Sirios desplazados, algunos con máscaras protectoras, escuchan mientras los médicos realizan una campaña de sensibilización sobre cómo protegerse contra el coronavirus, en un campamento para desplazados en Kafr Lusin, en la provincia de Idlib. (Foto: AFP)
Sirios desplazados, algunos con máscaras protectoras, escuchan mientras los médicos realizan una campaña de sensibilización sobre cómo protegerse contra el coronavirus, en un campamento para desplazados en Kafr Lusin, en la provincia de Idlib. (Foto: AFP)
/ MOHAMMED AL-RIFAI
Virginia Rosas

Hace apenas dos semanas, durante los bombardeos del régimen sirio a Idlib, el último bastión de los yihadistas, cerca de un millón de personas –en su mayoría desplazados de otras ciudades sirias– pugnaban por refugiarse en la vecina Turquía que, a su vez, incitaba a los 4 millones de que alberga en su suelo a moverse hacia la frontera griega para ingresar, por fin, al ansiado territorio de la Unión Europea.

Cuando miles de ellos traspasaron la primera valla fronteriza, fueron repelidos por las fuerzas de seguridad griegas, que tras arrebatarles lo poco que llevaban los dejaron a su suerte en tierra de nadie, intentando una y otra vez pasar la frontera.

El coronavirus ya había hecho estragos en China, que se hallaba en cuarentena. Otros países de Asia hacían lo propio para combatir el virus que ya acechaba Europa, convirtiéndose luego en una pandemia que, finalmente, determinó que se cerraran las fronteras para impedir su paso. Esas mismas fronteras que estaban cerradas desde hacía mucho tiempo para los refugiados que huyen de los conflictos armados.

De pronto el coronavirus acaparó toda la atención y prácticamente no existe más información sobre la suerte de los refugiados, una población sin acceso a las mínimas condiciones de sanidad para escapar de la enfermedad.

Un médico sirio da instrucciones sobre los peligros de la propagación del coronavirus y distribuye máscaras en un campamento para personas desplazadas cerca de la ciudad siria de Batabu en la provincia de Idlib. (Foto: AFP)
Un médico sirio da instrucciones sobre los peligros de la propagación del coronavirus y distribuye máscaras en un campamento para personas desplazadas cerca de la ciudad siria de Batabu en la provincia de Idlib. (Foto: AFP)
/ IBRAHIM YASOUF

El 13 de marzo, la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) alertaba sobre el fallecimiento de un refugiado en la isla griega de Lesbos, donde miles de hacinados en los campos de refugiados languidecen en condiciones que deberían avergonzar a la UE. “Alertamos de que las terribles condiciones de vida aumentan el riesgo de propagación de un brote de coronavirus y harían imposible su contención tras el primer caso confirmado en Lesbos”, señala un informe de MSF.

Gobiernos de todo el mundo están prohibiendo grandes concentraciones de población, pero en los campos de las islas griegas del Egeo, refugiados, migrantes y solicitantes de asilo viven en un espacio muy reducido. Su salud está en peligro y las condiciones en las que viven los hacen más vulnerables que el resto de la población”, añade el comunicado de MSF.

Sin contar a los que quedaron en el ‘no man’s land’, existen unos 42 mil solicitantes de asilo ‘atrapados’ en cinco centros de identificación y registro en las islas griegas. MSF pide que sean transferidos a lugares adecuados antes de que sea demasiado tarde. Dejarlos no solo sería un acto criminal, como opina la ONG, sino que convertiría esos campos en focos de contaminación para toda la población.

Lo mismo puede decirse de los campamentos improvisados de refugiados en las afueras de París, en donde sobreviven a duras penas cientos y hasta miles de refugiados. El confinamiento al que está obligada la población por el COVID-19 impide que los pocos voluntarios de las ONG que los asistían puedan acercarse a prestarles auxilio.

La suerte de los refugiados va más allá ahora de un deber de humanidad, es una responsabilidad de salud pública que el virus ha puesto en evidencia.

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¿Qué es el coronavirus?

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).

El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.

El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.

Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.

Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.

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Europa en cuarentena. (AFP).

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