(Foto: Reuters)
(Foto: Reuters)

El año 2011 empezó con un remezón en las redacciones de los diarios del mundo entero: la filtración de documentos relevantes del Departamento de Estado de EE.UU., por parte de , prometía traer mucha cola.

El Comercio no era ajeno a este ajetreo mediático y quien con más intensidad lo vivió fue Rossana Echeandía, quien entonces se desempeñaba como la editora de la Mesa Central de este Diario. La aventura periodística de cómo terminó estando cara a cara en febrero de ese año con , el fundador de WikiLeaks, bien merece contarse.  






—¿Cómo surge la posibilidad de encontrarse con Julian Assange o, en todo caso, de entrar en contacto con WikiLeaks?

Todo empezó un domingo de enero del 2011 en la noche, volvía de la playa por la Panamericana Sur cuando sonó mi celular, era una persona amiga que me avisaba de que tenía un contacto de prensa extranjera que quería hablar con alguien de El Comercio, así que quería saber si podía darle mi número. Se lo di y al día siguiente, muy temprano, sonó de nuevo mi celular. Una persona preguntó por mí y me dijo si estaba al tanto de las publicaciones de WikiLeaks

—Imposible no estarlo en ese momento

Así es. Le dije ‘cómo no, soy periodista’. En esos días de comienzos del 2011 hasta cinco importantes periódicos del mundo ya estaban sacando a la luz los WikiLeaks. Yo recuerdo que iba a la sección Mundo a atormentarlos preguntándoles por los WikiLeaks, y me decían que no había manera ni forma de llegar a ellos, más allá de lo que publicaban esos cinco medios, entre los que estaban “The Guardian” (Gran Bretaña), “El País” (España).

—¿Y qué te ofrecía esa persona?

Bueno, entonces creo que yo los llame por telepatía. Me dijo que era de WikiLeaks y que si me interesaba tener información. Ya habían salido cosas relacionadas con Alan García, pero el resto de información todavía no. Tras varias idas y vueltas -en que los perdía de vista para desesperación mía, se me desconectaban y no sabía si me iban a mandar o no información- los primeros días de febrero me dijeron que necesitaban que fuese a Londres.

—¿De inmediato?

Esa era la idea, les dije que no había problema, pero que sería más fácil mover a uno de nuestros corresponsales o colaboradores en Europa. Me dijeron que no: ‘Tú o nadie’, así de tajantes. Y bueno, pues, me fui a Londres. Muy pocas personas en el Diario lo sabían, hicimos todos los planes con mucho cuidado y sigilo. Ellos me dijeron que cuando llegara a Londres me iban a llamar para darme instrucciones.

—Como en una película de espionaje…

Era todo muy emocionante. Hacíamos bromas sobre lo que iba a pasar si me secuestraban. No sabía a ciencia cierta a lo que iba, ‘y si me dan los cables impresos, cómo voy a traerlos todos en mi maleta’ decía yo, hacía mil y un conjeturas sobre lo que iba a pasar. Al llegar al hotel, me llamaron y me citaron al día siguiente a las 10 a.m. en una dirección.

—En la cual te encuentras, por fin, con Assange…

No, espera. A la mañana siguiente me desperté al alba por los nervios y la adrenalina, llego en un taxi, toco el timbre y la puerta daba a una escalera. Al subir me encuentro en un espacio grande, era una especie de bar. ‘Espera que van a venir por ti’, me dijo una chica, se ponían todavía más misteriosos todavía, a la gente que sabía esto en El Comercio yo les pasé la primera dirección por si ocurría cualquier cosa, pero no iban a tener la dirección del nuevo sitio.

—¿Y ese nuevo lugar dónde era?

No tenía la menor idea de en qué parte de Londres iba a ser, en ese momento Assange estaba bajo detención domiciliaria, así que asumo que este era el sitio donde él estaba bajo arresto. Al llegar ahí empezamos una reunión con gente de WikiLeaks, uno de los cuales era un finlandés que era su brazo derecho. Me alcanzaron una hoja de compromiso.

—¿Una hoja de compromiso de qué?

En ella El Comercio se comprometía a publicar toda la información en su versión digital. El Diario lo cumplió al pie de la letra, publicamos absolutamente todas los cables y para el papel solo lo más importante. Además, también me habían pedido que llevara una PC para instalarme un programa.

Rossana Echeandía en la época en que se desempeñaba como editora de la Mesa Central. (Foto: El Comercio)
Rossana Echeandía en la época en que se desempeñaba como editora de la Mesa Central. (Foto: El Comercio)

—¿Y cuándo aparece en escena Assange?

Estaba revisando esta hoja de compromiso cuando se abre una puerta y entra un ‘pata’ del cual me sonaba su cara. Bueno, pues, era Julian Assange. Fue inesperado en ese momento, no pensaba que lo fuera a ver.

—¿En serio no tenías esperanzas de que lo ibas a ver?

Es que cuando me dijeron que iba a Londres, yo respondí que con un fotógrafo, pero ellos me espetaron que no, que solo debía ir yo, que no podía hacer fotos ni nada, entonces no tenía esa seguridad. Igual yo llevé mi cámara a la reunión.

—¿Cuánto tiempo estuvo Assange en la mesa con ustedes?

Calculo que habrá estado con nosotros entre 15 y 20 minutos, conversamos del Perú. Recuerdo que en esa época estábamos con el escándalo de los ‘petroaudios’, y él estaba bastante enterado del tema, aunque sin darme opinión o comentarios personales del asunto. Hablamos de la situación política del Perú y de Machu Picchu, que era uno de los lugares que querría visitar en algún momento, lo típico en este caso.

—¿Qué te dieron esa reunión?

No recibí ningún cable en la mano, lo único que me dieron fue un USB con un programa que, cuando llegara a Lima, tenía que instalar y recién ahí tendría acceso a toda la base de datos.

—¿Cuál fue la impresión que te dejó el fundador de WikiLeaks?

En todo sentido era un tipo extraño, muy atractivo en el sentido literal de la palabra. Era un tipo especial, no solo por el pelo casi blanco sino que irradiaba una personalidad especial. Siendo una de sus habilidades especiales la del mundo virtual, pues tenía una actitud como de que vivía en otra dimensión.

—¿Inteligente además?

Cuando te hablaba tú sentías que el tipo sabía mucho más de lo que te estaba diciendo, yo calculo que debe ser un hombre brillante para haber podido llegar a esas profundidades del manejo de información. Para esa reunión se había dado el trabajo de enterarse de lo que pasaba en el Perú, porque no creo que nuestro país haya sido una de sus preocupaciones constantes.

—¿La posibilidad de una entrevista siquiera corta te la negó él mismo?

Casi de inmediato en que se sentó le pedí una entrevista, pero me dijo que no podía ser porque la detención domiciliaria se lo impedía. No podía declarar ni tomarse fotos porque ello significaría que se estaba reuniendo con la prensa, y que eso podría traerle complicaciones.

—¿Cuál es tu visión de Assange ahora, con todo lo que ha pasado en estos ochos años desde aquel encuentro?

Él empezó una era, la de entrar a un rincón oscuro al que nadie había entrado, no estoy diciendo si era bueno o malo, solo el hecho objetivo de que lo hizo. Al hacerlo, probablemente violando reglas y saltando sobre los derechos de otros, logró descubrir delitos serios cometidos por militares estadounidenses. En realidad, lo que conseguimos sobre el Perú fue más bien anecdótico, no había nada espectacular, lo del ego colosal de Alan o los comentarios burlones sobre Humala, pero nada de fondo como en otros sitios. En una etapa de crecimiento del mundo virtual, reveló las debilidades y rendijas por donde otras personas podían meterse para bien o para mal. Es un tipo polémico, sin duda. Meterse en su cabeza debe ser muy complicado.

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