Turistas llevan mascarillas en el Shangai Disneyland, que reabrió sus puertas hace algunas semanas, pero bajo las nuevas condiciones de distancia social. (Reuters)
Turistas llevan mascarillas en el Shangai Disneyland, que reabrió sus puertas hace algunas semanas, pero bajo las nuevas condiciones de distancia social. (Reuters)
/ ALY SONG
Farid Kahhat

En su artículo “El Martillazo y el Huayno”, Ragi Burhum sostiene que, de no haberse adoptado medidas como las de distanciamiento social, las muertes por en el Perú habrían sido más de 83.000 en cinco meses. Cierto, esas estimaciones pueden variar significativamente al cambiar los supuestos de los que parten. Por razones como esa, los argumentos contrafácticos no son particularmente persuasivos: es difícil demostrar qué habría pasado de haberse seguido otro curso de acción, precisamente porque eso no ocurrió.

Pero comparar la realidad con escenarios hipotéticos no es la única forma de comprobar la eficacia de las medidas de distanciamiento social. También se puede comparar el caso de los países que adoptaron esas medidas con el de países que, como Suecia, virtualmente prescindieron de ellas. O se podría comparar el caso de los estados de la Unión Americana que levantaron esas medidas cuando lo recomendaban los epidemiólogos con el de estados que las levantaron antes de lo recomendado.

Suecia fue el único país de la Unión Europea que no adoptó medidas generalizadas de distanciamiento social y, según información de la Universidad Johns Hopkins y del Banco Mundial, al 21 de junio ocupaba el quinto lugar en el mundo entre los países con mayor número de muertes por cada 100.000 habitantes. Es cierto que los cuatro primeros lugares también los ocupaban países de la Unión Europea. Pero cabría hacer dos atingencias. Primero, el segundo lugar lo ocupaba el Reino Unido que, inicialmente, adoptó la misma estrategia que Suecia. Segundo, cabría argumentar que Suecia no debiera ser comparada con el conjunto de Europa sino con los países nórdicos (porque cuentan con niveles similares de gasto social o desarrollo humano). Al hacer esa segunda comparación, los resultados de Suecia son aún peores. Por ejemplo, en los tres primeros meses tras declararse la pandemia por la OMS, las muertes per cápita en Suecia eran diez veces mayores que en Noruega.

En cuanto a los Estados Unidos, los epidemiólogos coincidían en, cuando menos, dos condiciones fundamentales para levantar las medidas de distanciamiento social. De un lado, una reducción significativa en la tasa de contagios (en jerga científica, un R menor a 1). De otro lado, tener la capacidad de realizar una gran cantidad de pruebas per cápita para rastrear la evolución de los contagios. La mayoría de los Estados que ignoraron esas recomendaciones tenían republicanos al mando, razón por la cual, de los 20 Estados que vieron crecer el número de contagios, 16 tienen republicanos al mando. Por ello, según Bill Frey del Brookings Institution, Donald Trump ganó en el 2016 en el 90% de condados en los que, desde el levantamiento de las restricciones, se reporta por primera vez un alto número de contagios.

¿Podría alegarse cuando menos que, aunque las medidas de distanciamiento social salvan vidas, su adopción reduce las perspectivas de crecimiento económico? Las estimaciones para este año son de una caída en el PBI de 6,5% en Estados Unidos, 7% en Suecia y 7,5% para el conjunto de la Unión Europea. Dado que esas pequeñas diferencias no se explican únicamente por las políticas con que afrontaron la pandemia (Estados Unidos, por ejemplo, ya crecía a tasas más altas que Europa antes de ella), las medidas de distanciamiento social no serían más perjudiciales para el crecimiento que las alternativas.

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