El cuerpo es tuyo, la mente le pertenece al Gran Líder. Habla Kim Joo-il, un ex capitán del ejército norcoreano que desertó en 2005.
En conversación con BBC Mundo, Kim, quien vive en Reino Unido desde 2007, explica por qué el lavado de cerebro que según dice sufrió él y experimenta la mayoría en Corea del Norte lleva a que los norcoreanos quieran ir a una guerra en medio de la tensión que vive la península.
Tanto los civiles como los soldados sufren por la situación económica. Y quieren cambiar eso. Van a morir de todos modos así que, ¿por qué no tener una guerra?, afirma Kim, quien una y otra vez –en una charla que brindó la semana pasada en la sede de la BBC en Londres– hizo hincapié en el lavado de cerebro.
Allí está, dice, la explicación de que la sociedad no vea con malos ojos la retórica encendida de su líder, Kim Jong-un, quien desde que la ONU impuso en marzo nuevas sanciones al régimen por su ensayo nuclear ha puesto, en base a acciones y amenazas, en alerta a Estados Unidos y Corea del Sur, y a su aliado China.
Les enseñan a pensar que pasan hambre por culpa del mundo exterior. Y necesitan un arma nuclear para luchar y dejar atrás las dificultades. A las autoridades, que están cómodas en sus puestos y con su estilo de vida, les sirve hablar de conflicto: distraen a la gente, intentan que olviden que comen una vez al día, pero no quieren concretar sus amenazas porque buscan forzar el diálogo con otros países para recibir ayuda.
Kim resume así su opinión sobre los motivos detrás de esta escalada.
SOMOS RAROS Es natural ver que somos raros porque no conocemos el mundo exterior y el mundo exterior no nos conoce a nosotros, no saben lo que pasa adentro, dice Kim, de 40 años.
Corea del Norte es un régimen impenetrable, salvo excepciones.
Kim es una de ellas. A los 32 años consideró que ya había tenido suficiente y decidió ser uno de los casi 30.000 desertores del régimen, 23.000 de los cuales se estima viven en Corea del Sur.
Bajo el mandato de Kim Jong-un, quien alcanzó el poder a fines de 2011 a los 27 años tras la muerte de su padre Kim Jong-il, activistas de derechos humanos y funcionarios surcoreanos aseguran que se ha complicado aún más abandonar el país, señala el diario estadounidense The New York Times.
Según el periódico, la pobreza generalizada de los norcoreanos hace que sea casi imposible reunir el dinero para pagar por su escape. Y el endurecimiento de los controles en la frontera con China hizo que el año pasado se redujera un 44% la cantidad de refugiados norcoreanos que llegaron a Corea del Sur, que totalizaron 1.509.
Cruzar el límite entre Corea del Norte y Corea del Sur implica atravesar la Zona Desmilitarizada de Corea, de 238 km de longitud y 4 km de ancho. Tarea casi imposible.
Para quienes dejan el país huir es el primer paso hacia la libertad. Pero una vez allí los recuerdos del pasado suelen perseguirlos.
Estaba tan adaptado al ambiente que era natural ver morir a familiares y amigos de inanición. Solo cuando deserté, en ese momento me di cuenta de lo doloroso que había sido, le dice a BBC Mundo a través de una intérprete.
Pero eso ni siquiera es su peor recuerdo. Habla de la pesadilla de una vida sistematizada.
Recuerda una vida de dificultades económicas. Una frase que se queda corta con la realidad. Se estima que hasta tres millones de personas murieron en la hambruna que afectó al país entre 1994 y 1998.
IDOLATRAR AL LÍDER Como capitán del ejército, al cual se había unido en 1992, debía recorrer distintas partes del país, visitar a soldados en remotos puestos. Empezó a comprender la magnitud del horror, los excesos del régimen, el sufrimiento generalizado. Y el lavado de cerebro.
Ese que comienza en la escuela, donde un tercio del programa estudios está dedicado a la idolatría. En ese entonces, del Gran Líder, del fundador de la República, Kim Il-sung, abuelo del actual líder.
Una idolatría que contamina el día a día, en la que una vez a la semana se deben citar de memoria las enseñanzas del Gran Líder, fallecido en 1994 tras un mandato de 46 años, y donde en la escuela los problemas de aritmética se hacen con la cantidad de tanques estadounidenses destruidos a manos de soldados norcoreanos.
Importa, cuenta Kim, mostrarse fiel al régimen, y no el conocimiento que se pueda tener en química, por ejemplo: basta destacarse en la idolatría para llegar a la universidad.
No había información del mundo exterior, no había forma de cuestionar lo que nos decían, dice.
Pero Kim quería ver qué había más allá, cómo era ahí afuera. Empezó a pensar en desertar, pero el miedo lo paralizaba. Cuenta que fueron tres intentos antes de concretarlo.
Cada vez que antes de intentar llegar a la frontera con China pasaba por casa de sus padres, en la provincia limítrofe de Hamgyong del Norte, se resistía a abandonarlos. No podía, consciente de que ser descubierto no sólo implicaba su ejecución sino el castigo para su familia.
Cuando logró vencer los temores, cuando logró desertar, evitó pasar por la casa de sus padres para una despedida. Tenía 32 años. Ellos siguen en Corea del Norte, junto a su hermana y hermano.
Se necesita coraje. Y curiosidad, dice en su tono tranquilo, con una voz casi apagada. Quería ver qué había afuera. Pero su curiosidad se limitaba a China.
Nunca pensó que dos años después estaría en Londres. Nunca pensó que antes pasaría por Vietnam, Camboya y Tailandia.
Todavía recuerda las sensaciones del escape. Se le ilumina, por primera vez, la cara. Deja atrás por un momento su voz monocorde.
Y cuenta que una noche de agosto de 2005 nadó cuatro horas por el río Tumen y llegó a un huerto. Manzanas en todos lados. Manzanas en árboles. Manzanas en la tierra. Una escena impensada en su país: nadie las dejaría sin comer. Apenas puse un pie en China, me di cuenta de que había tomado la decisión correcta.
Afirma que nunca se arrepiente de haber partido, pero se apena por su familia. Y todavía teme por ella.
SE NECESITA SACRIFICIO Pero para reconstruir a Corea del Norte –explica– se necesita sacrificio. Y si yo no me sacrifico, no puedo pedir el sacrificio de los demás.
Kim vive junto a su esposa y dos hijos en New Malden, una pequeña localidad al oeste de Londres.
Es uno de los poco más de 600 refugiados norcoreanos registrados en Reino Unido. Desde aquí dirige la publicación digital Free NK, un diario para la democracia en Corea del Norte. Y a la distancia, busca un cambio de régimen.
Corea del Norte puede colapsar por tres factores, sostiene: con un movimiento al estilo de la Primavera Árabe, por la acción de la fuerza de las potencias extranjeras (China incluida) o través de los medios de comunicación y los desertores.
Se necesita una revolución, pero la gente precisa una iluminación. Tiene que haber una combinación para que exista una revolución democrática adecuada, es difícil que pase ahora, dice.
Y si va a haber un cambio, añade, lo más probable es que venga de la mano de otros como él.
Los desertores queremos cambiar Corea del Norte, es la forma ideal de hacerlo. Sabemos qué está pasando, si nos podemos organizar, podemos alcanzar a la sociedad norcoreana.