Una fe adulta, dijo una vez Benedicto XVI, no es la que sigue las tendencias de la moda y las últimas novedades.

La mayoría veía al Papa Benedicto XVI, que anunció hoy su renuncia a partir del 28 de febrero por motivos de salud, simplemente como un acérrimo defensor de la ortodoxia de la Iglesia. Pero en realidad, el pontífice es una persona compleja, un incisivo pensador cuyas reservas por la cultura contemporánea y su amor por Mozart y Beethoven no lo apartaron de su principal preocupación en la vida: la persecución de la verdad.

Hombre humilde, teólogo consumado y líder severo, Joseph Ratzinger había sido pasado por alto por muchos como serio candidato al pontificado.

Pero, notablemente diferente a su predecesor polaco Juan Pablo II en términos de personalidad, ofreció continuidad a una Iglesia huérfana de uno de sus más carismáticos y longevos líderes.

ESCÁNDALOS Y CRISIS Al mismo tiempo, los eventos actuales desviaron con frecuencia el foco de atención de lo teológico. Y es que el Papa tuvo que pasar una gran parte de su pontificado lidiando con los escándalos: primero por las acusaciones de abusos sexuales por parte de sacerdotes contra niños y jóvenes y después por una serie de denuncias en toda Europa sobre abusos a alumnos en escuelas católicas.

Sus tendencias conservadoras también le convirtieron en objetivo de la ira de ciudadanos no católicos que se sintieron ofendidos por sus comentarios difamatorios, como en 2006, cuando se refirió en un discurso al islam como una religión malvada e inhumana. El Papa insistió en que los comentarios fueron sacados de contexto, pero las reacciones no se hicieron esperar.

Y en los últimos meses de su mandato, el mundo estuvo en ocasiones más concentrado en el escándalo conocido como Vatileaks, en el que el ex mayordomo del Papa filtró información interna confidencial a los medios italianos, incluyendo la imagen de un Papa débil manipulado por las intrigas vaticanas, que en sus doctrinas teológicas.

Además, su conservadurismo en cuestiones eclesiásticas y sexuales dividió con frecuencia tanto a católicos como a no católicos. Pero ni sus críticos más duros pueden evitar valorar sus cualidades como una persona que sabe escuchar.

No es un Papa introvertido que mira al pasado, dijo de él Hans Küng, un teólogo disidente y fiero opositor de sus ideas, tras una inesperada reunión de ambos en 2005.

ANTES DE SER PAPA Nacido el 16 de abril de 1927, un Sábado Santo, en Marktl am Inn, una pequeña ciudad de Baviera, en el sur de Alemania, Joseph Alois Ratzinger era el tercero y más joven hijo de Joseph Ratzinger, un funcionario de la policía, y su mujer María.

Pese a que su padre rechazaba el nazismo, Ratzinger fue obligado a unirse a las Juventudes Hitlerianas como alumno del seminario y durante la guerra fue reclutado para prestar sus servicios en una batería antiaérea.

Su breve carrera militar se puso en el camino de su deseo de unirse a la jerarquía de la Iglesia, que aparentemente emergió en una edad muy temprana.

Según su hermano mayor, Georg, también sacerdote, Joseph tenía sólo cinco años cuando anunció por primera vez su intención de convertirse en cardenal. Después de la guerra, estudió filosofía y teología en la Universidad de Múnich y fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951.

En 1953, se doctoró en teología con una tesis sobre San Agustín y se convirtió en profesor de la Universidad de Freising en 1958 y en la de Bonn un año después.

Sólo tenía 30 años cuando formó parte como asesor en el Concilio Vaticano Segundo entre 1962 y 1965 y acababa de cumplir 50 cuando fue consagrado arzobispo de Múnich y Freising el 28 de mayo de 1977.

Menos de un mes después fue proclamado cardenal por el Papa Pablo VI.

HOMBRE DE CONFIANZA En 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un puesto que le convirtió en el líder protector de la fe y que desempeñó durante casi un cuarto de siglo.

Como decano del Colegio Cardenalicio, presidió el funeral de su predecesor y también el cónclave que llevó a su elección en abril de 2005.

Fue durante el periodo de transición papal cuando Ratzinger emergió como favorito para el pontificado, impresionando a sus cardenales compañeros al predicar contra los peligros del secularismo y la dictadura del relativismo, la idea de que todos los criterios de juicio son relativos en función de los individuos y las situaciones en que se ven envueltos.

El octavo alemán en convertirse en Papa en los 2.000 años de historia de la Iglesia, y sólo el segundo Papa no italiano en casi 500 años, Ratzinger eligió el nombre de Benedicto en honor de San Benedicto, el fundador del ascetismo europeo.