(Foto: AFP)
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Virginia Rosas

E l 7 de octubre del 2001, a poco menos de un mes de los ataques del 11-S, –amparándose en una interpretación antojadiza del artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, que se refiere al derecho de legítima defensa, y arguyendo que el movimiento talibán daba refugio y logística a Osama Bin Laden, cerebro de los atentados y cabecilla de Al Qaeda– inició la guerra de , que fue bautizada como operación Libertad Duradera.

La que resultó duradera fue la guerra, que ha terminado siendo la más larga en la historia de Estados Unidos. Diecisiete años sin lograr su cometido: vencer a los talibanes e instaurar una democracia al estilo occidental en Kabul. Pese a las miles de víctimas y a la enorme movilización logística –14 mil soldados estadounidenses se encuentran todavía en Afganistán–, los talibanes ocupan el 70% del territorio.

Con ellos, Washington ha iniciado conversaciones exclusivas y directas en Qatar, donde está la oficina de representación oficial de los talibanes. ¿Y saben qué? El gobierno oficial de Kabul, ese que los estadounidenses instauraron a sangre y fuego, no forma parte de estas reuniones porque los talibanes no lo reconocen y lo quieren derrocar.

El presidente afgano Ashraf Ghani, quien asumió el poder en el 2014 (el mismo año en que la OTAN culminó oficialmente sus operaciones de combate y le transfirió al gobierno la responsabilidad de la seguridad), admite que desde entonces han perdido la vida 45 mil miembros de sus fuerzas de seguridad y clama por participar en las negociaciones, que se iniciaron en julio del 2018 y que deben culminar a mediados de este año.

Quien encabeza la delegación estadounidense es el embajador Zalmay Khalilzad, que en febrero adelantó las grandes líneas de lo que sería el acuerdo: los soldados de Estados Unidos regresan a su país siempre y cuando los talibanes garanticen que nunca jamás el territorio afgano servirá de base a grupos terroristas que cometan atentados contra Estados Unidos. Ello da carta abierta al movimiento fundamentalista islamista para ocupar Kabul, justo en el momento en que Ghani culmina su mandato.

¿Pero los talibanes no eran los terroristas? Las cosas han cambiado. Entre los puntos del futuro acuerdo se señala que se otorgará amnistía a los prisioneros talibanes, a cambio de comprometerse a cortar sus vínculos con movimientos terroristas. También se crearía un alto consejo de ulemas –representantes religiosos, como los ayatolas de Irán– que garantizaría la unidad del país reuniendo a los principales actores políticos.

Es decir, antes del 2020, los ‘boys’ regresarán a su país vencidos. Y Afganistán –el territorio que ocuparon so pretexto de los atentados contra las Torres Gemelas– volverá a manos de los talibanes, como ya lo estuvo entre 1990 y el 2001. La operación Libertad Duradera habrá sido el Vietnam del siglo XXI, una enorme derrota bélica y política para Washington.

Así las cosas, ríos de sangre de por medio, todo vuelve ahora a fojas cero, pero con los talibanes todavía más empoderados que cuando se instalaron en Kabul, tras ganarle la guerra a la ex Unión Soviética.

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