(Imagen: El Comercio)
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Héctor López Martínez

En las primeras horas del cálido 10 de agosto de 1519 –hace 500 años– cinco navíos bien aparejados y tripulados por 265 hombres, de los cuales 139 eran españoles, 40 portugueses y los otros de las más diversas nacionalidades, soltaban amarras de un muelle sevillano a orillas del río Guadalquivir llamado Puerto de las Muelas.

Sus nombres eran: San Antonio; Trinidad, al mando de Fernando de Magallanes, capitán general de la expedición; Concepción, Victoria y Santiago. A bordo del Trinidad iba un joven erudito italiano, Antonio Pigafetta, quien sería el cronista de la histórica jornada. Las naves comenzaron a surcar lentamente el río en pos del puerto de Sanlúcar de Barrameda, desde donde se adentrarían en el misterioso mar océano, el día 20 de dicho mes.

—El desventurado hidalgo portugués—

Fernão de Magalhaes nació en Sabrosa, Tras-os-Montes, Portugal, en 1480. Su familia pertenecía a la baja nobleza. Durante su adolescencia fue paje en la corte lusitana y hacia 1505 tomó parte en diversas expediciones navales en el Extremo Oriente. También estuvo en Marruecos, donde fue herido en una pierna quedando con una permanente y notoria cojera.

Envuelto en un tráfago de problemas burocráticos, Magalhaes regresa a Lisboa, donde solicita al rey Manuel I una pensión por sus servicios a la corona. El monarca rechaza de manera soberbia y humillante el pedido del marino-soldado, quien, pese a ello, en imprudente porfía le propone encabezar una expedición a las islas Molucas, emporio de las costosas especias. Manuel I se mofa de la incansable tenacidad del hidalgo y, según refiere el historiador Laurence Bergreen, cuando este le pregunta “si podía ofrecer sus servicios a otro soberano, el rey replicó que era libre de hacer lo que quisiera”. Magalhaes jamás perdonaría tan ultrajante y desdeñoso rechazo.

El 20 de octubre de 1517 Fernando de Magallanes –ya lo podemos llamar así– estaba en Sevilla en compañía de Ruy Faleiro, hombre de múltiples saberes pero casi al borde de la locura. Magallanes había decidido romper legalmente todo vínculo con su monarca. Este acto se conocía con el nombre de “desnaturalizarse”. Dejaba de ser súbdito del rey que lo afrentó para serlo de Carlos I de España, a quien juró lealtad y rindió pleitesía. Para todos los efectos, a partir de ese momento, Magallanes será español. Gracias al apoyo de otro portugués al servicio de España, Diego de Barbosa, con cuya hija se casó Magallanes, pudo exponer su proyecto en la corte castellana.

—Una ruta a las Molucas—

Portugal llegó a las Molucas por la ruta de África. España también las codiciaba pero había un problema diplomático. El 7 de junio de 1494 el papa Alejandro VI había dividido el mundo entonces conocido en dos porciones. El hemisferio occidental para España y el oriental para Portugal. Ambas potencias marítimas acataron el fallo en el Tratado de Tordesillas (Valladolid). Magallanes “debía” probar que las Molucas estaban dentro de la jurisdicción hispana. Ese era su gran reto. Añadiremos que los portugueses tenían la costumbre de guardar como secreto de Estado la información cartográfica obtenida en sus viajes descubridores. Magallanes conocía muchos de ellos y por eso cuando el rey Manuel I se enteró de que estaba negociando con Carlos I ordenó a su embajador en España que tomara las medidas más extremas, incluso el asesinato, para silenciarlo por siempre.

Las negociaciones entre Magallanes y los consejeros de Carlos I fueron duras, intensas. Los españoles no podían ocultar que el capitán general y sus numerosos acompañantes portugueses les provocaban una comprensible desconfianza y por eso, entre otras cosas, nombraron veedor general a Juan de Cartagena. El historiador Borja Cardelús dice que la misión de Cartagena era “cuidar de la fidelidad del proyecto y de la del propio Magallanes”. Finalmente se concluyó el acuerdo y el 22 de marzo de 1518 se firmó la capitulación autorizando el viaje a las Molucas.

Luego de febriles preparativos todo estuvo listo y, como ya se dijo, el zarpe tuvo lugar en Sanlúcar de Barrameda. Magallanes sabía, de ello no cabe duda, que era real la existencia de un paso que unía un océano con otro, ubicado al sur del continente americano. El 13 de diciembre llegaron a Río de Janeiro, donde embarcaron agua y vituallas. Magallanes, pese a la oposición de sus capitanes, ordenó seguir costeando hacia el sur. Es entonces cuando estalla un motín que Magallanes sofocó duramente. Varios capitanes y tripulantes rebeldes fueron ejecutados y Juan de Cartagena quedó abandonado en medio de la pavorosa soledad de las costas australes.

—De océano a océano—

Por fin, el 1 de noviembre de 1520 ingresaron en el estrecho al que nombraron “de Todos los Santos”. Emplearon 38 días en cruzarlo a través de un paisaje desolado y grandioso. Una vez en el océano, que bautizaron como Pacífico, navegaron más de cien días sin probar alimentos frescos. Ya entonces el Santiago se había hundido y el San Antonio desertado para volver a España. Solo quedaban tres navíos. El escorbuto y toda suerte de malaventuras afligían a los expedicionarios. Al borde de la desesperación, los nautas arribaron al archipiélago que denominaron Filipinas. En Cebú, Magallanes trabó alianza con el monarca de la isla. Este feliz inicio le hizo forjar ambiciosos planes para el futuro. Desgraciadamente, cuando Magallanes desembarcó en el islote Mactan, con 59 hombres, fue sorprendido por los indígenas y pese a que se defendieron vigorosamente fueron aniquilados. Era el 27 de abril de 1521.

Más y más tragedias se sucedieron dejando como saldo la pérdida de otros 72 hombres. Los sobrevivientes se reunieron en el Victoria al mando de Juan Sebastián Elcano y se lanzaron a la mar. Pudieron llegar a Tidor, en las Molucas, y llenaron la bodega con clavo de olor. Luego atravesaron el Índico y el Atlántico, doblaron el cabo de Buena Esperanza y en una travesía penosísima de más de siete meses colmados de muerte y dolor, el 8 de setiembre de 1522, apenas 18 espectros humanos llegaban a Sanlúcar de Barrameda, desde donde la maltrecha Victoria fue remolcada hasta Sevilla. Habían navegado 14.460 leguas. Eran los primeros hombres que lograban dar la vuelta al mundo. El cargamento de clavo de olor costeó largamente toda la expedición y dejó ganancias. Esta gloriosa hazaña, plena y exclusivamente española, fue la más grande de la era de los descubrimientos quinientistas, como señaló el notable historiador español Francisco Morales Padrón.

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