Huyendo en el mundo: La travesía de refugiados y migrantes
Huyendo en el mundo: La travesía de refugiados y migrantes
Milagros Asto Sánchez

En todos los casos el viaje comienza igual: existe un motivo para huir y un destino que es visto como un lugar mejor que el que se deja atrás. Se trata de la travesía de y migrantes en todo el mundo que muchos conocen solo como cifras en estadísticas cada vez más alarmantes.

De hecho, el número de personas desplazadas por la fuerza en el planeta aumentó un 9,7% entre el 2014 y el 2015, y en más de 50% en los últimos cinco años, según la Agencia de la ONU para los Refugiados.

Del total de desplazados, 21,3 millones eran refugiados (buscan ser acogidos en otros países por situaciones de riesgo en sus naciones), 40,8 millones eran desplazados internos (huyen sin cruzar fronteras internacionales) y 3,2 millones eran solicitantes de asilo (piden que se reconozca su condición de refugiados). 

–Sueños ahogados–
Los chalecos salvavidas y los restos de botes que flotan en el Mar Mediterráneo se han convertido en símbolo de esa situación. Hace unas semanas, Modoulamin Camara, un joven carpintero nacido en Gambia, se subió a un precario barco abarrotado de viajeros y partió a Italia desde Libia, la ruta más letal para llegar a Europa. 

Pero Camara tuvo suerte. 

“Gracias a Dios estoy vivo, aunque hemos sufrido mucho”, dijo a la agencia AFP tras arribar a Sicilia. 

Paula Farias, española de madre arequipeña, trabaja en el mar, a unos 50 kilómetros al norte de Libia, donde se produce la mayoría de los naufragios. Como coordinadora de las operaciones de rescate de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el Mediterráneo, Farias afirma que todos “los africanos, afganos y sirios que salen de Libia saben que van a ser maltratados por traficantes de personas, pero parten porque no tienen otra opción”. 

“A mí me impacta cuando los niños se quitan la camisa y ves que tienen señales de tortura. Recuerda a siglos pasados lo que estamos viendo en el Mediterráneo”, afirmó a este Diario. 

Sin embargo, el infierno en el Mediterráneo no es el único. 

–Drama mundial–
Una terrible crisis de refugiados tiene lugar en este preciso momento en un remoto desierto entre Jordania y Siria. En esa zona, conocida como la ‘berma’, más de 75.000 sirios que huyen de la guerra que desangra a su país están varados sin comida ni recursos en dos asentamientos informales que han crecido exorbitantemente desde octubre del 2015. 

Pero no se trata solo de problemas actuales. Una de las emergencias más antiguas ocurre en el sureste de Asia con la etnia rohingya, una minoría musulmana que vive en Birmania desde hace siglos, pero cuyos miembros no son reconocidos como birmanos, sino como inmigrantes ilegales por los budistas –mayoritarios en Birmania–. Los rohingyas han tenido que huir a Bangladesh y otros países cercanos, donde también son excluidos. 

La situación en África no es nada mejor. En ese continente, Dadaab ostenta el título del campamento de refugiados más grande del mundo. Fue creado en 1991 en el desierto de Kenia para albergar a los somalíes que huían de la violencia en su país. Hoy, más de 350.000 personas subsisten ahí. “Dadaab no es un camino de rosas, pero sí el paraíso comparado con Somalia”, dijo un refugiado a MSF. 

Miles de kilómetros al oeste, en Nigeria, la violencia generada por los terroristas de Boko Haram ha arrasado aldeas completas obligando a los nigerianos a huir de sus casas tanto a otras zonas de su país como a Camerún, Chad y Níger. “Muchos llevan entre 12 y 18 meses atrapados en enclaves sin comida. Es una realidad devastadora”, contó desde Nigeria a El Comercio Llanos Ortiz, responsable de la Unidad de Emergencias de MSF. 

Pero no hay que ir tan lejos para ver esa realidad. Miles de centroamericanos continúan pagando a traficantes llamados “polleros” o “coyotes” para que los lleven a EE.UU. “Quedan varados en el camino, principalmente en México. Muchos salen de situaciones de violencia y luego, cuando llegan a otro país, encuentran rechazo”, afirmó Bertrand Rossier, jefe de misión de MSF en México. 

Precisamente, el rechazo parece ser la maleta más pesada que cargan quienes huyen en busca de sobrevivir.  

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