Hace exactamente cinco años el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers colapsó. Aunque es historia, es importante reconocer que su brutal fin fue el detonante de la peor recesión global por más de 60 años, pero no fue la causa.
Piense en Lehman como un ataque al corazón que aflige a un cuerpo el sistema financiero cuyas arterias estaban obstruidas y que cargaba cantidades peligrosas de la gordura como resultado de una vida imprudente durante muchos años.
Si hubiera sido simplemente un caso de un sólo banco tirando la casa por la ventana, no habrían sido necesarios los increíblemente costosos rescates financiados por los contribuyentes, de bancos e instituciones financieras en todo el mundo, desde RBS y Lloyds/HBOS en Reino Unido, a UBS en Suiza y Bank of America, Citigroup y AIG en Estados Unidos, entre muchos otros.
La pregunta es si, tras esa experiencia, el sistema financiero está en forma y sería capaz de absorber los inevitables golpes y moretones a los que están expuestas todas las instituciones creadas por seres humanos, sin infligir un alto costo en el resto de la economía o los contribuyentes.
¿Qué se ha hecho en cinco años para evitar que los bancos vuelvan a tener como rehenes a economías enteras cuando se encuentran con dificultades?
DEMASIADO GRANDES PARA CARGAS CON ELLOS Ha habido mucha reforma y rehabilitación, aunque está muy lejos de ser suficiente. Lo primero que se nota es que lo que ha impulsado las reformas es el deseo de desinfectar el sistema existente, no el de imponer un cambio estructural fundamental en él.
Bancos individuales vendieron bienes deficitarios o periféricos, se libraron de algunos de los activos más tóxicos y adoptaron un enfoque más prudente respecto a los préstamos (y en el proceso de reparación, contuvieron el suministro de nuevos créditos, frenando así la recuperación de muchas economías).
Pero muchos bancos siguen siendo enormes. No han sido forzosamente divididos o desmantelados; siguen siendo demasiado grandes para quebrar, como se dice en la jerga.
Si uno de los grandes estuviera nuevamente en una situación desesperada, los contribuyentes serían los que tendrían que rescatarlo otra vez, por temor a los estragos a la economía que su bancarrota podría provocar.
En Reino Unido, por ejemplo, los balances individuales de Barclays, HSBC y RBS siguen siendo más grandes que la producción económica anual del país, lo que plantea el legítimo temor de que son demasiado grandes como para salvar (en vez de demasiado grandes para quebrar), para un sector público británico sobrecargado.
RIESGOS NO PONDERADOS El otro aspecto importante es que las reglas internacionales, llamadas los Acuerdos de Basilea, establecidas para asegurar que los bancos tienen suficiente capital para absorber pérdidas sin comerse los ahorros de los depositantes, fueron modificadas pero no desechadas.
El problema es que parte de lo que salió terriblemente mal en los años del boom antes de 2007/8 es que los bancos explotaron cínicamente estas reglas especialmente las ponderaciones por riesgo atadas a distintas categorías de préstamos para poder guardar tan poco capital como fue posible.
El efecto de este juego con los Acuerdos de Basilea es que los bancos parecían tener más que suficiente capital para hacer frente a cualquier accidente que se les atravesara por su camino, cuando en realidad tenían apenas un ápice de la protección necesaria para sus depositantes.
Hay quienes argumentan que después de Lehman, los Acuerdos de Basilea deberían haberse descartado y sustituido con normas mucho más simples que pudieran ser eficazmente controladas y supervisadas por los entes reguladores y accionistas. Eso no ocurrió.
En la práctica, las reglas ahora son mucho más complicadas. Es cierto que ponderaciones del riesgo han sido o están siendo modificadas para reflejar mejor los riesgos percibidos de diferentes tipos de préstamos y operaciones financieras; y se le está exigiendo a los bancos que tengan más capital en relación con todas las categorías de préstamos y las inversiones.
Pero las normas se volvieron tanto más complicadas que podría decirse que es incluso más difícil notar los riesgos subyacentes que están tomando los bancos, y probablemente habrá más oportunidad de jugar con esas reglas en el futuro.
Si la luz del Sol es el mejor desinfectante, deberíamos preocuparnos pues los bancos aún operan detrás de un vidrio oscuro.
¿FIN DE BONOS POR MALAS GESTIONES? La otra zona en donde ha habido saneamiento, pero no reconstrucción, es en la de los salarios y las recompensas.
Sin entrar en detalles, aún es posible para los banqueros ganar sumas magníficas trabajando para instituciones que todavía dependen de garantías del Estado, es decir, de los contribuyentes, lo que para algunos es inadecuado.
Sin embargo, esas recompensas en teoría al menos dependerán más del desempeño real a largo plazo de los bancos correspondientes, en lugar de ser un botín por ilusorios beneficios a corto plazo.
Para ponerlo otra manera, la remuneración de los banqueros sigue siendo multimillonaria, pero se ha reducido el riesgo de que reciban bonos gigantes como recompensa por llevarnos a la bancarrota.
Espero que esto no dé la impresión de que nada importante ha mejorado desde Lehman Brothers (ver recuadro). Pero yo describiría a las mejoras como una reparación del statu quo, más que un cambio de sistema.
ARMAS FINANCIERAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA Por otro lado, hay una buena dosis de trabajo en curso. Uno de los proyectos más importantes es evitar que una mejor regulación de los bancos desvíe todos los riesgos de las finanzas hacia firmas no reglamentadas los llamados bancos en la sombra de una manera peligrosa.
Para subrayar lo obvio: no tiene sentido lograr que los bancos sean más seguros si al hacerlo creamos toda una nueva especie de armas financieras de destrucción de riqueza masivas.
Si, por ejemplo, la oferta de préstamos a la economía se suspendiera debido a problemas con fondos de cobertura o préstamos entre particulares u otros préstamos de nueva generación, no nos consolaría mucho el hecho de que los culpables no fueron los bancos formales.
También se está examinando cómo resolver los líos de los bancos al mínimo costo para los contribuyentes.
Esto implicará que fuera más fácil desligarse y proteger las partes de los bancos considerados esenciales para el funcionamiento de la economía (nuestros depósitos, el sistema para mover dinero de un lado al otro y los procesos para dar préstamos) y hacer que el rescate provenga de adentro de la institución y no del gobierno.
Eso significa que las pérdidas son asumidas por los inversores profesionales que le prestaron al banco en vez de que los costos del rescate caigan sobre los hombros de los contribuyentes.
UN MUNDO DE PELIGROS Eso es, a grandes rasgos, lo que se ha hecho desde el desastre de Lehman Brothers para protegernos de la próxima vez en la que la codicia en el mundo de las finanzas se imponga sobre el buen juicio, la prudencia y la honradez.
¿*Podemos estar completamente seguros de que no habrá otro colapso financiero por al menos otros 60 o 70 años* y de que los costos de la próxima crisis será menos catastróficos?
Eso no es evidente. Primero, seguimos viviendo en un mundo peligroso en primer lugar por el impacto potencial de los pinchazos a dos grandes burbujas de cosecha reciente: la de los bonos del gobierno (por la flexibilización cuantitativa) y la de la deuda y propiedad en China. Además están los riesgos que representa el sistema bancario de la zona del euro, que sigue siendo frágil, y al que todos los bancos están conectados.
En segundo lugar, la canalización de gran parte de los intercambios en los bancos de inversión a través de mercados y sistemas de compensación centralizados implica sustituir un viejo riesgo para uno nuevo. Juntar el comercio puede hacer que los riesgos sean más visibles, pero también los concentra.
El hecho de que los sistemas de intercambios, compensaciones y liquidaciones tienen una historia de fracasar menos frecuentemente que los bancos individuales no significa que no pueden fallar catastróficamente.
Si, como ocurrió en el famoso flash crash de 2010, los mercados centrales en divisas y derivados de repente se enloquecen, quizás lleguemos a preguntarnos si la debacle de Lehman Brothers no fue na situación tan mala como puede llegar a ser.