Un puñado de personas protestó en el centro de Lima días después de la disolución del Congreso. (AP)
Un puñado de personas protestó en el centro de Lima días después de la disolución del Congreso. (AP)
/ Martin Mejia
Farid Kahhat

Se atribuye al exsenador estadounidense Patrick Moynihan la siguiente expresión: tienes derecho a tu propia opinión, pero no a tus propios hechos. Por ejemplo, todos tenemos derecho a creer que la disolución del equivale a un golpe de Estado, pero no a presentar la opinión de una columnista del “The Wall Street Journal” como la posición editorial de ese diario (como hizo “Gestión” en días pasados).

Los hechos en esta materia son claros. No existe un solo medio internacional influyente (incluyendo al “The Wall Street Journal”), cuya opinión editorial califique como un golpe de Estado lo ocurrido en el Perú. Sí existen medios internacionales influyentes (como “El País” de España), cuya opinión editorial sostiene que la disolución del Congreso en el Perú fue una decisión constitucional. Tampoco existe un solo gobierno en el mundo que haya considerado esa decisión como golpe de Estado o, cuando menos, una decisión inconstitucional. Ni existe una sola organización internacional que sostenga que se trató de un golpe de Estado o siquiera una decisión inconstitucional.

Hasta aquí los hechos sobre la respuesta internacional a lo ocurrido en el Perú. Se puede argumentar que esos actores podrían estar equivocados; lo cual, sin duda, cabe dentro de lo posible (aunque parece poco probable dado que su respuesta fue unánime). Se podría argumentar también que solo compete a los peruanos, en general, y al , en particular, decidir sobre la constitucionalidad de las acciones de nuestro gobierno. Pero eso no es estrictamente cierto, porque el Estado Peruano es parte por voluntad propia de acuerdos internacionales que, como la Carta Democrática Interamericana, autorizan a actores externos a pronunciarse sobre esos temas.

A fines de setiembre, cientos de personas exigían en las calles el cierre del Congreso en Lima. (AFP)
A fines de setiembre, cientos de personas exigían en las calles el cierre del Congreso en Lima. (AFP)
/ CRIS BOURONCLE

Por lo demás, fue la propia mayoría del Congreso disuelto la que sometió este tipo de temas a la consideración de actores internacionales, al solicitar la opinión consultiva de la Comisión de Venecia. Se puede argumentar, por último, que algunos actores internacionales tienen su propia agenda. El secretario general de la OEA, por ejemplo, buscaría su reelección en el cargo, lo cual le da incentivos para no alienar a los gobiernos de cuyos votos depende esa postulación. Pero eso también es cierto de constitucionalistas peruanos que se pronuncian sobre la constitucionalidad de la disolución del Congreso sin aclarar que, por ejemplo, uno de ellos representa a Keiko Fujimori ante el Tribunal Constitucional y otro de ellos es abogado del fiscal Pedro Chávarry.

Por lo demás, existen razones para suponer que quienes se equivocan son, cuando menos, algunos entre quienes consideran lo ocurrido en el Perú como un golpe de Estado. Me refiero a quienes, tras las elecciones de 1990, llamaban a un golpe para impedir que Alberto Fujimori asumiera la presidencia, y que en 1992 celebraban el golpe de Alberto Fujimori. O que en 1987 tenían por némesis al gobierno de Alan García por estatizar la banca, y que en el 2006 postulaban que García habría de salvarnos de Ollanta Humala. A este último comenzaron llamándolo con temor ‘nuestro Hugo Chávez’, para terminar llamándolo con desprecio ‘Cosito’.

Ahora consideran que alguien que fue compañero de fórmula presidencial de Pedro Pablo Kuczynski y Mercedez Araoz en representación del mismo partido por el que fue elegido congresista Pedro Olaechea, no puede ser sino un dictador chavista.

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