CARLOS BATALLA
Como toda librera, Chachi no osa recostarse sobre sus libros –como le pedía la fotógrafa–, solo tocarlos o acariciarlos. Para ella la librería lo es todo: es su vida, su pasión. Una locura diaria.
— Aparte de buenos libros, ¿qué debe tener una librería para ser la mejor? El oficio. El librero no es un empresario. Primero hay que saber qué tipo de librería deseas: si es una comercial, que vende best sellers, o con una línea determinada, que ofrece libros de filosofía o derecho, etcétera.
— ¿La librería no es un negocio? No. Es mi lugar de trabajo. Y la ganancia es tan mínima que los que dicen que se hacen millonarios vendiendo libros mienten; deben estar haciéndose millonarios de otra manera. Yo aprendo del libro por ósmosis: me acerco a uno y me contagia su contenido. Cuando siento que el libro es mío, lo pongo en la mesa, ya no en el estante.
— Reivindica un proyecto de librería independiente. ¿Cómo es esta? Es una que tiene su propia línea de trabajo, y no es comercial. En otros países hay editores y libreros independientes agremiados. Pero en el Perú eso no ocurre.
— ¿Por qué El Virrey? Estuvimos dos años sin nombre. Afuera había un cartel rojo con letras blancas que decía ‘libros’, ni siquiera ‘librería’. El nombre El Virrey fue una metida de pata brutal, porque en esa época estaba Velasco Alvarado, y el virreinato y los virreyes no eran bien vistos [risas].
— ¿Estaban solos? No conocíamos a nadie. Yo cerraba la puerta, pero Eduardo la abría, porque decía que así la gente se enteraba de que allí había una librería. Decidimos quedarnos motivados por las editoriales internacionales que se instalaron en Lima. Estaba Grijalbo, Aguilar, Losada, Fondo de Cultura Económica, Seix Barral
— ¿El Virrey siempre buscó ser un centro de cultura? Es que nos interesaba la política. Por eso se convirtió también en un lugar de encuentro, de diálogo; sin embargo, fuimos muy discretos, nos mantuvimos como una familia de libreros y promovimos también la tertulia literaria, como hasta hoy. Eduardo iba al Centro de Lima para conversar, además, con un gran librero como era Juan Mejía Baca, a quien admiraba muchísimo.
— El librero tiene la virtud de la paciencia. ¿Usted la tiene? Esa era una cualidad de mi esposo. No es mi caso. Yo soy una librera que intuye qué es lo que quiero leer y qué me gustaría que mi librería ofreciera. Solo puedo vender libros, es lo único que sé hacer.
— ¿Y qué lee? Libros de política, medio ambiente, historia, filosofía, poca literatura. El librero nunca termina un libro. Solo lee dos o tres capítulos y ya tiene una noción del volumen, y a veces revisa el índice para lo mismo.
— Sur se inauguró en 1991. ¿Por qué demoraron 18 años en abrirla? Una librería de viejo se abre cuando tienes muchos libros. Eduardo iba a la avenida Grau en Lima o a Magdalena del Mar, donde vivían familias que vendían, también a provincias por bibliotecas completas. Compramos, recuerdo, la biblioteca de divulgación de Racso [Óscar Miró Quesada], quien la había donado a San Marcos, pero estaban años en unas cajas enormes. Entonces Eduardo la compró. Cuando tienes la trastienda repleta de libros, ya estás en condiciones de abrir otra librería.
— ¿Es verdad que Vladimiro Montesinos visitaba su librería? Venía todos los sábados. En ese tiempo nadie lo conocía aún. Llegaba acompañado de su novia Grace, una gringa altísima, secretaria de Sylvio Mutal, entonces director de la oficina de la ONU en el Perú. A Montesinos le gustaban las biografías y los temas políticos y militares. Era un gran admirador de Joseph Fouché. Cuando lo denunciaron en Caretas supimos quién era. La revista incluso nos pidió que le avisáramos si llegaba, porque no había fotos de él.
— Durante el gobierno de Fujimori, ¿siguió viéndolo? Luego de la muerte de Eduardo en 1995, Vladimiro me invitó una vez a su oficina para escuchar las grabaciones de los interrogatorios de Abimael Guzmán. Le tenía una gran admiración, y hasta le compraba libros.
— ¿Nunca negaron el pase a nadie? A nadie, salvo a un ladrón. Una vez, un sujeto que era diputado y que luego salió en un escándalo de Las Suites de Barranco estaba robando un libro. Eduardo, que siempre andaba con su bufo [pistola], lo vio y se acercó a él. Comprobó que había sacado un ejemplar de la vitrina. Entonces le puso el bufo en la sien y lo botó. Pero lo peor fue que en la jardinera de al lado había ocultado varios libros. Esa fue la única persona que nunca más pudo entrar.
— Dejar el local de San Isidro fue una ruptura. Pensé que ese cambio me iba a destrozar, porque se rompieron muchas cosas a todo nivel. Era comenzar una nueva etapa que no busqué; las circunstancias me llevaron a ella. Muchos pensaron que como librera no superaría el reto. ¡Y ya vamos a cumplir tres años! Y algo importante: aquí hago lo que me gusta hacer.
CHACHI SANSEVIERO Tengo 68 años y nací en Asunción, Paraguay, aunque fui adoptada por Uruguay. Allí viví desde muy niña, y estudié primaria en el colegio Simón Bolívar y el Liceo de Tacuarembó, luego Servicio Social en la universidad. Mi mayor defecto es que soy autoritaria. Mi mayor virtud es ser buena amiga. Aprecio las cualidades de la gente que conozco. Admiro a muchos. No me gusta sujetarme a una sola persona. Esta semana la librería El Virrey, que fundé en 1973 junto con mi esposo, Eduardo Sanseviero, cumplió 40 años de actividad ininterrumpida.