Nelson Mandela se transforma en el primer político que será extrañado.

Un título que destacó por su irónico ingenio entre los de miles de artículos sobre la vida y el legado que han sido publicados tras la muerte del ex presidente sudafricano de 95 años, ocurrida este jueves.

La ironía de semejante encabezado no proviene, lógicamente, de los medios serios, que no pueden permitirse ese lujo ante la pérdida de uno de los mayores estadistas que dio el siglo XX. Pertenece al sitio de internet satírico The Onion (La Cebolla), que se autodefine con humor como la más destacada fuente de noticias de Estados Unidos.

Como suele ocurrir con el humor y con las cebollas una capa siempre esconde otra capa más profunda, y The Onion con su título destaca lo que parece un imposible: la existencia de un líder político al que no se puede criticar.

La revista británica The Economist, una de las publicaciones que aún honra el arte desfalleciente de escribir obituarios, titula su nota de Mandela con la frase Un gigante que se fue, pero es el pie de foto que ilustra la nota el más interesante: La grandeza de Mandela nos desafía a todos.

Quizás el desafío mayor sea escribir su obituario sin caer en la elegía.

El mismo Mandela fue consciente de los peligros de su idealización cuando expresó que una de sus principales preocupaciones en prisión era la falsa imagen que involuntariamente proyectaba al mundo exterior: Ser considerado como un santo que nunca fui, incluso si se define a un santo como un pecador que sigue intentándolo.

Pero es necesario recordar que ni sus 27 años en prisión ni su lucha contra un régimen violento que imponía a fuego la discriminación racial, lo salvaron a Mandela en el pasado de estar libre de críticas.

LA ETIQUETA DEL TERRORISMO En el Reino Unido, el periódico The Independent titula este viernes uno de sus artículos sobre Mandela con la frase: De terrorista a tomar té con la Reina. La publicación recuerda algunas de las declaraciones más controvertidas de políticos británicos en contra del ex líder del Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés).

El ANC es una típica organización terrorista cualquiera que piense que ellos pueden gobernar Sudáfrica vive en una fantasía, vaticinaba en 1987 la ex primer ministra británica Margaret Thatcher, siete años antes de que el ANC llegara al poder con Mandela como candidato.

En abril de 1990, según publica The Independent, Mandela visitó Londres y no se entrevistó con Thatcher. El legislador conservador Terry Dicks se preguntó entonces: ¿Cuánto tiempo más se va a permitir la primera ministra ser pateada en la cara por este terrorista negro?

Otro parlamentario conservador, Teddy Taylor, dijo a medidados de los 80 que Nelson Mandela debería ser ejecutado. Aunque luego aclaró que el comenterio era en tono de broma, el editor político del diario, Anthony Bevins, y el periodista Michael Streeter recuerdan que dos años atrás Taylor admitió que desafortunadamente aún consideraba como terrorista a Mandela.

Del otro lado del Atlántico, el escritor Peter Beinart escribe en el sitio de internet The Daily Beast que ahora que está muerto y no puede provocar más problemas, Nelson Mandela es recordado por todo el espectro político como un santo, pero no mucho tiempo atrás, en los círculos más selectos de Washington, él era considerado un enemigo de Estados Unidos.

A menos que recordemos por qué, no estaremos realmente honrando su legado, concluye Beinart.

El autor recuerda que en los años 80, Ronald Reagan colocó al ANC en la lista oficial de grupos terroristas (lo que recién fue corregido en 2008, poco antes del cumpleaños número 90 de Mandela) y que el exvicepresidente Dick Cheney fue uno de los principales opositores a los proyectos que se debatían en el Capitolio en contra del régimen sudafricano que impuso el sistema de segregación racial conocido como el apartheid y encerró al que luego sería Premio Nobel de la Paz.

COMUNISMO, PALABRA PROHIBIDA Como recuerda The Economist en su obituario, Estados Unidos siempre desconfió de las relaciones de Mandela con países enemigos de Washington como Cuba, Libia y Siria.

Con su característico coraje, él criticó abiertamente a Sani Abacha, un dictador corrupto y brutal de Nigeria en los 90, rompiendo el lamentable código de que ningún mandatario africano podía criticar a otro jefe de gobierno del continente. ¿Hizo lo mismo con Fidel Castro o Muamar Gadafi? No. Esos hombres habían apoyado la causa anti-apartheid por mucho tiempo, y para Mandela la gratitud a sus amistades leales era más importante que cualquier otra consideración. Los estadounidenses estaban en shock.

En este párrafo se muestra una dinámica que parece dominar los obituarios de Mandela en los medios británicos, el mencionar tímidas críticas a ciertos aspectos de su vida para luego justificarlo.

Dice el The Economist: Como político, y como hombre, Mandela tenía sus contradicciones. No era ni un genio ni, como lo reconocía él mismo en varias ocasiones, un santo. Algunos de sus primeros escritos eran banales y dispersos textos marxistas, pero añade que aunque el sentido de furia del que estaban imbuidos era justificable y el carisma de Mandela era evidente desde su juventud.

La publicación también recuerda que las ideas sobre el comunismo del ex presidente no eran muy evolucionadas; que en los 50 tenía fotos de Lenin y Stalin en las paredes de su casa de Orlando, cerca de Johannesburgo; y que hizo causa común con el partido comunista sudafricano, además de una profunda amistad con su líder, Joe Slovo.

Pero añade que el mismo Mandela insistía que no era comunista, que nunca mostró ninguna intención de imponer un modelo soviético y que hablaba con admiración de las instituciones británicas a tal punto de llamar al Parlamento de este país la institución más democrática del mundo.

Tal vez la crítica política más dura de esta publicación semanal a la figura de Mandela fue su incapacidad de ver que la decisión de abandonar la no violencia en la lucha emprendida por el ANC le iba a acarrear a esta agrupación más problemas (como pérdida de cierto apoyo del exterior) que beneficios (nunca hubo una verdadera presión de índole militar contra el gobierno blanco). Pero sin él la transición política hubiese sido ciertamente un verdadero desastre.

UN MUNDO SIN HÉROES Los problemas familiares de Mandela parecen más sencillos de abordar al momento de buscar sus imperfecciones, no solo porque siempre estuvieron a la vista (sus tres matrimonios, la muerte de tres de sus hijos, los escándalos de su segunda mujer) sino porque el mismo Mandela los reconoció públicamente.

Parece que el destino de los que luchan por la libertad es tener vidas personales inestables ser el padre de una nación es un gran honor, pero ser el padre de una familia es una alegría mayor. Un trabajo que ejercí demasiado poco.

Pero otras áreas permanecen más oscuras, como su limitación para enfrentar la lucha contra el SIDA durante los años de su presidencia. The Economist trata de justificar esta dificultad en los 27 años que Mandela pasó en prisión. Quizás porque estuvo detrás de los barrotes durante la década del 60 y su revolución sexual, o porque sus muchos años de aislamiento lo desacostumbraron a la compañía de una mujer, o por un elemento de reserva personal de su carácter desde su infancia.

Finalmente, lo hizo, apoyando abiertamente en 2002 a los activistas que peleaban por un mayor suministro de drogas (antivirales) frente a la tenaz resistencia del presidente Thabo Mbeki. Un hombre de un menor calibre hubiese permanecido en silencio.

GUSTO POR EL JET SET Con la misma dinámica, el diario británico The Guardian recuerda el apego de Mandela por el glamour de los multimillonarios. Sus vacaciones en la isla caribeña del empresario irlandés Sir Tony O´Reilly, quien luego se quedaría con el control del mayor grupo de medios impresos sudafricano; el casamiento de su hija Zinzi en una boda cuyo anfitrión fue Sol Kerzner, un empresario vinculado al mundo de los casinos; sus estancias en casas de hombres de negocios y sus vuelos en los aviones privados de estos millonarios.

En sus discursos, él solía jactarse de su habilidad de ordeñar a los hombres de negocios para las buenas causas. Pero en ciertas ocasiones, hubo sospechas de cuán buenas o más específicamente, cuán independientes de sus propios intereses eran esas causas, escribe el periodista David Beresford.

Pero luego añade que el líder sudafricano nunca mostró ningún signo de avaricia personal. Él recortó su sueldo presidencial cuando llegó a la presidencia, luego recortó otro tercio para una donación regular a un fondo de niños. La prisión, en cierto sentido, le enseñó que las posesiones personales eran irrelevantes. Sus actividades para recaudar fondos fueron siempre por el bien de otros, en general su gente o el ANC.

Como concluye The Economist, este mundo que tanto valor le da a cualquier clase de fama y donde el adjetivo icónico se usa tanto que ya carece de sentido necesita héroes. No siempre los elegiremos con sabiduría, pero en el caso de Mandela, la necesidad de un héroe encontró un héroe real.

Y no es fácil criticar a los héroes, más aún cuando como lo deja claro The Onion con su comentario sobre los políticos no es que precisamente sobren.