue detenido el 31 de enero en el municipio de Tolcayuca, estado mexicano de Hidalgo, lugar desde donde ordenaba y coordinaba la distribución de droga, secuestros, extorsiones y homicidios.
Pero ¿quién es exactamente este personaje que se convirtió en la cabeza de una organización criminal, considerada una de las más violentas? A continuación, te contamos todos los detalles.
¿QUIÉN ES EL ‘LUNARES’?
El Lunares nació en Ciudad de México en 1989. Debido a su alto de grado de violencia e influencia, así como las detenciones de los exlíderes del cartel El Betito y El Pistaches, le sirvieron para ocupar la cima de la organización criminal.
Pese a que era muy buscado por la policía, él contaba con protección dentro de las altas esferas de la seguridad pública, pero igual andaba escoltado por personas que portaban armamento de alto calibre a bordo de motocicletas y cuatrimotos por si intentaban detenerlo.
No solo eso, pues en ocasiones tuvo que vestirse de mujer para pasar desapercibido y solamente se comunicaba por los celulares de sus colaboradores. Además, contaba con diversos departamentos y casas para poder refugiarse.
Óscar Andrés Flores Ramírez era creyente de Jesús Malverde, el santo de los narcos, a quien puso un altar donde colocaba cráneos humanos. Se dice que incluso ordenaba el homicidio de integrantes de grupos antagónicos para usarlos como ofrenda. A este excéntrico narcotraficante le gustaba poseer animales exóticos como guacamayos, tucanes, cachorro de chitas y leopardos.
En el aspecto sentimental, El Lunares salía con varias mujeres, a quienes traslada en vehículos deportivos de lujo; además de llevarlas de viaje a Nueva York y Los Angeles. Se sabe que con una de ellas tiene tres hijos. Su padre, Dionisio Flores Valle, lo ayuda a coordinar actividades delictivas en la zona centro de la Ciudad de México, principalmente en la colonia Morelos.
Él mantiene una alianza con el grupo liderado por Lenin Jonathan Canchola Martínez y con otras organizaciones que operan en el Centro Histórico. Sin embargo, tienen una disputa con la denominada Fuerza Anti Unión de Tepito, organización que asesinó a tres de sus familiares y colaboradores el 10 octubre de 2019 en las inmediaciones del mercado San Camilito en la Lagunilla.
Tras un operativo de seguridad en octubre del año pasado se desveló su excéntrica vida. A raíz de que descubrieron uno de sus refugios, el narcotraficante tuvo que cambiar su residencia al céntrico estado de Hidalgo, a unos 90 kilómetros de la capital mexicana.
En esa oportunidad, la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México incautó 2 kilos de marihuana, 18 kilos de cocaína, 12 armas de fuego cortas de diversos calibres, 7 armas larga e incluso un lanzacohetes.
Asimismo, halló en uno de sus inmuebles un altar con artilugios representativos de santería y huesos con la morfología propia de restos humanos. En total, fueron 35 mandíbulas, 27 dientes, 36 cráneos y 32 huesos largos humanos.
El Lunares contaba con una orden de aprehensión por el delito de privación de la libertad personal en su modalidad de secuestro exprés agravado, emitida el 30 de noviembre de 2019, por el Juzgado 114 de Control del Sistema Procesal Penal Acusatorio de la Ciudad de México.
Óscar Andrés Flores, alias el Lunares, líder del cártel La Unión Tepito, fue detenido por la Secretaría Seguridad capitalina y marinos mexicanos en el municipio de Tolcayuca, en el céntrico estado de Hidalgo.
¿POR QUÉ FRACASA LA GUERRA CONTRA LA DROGA EN MÉXICO?
La especialista mexicana Karina García Reyes conversó con más de 30 hombres que alguna vez formaron parte del narcotráfico. Los entrevistados aseguraron que no se ven como criminales sanguinarios. También se definieron como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal:
"Entre octubre de 2014 y enero de 2015, entrevisté a 33 hombres que trabajaron en el narco. Abordamos temas como su niñez y adolescencia, alcoholismo, drogas, vandalismo, su incursión y rol en el narco con el fin de entender el impacto de estas experiencias personales en la incursión de los participantes en el narcotráfico, estudié sus narrativas desde un punto de vista discursivo.
Por las características de mi estudio, su contribución es de dos tipos. Primero, metodológicamente, entrevistar a narcos de primera fuente es algo inédito en el mundo académico. Hasta la fecha, no hay otro estudio que haya recopilado más de treinta entrevistas a exmiembros del narco. En términos académicos, el estudio pone sobre la mesa una perspectiva que ha sido ignorada por investigadores, funcionarios públicos y políticos: la de los perpetradores. En este sentido, el análisis de sus narrativas de vida arroja luz sobre las posibles causas de su incursión en el narco y explica la lógica con la que entienden el mundo. Comprender ello es clave no sólo para abordar un fenómeno complejo sino para diseñar políticas públicas y de seguridad. Hasta ahora, dichas políticas se diseñan bajo la lógica de los hacedores de política. No sorprende, entonces, su gran fracaso."
El análisis de las historias de vida de exnarcos arroja luz sobre dichos matices. Los participantes no se ven ni como víctimas ni como monstruos. Ellos no justifican su incursión en el narco como su “única opción” para sobrevivir, como muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían “más”.
Los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas "desechables".
Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio.
Este es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables.
Se autodefinen como “ellos”, los marginados de la sociedad. No se consideran “nosotros”, parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del neoliberalismo a fines de los 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron “la mala suerte” de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron “la mala suerte” de caer en sus manos. Su lógica es simple: “Cada quien que se rasque con sus propias uñas".