El primer ministro de Camboya, Hun Sen, es un antiguo jemer rojo que huyó a Vietnam. (Foto: EFE)
El primer ministro de Camboya, Hun Sen, es un antiguo jemer rojo que huyó a Vietnam. (Foto: EFE)
/ MAK REMISSA
Virginia Rosas

Uno de los magníficos grabados en piedra del Templo de Angkor, en -construido entre el 1113 y el 1150 de nuestra era- representa el “Batido del Océano de Leche”, inspirado en una escena del “Bhagavata Parana” (hinduismo), en el que los dioses –de ojos alargados– se enfrentan a los demonios –de ojos redondos– en una suerte de lucha por el dominio del mundo, en la que triunfa el bien, gracias al dios Visnú que cabalga sobre una tortuga.

Cómo no asociar el martirio del pueblo camboyano a la lucha constante que subsiste aún 41 años después de la derrota de los jemeres rojos, tras la invasión de Vietnam –pro soviética mientras que el movimiento que había tomado el poder era prochino– y a 22 años del fallecimiento del genocida Pol Pot, responsable de la muerte de dos millones de personas.

Porque, aunque ya casi no se hable del Reino de Camboya, aquí se vive una dictadura férrea disfrazada de democracia, en la que los principales opositores están presos, en el exilio, o asesinados.

El primer ministro Hun Sen, es un antiguo jemer rojo que huyó a Vietnam, cuando se presagiaba la caída de la República Popular de Kampuchea y pidió ayuda para derrocar a su entonces camarada Pol Pot. Los vietnamitas lo hicieron líder del ejército rebelde. Desde 1979 está en el poder y no piensa apartarse de él.

Cuando convoca a elecciones persigue o encarcela a sus opositores y así logró que, en el 2018, su agrupación, el Partido Popular Camboyano (PPC) ocupe todas las curules del congreso tras ordenar disolver al principal partido de oposición. Uno de los hijos de Sen es congresista, el otro es comandante general de las Fuerzas Armadas.

Ya en 1987, Amnistía Internacional acusaba al gobierno de Hun Sen de torturar a miles de prisioneros políticos usando “choques eléctricos, hierros ardientes y asfixia con bolsas de plástico”.

Su principal rival es San Raysi, líder del partido que lleva su nombre y exiliado en París desde el 2016, después de verse obligado a abandonar su país donde se le acusa de difamación e incitación al caos, lo que le podría costar hasta 18 años de prisión si regresa.

A comienzos del año pasado Sen anunció que retornaría a Camboya el 9 de noviembre, día de la Independencia, para dirigir la sublevación contra el dictador, como antaño lo hiciera Filipinas contra Ferdinand Marcos. El gobierno respondió arrestando a los activistas de oposición acusándolos de complotar contra el Estado.

Hace apenas dos semanas el líder en el exilio volvió a anunciar su retorno, pero los opositores políticos no comparten su propuesta de levantamiento contra el dictador.

Hun tiene a las Fuerzas Armadas de su lado, y sus ciudadanos están más preocupados por su propia supervivencia: su país está entre los del PBI más bajo del mundo. Según el índice de desarrollo humano (IDH) tiene una pésima calidad de vida y la corrupción campea a sus anchas en el sector público.

Abandonada por todos, salvo por los inversionistas de terrenos de los países vecinos, que compran lotes enormes a precio de remate y, pese a la laboriosidad de su gente Camboya languidece. No hay Visnú sobre la tierra que logre acabar con el dictador.

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