Las imágenes le dieron la vuelta al mundo: el acusado, Efraín Ríos Montt, con audífonos, escuchando la traducción del maya Ixil. Los testigos de la fiscalía con los mismos artefactos, oyendo la traducción del español.
De alguna manera, esas imágenes encapsulan lo que ocurre en ese país centroamericano: un hombre que fue Jefe de Estado necesita de traductores para entender a muchos de sus compatriotas. Y viceversa.
Ahora, ese hombre se convirtió en el primer exmandatario en ser condenado por genocidio en un tribunal nacional. Y esos indígenas celebran una de las pocas ocasiones en que, desde un representante del Estado, se apoya de tal manera sus derechos.
Pero la profunda división sigue allí.
¿SÓLO UN ALFIL? Con todo lo que se ha mencionado el nombre de Ríos Montt en los últimos meses, algo que sorprende es que muchos de los guatemaltecos consultados lo definen como una figura menor dentro de todo este entramado.
Según dijo a BBC Mundo Antonio Ixtot, periodista de Prensa Libre , Ríos Montt ya no tiene ningún peso real en Guatemala y su partido político está muerto.
Es algo en lo que coincide el sociólogo Edelberto Torres Rivas , uno de los intelectuales más respetados de Guatemala y Centroamérica.
De los generales vivos de esa época es probablemente el que menos respaldo tiene dentro del ejército. Tuvo problemas con el ejército cuando el golpe de Estado del 82, tuvo problemas con la oligarquía, con su propia iglesia, dijo a BBC Mundo.
Hay quienes creen que, precisamente por esa debilidad, fue posible llevar adelante un juicio que muchos como Torres Rivas consideran histórico: su figura problemática se deslizó por los intersticios de un sistema que, hasta ese momento, había sido granítico.
NO ES GENOCIDIO Gustavo Porras, exdirigente del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP la guerrilla que actuaba en las zonas donde se cometieron las matanzas) y uno de los arquitectos del Proceso de Paz de 1996, no cree que el juicio sea histórico. Y dice con ironía el gran logro ha sido meter a un anciano de 86 años en su casa para que ahí se muera.
Porras es, junto al diplomático y académico Eduardo Stein, uno de los principales críticos del juicio a Ríos Montt. Sus opositores los llaman, con sorna, los exfuncionarios. Stein fue vicepresidente y canciller. Porras, secretario privado de la presidencia.
Durante el proceso judicial fueron dos de los 12 firmantes de una carta abierta titulada Traicionar la paz y dividir a Guatemala, en la que decian que el juicio por genocidio implicaba serios peligros para nuestro país, incluyendo una agudización de la polarización social.
Tras el fallo, ¿sigue Porras pensando lo mismo? En estos 16 años desde la firma de la paz se había logrado un cierto ambiente de armonía. Eso se ha venido abajo con esta radicalización absurda, asevera a BBC Mundo.
Insiste en que no puede ser llamado genocidio lo ocurrido en la época en que él mismo era comandante guerrillero. No es una cosa de opinión, sino de la realidad que nosotros vivimos. Nunca, a lo largo del enfrentamiento armado, ni durante las conversaciones de paz, ni jamás dentro de la izquierda se habló de que hubiera habido genocidio.
Y remata: La guerrilla, el EGP sobre todo, operó en un área donde los indígenas eran el 97% de la población. Y con el ataque del ejército a la base de la guerrilla, por supuesto que las víctimas fueron fundamentalmente indígenas. No minimizamos, ni mucho menos, la represión ni la crueldad con la que se actuó. Pero no fue por motivos étnicos.
El razonamiento es que, detrás del la condena de genocidio, se puede venir el enjuiciamiento no sólo de individuos, sino del ejército y del propio Estado Guatemalteco.
LAS VÍCTIMAS El abogado Edwin Canil no cree que Ríos Montt sea una figura menor. Es una persona con mucho poder, que representa a cierta sector del país. Si fuera sólo un chivo expiatorio no se hubieran presentado las reacciones que se dieron, aseveró a BBC Mundo.
Y cree con firmeza que lo que ocurrió fue genocidio: cuando tenía seis años vio cómo toda su familia, de la comunidad maya ixil, era asesinada por soldados. Fue el único sobreviviente.
Treinta años después, Edwin Canil fue uno de los abogados de la parte acusatoria. Para mí fue algo increíble. Siempre mantuve una cierta duda con el sistema de justicia de Guatemala, sobre si podría aguantar un caso de este calibre. Finalmente pudo. Fue asombroso.
Luego de ver centenares de folios con pruebas, de escuchar decenas testimonios y sus propios, vívidos, recuerdos, a Canil no le cabe ninguna duda de que hubo genocidio. Hay documentos que muestran que, para el Estado, los indígenas eran peligrosos.
EL PASADO,PRESENTE El juicio contra Efraín Ríos Montt parece haber despertado algunos dragones del pasado en Guatemala.
Se nota, por ejemplo, en el regreso de un lenguaje típico de la Guerra Fría y el anticomunismo, como el de grupos que achacan todo a una conspiración marxista desde la Iglesia católica.
Pero también en cómo se empiezan a alentar temores que Canil considera centenarios entre la población mestiza y ladina de que ahora los indígenas mayas van a buscar su autonomía y a desmembrar el país.
Otro dragón que resopla furioso es el del proceso de paz, firmado en 1996 y finiquitado con una amnistía general a militares y guerrilleros a la que el escritor guatemalteco Francisco Goldman llama piñata de autoperdón en El Arte del Asesinato Político, su monumental investigación sobre el asesinato del obispo Juan Gerardi.
Es difícil decir que con la firma de los acuerdos hubo reconciliación, dice el sociólogo Edelberto Torres Rivas. A partir de su cumplimiento debió llevarse a cabo el proceso de reconciliar una sociedad. Creo que no se ha logrado plenamente.
Para algunos, el proceso judicial y la condena ha servido para que la sociedad guatemalteca mire al más feroz y antiguo de todos sus monstruos: el racismo y la exclusión de sus comunidades indígenas.
¿Y AHORA? En la carta abierta Traicionar la paz y dividir a Guatemala, la docena de firmantes advertía que si se producía la condena por genocidio implicaba el peligro inminente de que la violencia política reaparezca.
A esto, el escritor y poeta guatemalteco Otoniel Martínez responde que el fallo no se ha dado en medio de un país pacífico. Cuando este grupo de exfuncionarios se pronuncian, están hablando de una paz institucional que sólo ellos estaban viendo.
Sinceramente no creo que esto sea la chispa que incendie la pradera, sino que ratifica una necesidad que tiene el aparato estatal de legitimación. La chispa se encendió hace mucho y la firma de los acuerdos de paz fue una mala manera de apagarla, dijo a BBC Mundo.
Torres Rivas, sin embargo, cree que se está cuajando una crisis muy fuerte dentro de los sectores más conservadores y no descarta que se puedan producir asesinatos políticos selectivos.
Por ahora, con la orden de la juez Jazmín Barrios de que sigan las investigaciones de las matanzas de principios de los 80, es poco probable que las aguas se calmen. Durante el juicio un exmiltar, testigo de la fiscalía, acusó al actual presidente, el ex general Otto Pérez Molina, de ser cómplice.
Sólo los años dirán si, como confían algunos, de este proceso saldrá una Guatemala en la que un día su presidente no necesite de traductores para entender a buena parte de sus compatriotas.
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