Elsa, una señora ecuatoriana de 77 años, no sabe de fútbol, nunca la sedujo. Se aficionó en este Mundial. Hinchaba por Marruecos. No porque le gustara Marruecos, suponía que era un rival más accesible para Argentina. Pero perdió. Inmediatamente llamó a su hijo, angustiada, para preguntarle si cree que Francia es un rival demasiado poderoso para Argentina. La sobrecoge el temor de que Messi pueda no ser campeón. Tiembla de sólo pensarlo. Sin darse cuenta, ella también lo adora y anhela que levante esta Copa. Como Elsa, cientos de millones sufrirán por él. No por Argentina, por él. Si Messi metiera un gol mañana, los decibeles del festejo equivaldrían al de mil bombas atómicas. Salvo en España y Holanda, en millones de hogares de América, Asia, África, Europa un alarido atravesará los mares, las montañas, los husos horarios y se conectará para atronar el espacio cósmico en un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL! de esos que se rugen con el alma, un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL! de los que nos abrazamos con el primero que vemos, besamos al perro, tropezamos con la mesita del living, rompemos un vaso, lanzamos un improperio, salimos al balcón a gritarle a alguien nuestra emoción...
En Bangladesh, la TV hipnotizará a 170 millones de bengalíes que esperarán un triunfo de su deidad terrenal. Si gana, saldrán como siempre en sus motos, en caravana por las calles de todo el país, con la camiseta celeste y blanca y el número 10. Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, donde admiran especialmente a Messi, llenarán los bares esperando el sueño que todos le desean a este enviado de Dios al fútbol.
En La Paz, Bolivia, serán las once de la mañana a la hora crucial del Argentina-Francia. Una mujer con su madre y su hijo, nada futboleros, como Elsa, se reunirán en la sala a ver este acontecimiento planetario: ver una final del mundo con Messi en cancha. Y con un condimento histórico: su último partido mundialista. Messi tiene una conexión especial con las mujeres y los niños. Ellos poseen una percepción sensorial altísima y lo aman aún más que los hombres, quienes entienden su juego. Ven en él al niño que aún quiere ir a la placita a jugar a la pelota. Ya pasó la valla de los treinta y cinco, tiene hijos creciditos, pero parece estar esperando la hora del partido para jugar con los muchachos. Vive las veinticuatro horas fútbol. Pasó los mil millones de euros y ha recibido todos los Balones de Oro, distinciones y elogios posibles y aún sueña con el campito, con hacer la jugada cumbre, con la geometría que otros no podrían siquiera imaginar. La gambeta, el amague, el freno, el enganche y luego el gol, siempre el gol. Es la diferencia entre Messi y los demás futbolistas del mundo. Ellos piensan en cuestiones más terrenales, dinero, mujeres, autos de lujo, yates, mansiones.
“Antes de morirme me gustaría abrazarte”, le dijo Mónica Dómina, su maestra de primero a tercer grado en la escuela General Las Heras, de Rosario. La “seño” Mónica fue entrevistada por radio y parecía estar hablándole a Leo. “Sos un ser maravilloso, sensible, simple, sencillo, compañero. Gracias por darnos felicidad extrema en estos tiempos de tantos contratiempos”. Los chicos lo idealizan como una suerte de Superman, con superpoderes para el bien. ¡Por Dios, que Francia no tenga la kryptonita!
“Mi esposa ama a Messi, tuve la suerte de tenerlo frente a frente, estrecharle la mano y presentárselo”, contó el notable actor inglés Patrick Stewart. “Ella nunca se interesó por el fútbol, pero lo vio jugar y se hizo fanática”. Adele, la deliciosa cantante británica aprovechó un respiro en su show de Las Vegas del sábado para rendirse al 10: “Te amo, Messi”.
Su juego también enamora a hombres. A Roy Keane, probablemente el más duro de todos los duros que el fútbol haya conocido, hoy comentarista, le pasaron el micrófono de Sky Sports y no analizó la jugada del tercer gol, no pudo, simplemente farfulló como para sí: “¡Dios mío, qué jugador…!”. En tanto, su también famoso compañero de cadena, Gary Lineker, preguntó: “¿Hay todavía debate de que es el mejor de todos los tiempos?”. Y el columnista estrella del Sports Bild, de Berlín, Franz Josef Wagner, fue poético: “Esquiva hasta las gotas de lluvia”. Wagner, “cuyas columnas son cachetadas y caricias al mismo tiempo”, considera a Messi “el preferido de los dioses”. Antes de cerrar su joya, Franz nos regala otra pieza de colección: “A los 14 años medía 1,39. Jugaba a la pelota a la altura de las flores”.
Josko Gvardiol, el zaguero croata de 20 años al que Leo se llevó de paseo en la jugada inmortal, está agradecido: “Ahora podré contarle a mis hijos que jugué ante Messi. Siempre fui un superultra fan suyo”. Josko era considerado, hasta ese instante, el mejor zaguero de la Copa. Lluis Mascaró, director de Sport, de Barcelona, enfatiza: “Messi no necesita ganar un Mundial para ser el mejor futbolista de la historia. Porque ya lo es. No ha habido, no hay ni habrá jamás un jugador como él”.
¿Qué pasará por la mente del sujeto más querido del fútbol mundial? La escuela fue una burocrática e ineludible obligación. Era un chico casi ausente, que daba con lo justo para aprobar con seis. “Era el más menudito de todos, muy callado. Vivía esperando el recreo para salir a jugar a la pelota en el patio”, recuerda Cintia Arellano, su compañera de banco, que lo ayudaba con las tareas. En el rectángulo verde, sin embargo, su procesador mental tiene diez veces más gigas que el del resto de los jugadores. Observa, resuelve y ejecuta a una velocidad superior. Su visión periférica y grado de creatividad están fuera del alcance de sus colegas. En general, todo el gremio de la pelota ha unido sus ruegos en procesión deseándole el triunfo. El recordado Rivaldo, campeón con Brasil en 2002, fue el abanderado de esos deseos: “Dios sabe de todas las cosas y te va a coronar este domingo, te mereces este título por la persona que eres y por el maravilloso fútbol que siempre has jugado”. No se puede dar tanto y no obtener ese premio. Pero el fútbol es un juego de once, si no se da quedará una certeza: ha hecho todo lo humanamente posible por ser campeón.
Jamás un futbolista regaló tanto fútbol, son dieciocho años y dos meses que va con una canasta de genialidades ofrendándolas a las tribunas. Que en el tránsito a los 36 un jugador siga dando estos recitales el fútbol nunca lo vio. Qué pena que se vuelva grande. Que esta de mañana sea su última función en un Mundial. Hemos vivido una historia irrepetible.
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