Adrián Foncillas

El entrenador italiano Antonio Conte advertía en febrero del 2016 que “el mercado chino es un peligro para todos, no solo para el Chelsea”. Su miedo parecía justificado porque dos de sus mejores jugadores, Oscar y Ramires, acababan de embarcar hacia con salarios que ni siquiera el magnate Roman Abramovich podía igualar. Seis años después, todo apunta a una crisis existencial en el fútbol chino: clubes históricos desaparecidos, salarios adeudados, estadios vacíos, estrellas internacionales en éxodo y cerrado el grifo del sector inmobiliario que pagaba las facturas.

La disolución del Jiangsu FC en marzo dio la medida del drama. Había ganado tres meses atrás la Superliga china (SLC) y en sus días gloriosos contaba con Alex Teixeira o el entrenador Fabio Capello. Su fin llegó con la crisis de su patrocinador, el gigante de electrodomésticos Suning, que necesitó de un millonario rescate gubernamental.

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El cuadro sugiere el drama. Doce de los 16 equipos de la SLC adeudan salarios a sus jugadores y apenas permanecen Óscar y Fellaini de las estrellas extranjeras que años atrás lustraban el campeonato. Una docena de rutilantes empresarios se reunieron en el 2019 para salvar el campeonato, según el medio chino Sixth Tone, entre los que se encontraban los presidentes de las inmobiliarias Evergrande o Wanda. De ahí salió el compromiso de rebajar los salarios porque la situación parecía haber tocado fondo.

Se equivocaron. Faltaba el coronavirus, que suspendió el campeonato e impuso las gradas vacías tras su reanudación. Y faltaba la crisis inmobiliaria, sublimada por Evergrande, propietario del Guangzhou, el equipo que había ganado ocho de los campeonatos en la última década. Trece de los 16 equipos están vinculados al ladrillo. Con un horizonte inquietante, cerrados los créditos que recibía alegremente de la banca estatal y sin aquel entusiasmo oficial, las compañías cerraron el grifo a sus equipos.

Caño cerrado

El fútbol chino había crecido con el apoyo oficial. China ha sacado a 600 millones de la pobreza en cuarenta años y en la próxima década desbancará de la cúspide económica a Estados Unidos pero el fútbol nunca se ha sumado a la deriva exitosa. El presidente, Xi Jinping, tan hastiado como el resto de la hinchada local de los ridículos de su selección, definió el fútbol como estratégico y presentó un plan que debía de convertir a China en una potencia en el 2050. Los empresarios, especialmente los del boyante sector inmobiliario, captaron el mensaje porque no hay éxito en China sin la sintonía con el poder.

Xi Jinping patea un balón de fútbol durante su visita al estadio Croke Park, en Dublín, Irlanda, en febrero del 2012. (Foto: AP)
Xi Jinping patea un balón de fútbol durante su visita al estadio Croke Park, en Dublín, Irlanda, en febrero del 2012. (Foto: AP)
/ Brendan Moran

Y se desató el frenesí, con compras de equipos europeos de rancio abolengo y de jugadores de primer nivel. La SLC gastó en la ventana de invierno del 2016 más de 300 millones de dólares, superiores a la suma de las cinco grandes ligas europeas. Carlos Tévez cobró 40 millones de dólares por una temporada en el Shanghái Shenhua que calificaría después de “vacaciones”. Un argentino ignoto y ni siquiera internacional, Darío Conca, se había convertido dos años antes en el tercer jugador mejor pagado del mundo. Era un modelo hipertrofiado y ajeno a las dinámicas de la oferta y la demanda. Entre el 70 y el 80% de los 180 millones gastados por los equipos en el 2019 se fue en salarios de jugadores y el grueso acabó en las cuentas bancarias de la minoría extranjera.

El Gobierno entendió que aquellos dispendios sólo habían enriquecido a clubes y jugadores extranjeros pero no al fútbol nacional y pisó el freno. Impuso un cupo de cinco jugadores foráneos en cada equipo y aprobó un impuesto que obligaba a destinar el mismo importe de sus fichajes a un fondo para la formación del deporte en el país.

Las estrellas no regresarán en corto ni medio plazo, asegura Simon Chadwick, director del Centro para la Industria Deportiva de Euroasia de Emlyon Business School. “Los jugadores extranjeros se aprovecharon de la ingenuidad china. El Gobierno se ha dado cuenta de que el fútbol nacional no mejora con esos fichajes sino desarrollando el talento local. Mira hacia dentro, es más introspectivo, no sólo en el fútbol sino en todos los sectores”. Sólo regresarán, añade, si China se convierte en una potencia futbolística en el 2050 y el propósito no es descabellado.

No creo que ganen un Mundial en los próximos diez años pero su competitividad mejorará porque el fútbol forma parte ahora del currículo escolar”, juzga.

De la travesía en el desierto emergerá una fórmula más sensata pero ahora urge la supervivencia del campeonato. Sin ingresos por taquilla, recortados los derechos televisivos y sin el sostén inmobiliario, los equipos insisten a sus jugadores para que rebajen sus emolumentos. Algunos sostienen que sólo el control estatal salvará a los clubes.

El Gobierno decide la continuidad de los equipos. El Jiangsu desapareció porque así se lo ordenó a Suning pero no ha obligado a cerrar el Guangzhou porque Evergrande, la inmobiliaria más endeudada del mundo, es demasiado grande para caer. Ahora exige a las compañías un compromiso estratégico en el fútbol de formación, no sólo en el profesional, y con un retorno tangible de la inversión”, sostiene Chadwick.

El fútbol chino, pronostica, seguirá con una fórmula que junte a propietarios privados más estables y la intervención estatal. Consiste, en cuentas resumidas, en que el fútbol también atienda a los criterios que explican el auge de China.

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