LUIS PUELL ZAPATA

A los 4 años, Saúl Sánchez Balladares conoció al poeta César Vallejo. Su madre Dalia, una maestra de escuela, se encargó de presentárselo leyendo los versos del vate universal.

Desde esa vez, este niño que tiene ahora 9 años no ha podido dejar de lado a Vallejo. En su obra leyó sobre el dolor, el desamor, la injusticia. En realidad, no entiende bien estos sentimientos, pero le inquietan mucho. Ha leído por completo los poemarios “Trilce”, “Los heraldos negros”, “Poemas humanos”, y se conoce los detalles de la vida del poeta: cómo vivió en Santiago de Chuco –el pueblo donde Saúl también nació–, la primera vez que se enamoró y cómo extrañaba a este pueblo pequeño de calles empinadas.

Tanto amor por Vallejo terminó por convertirlo en declamador: son nueve los poemas que aprendió. El que más le gusta es “Los nueve monstruos”, incluido en el libro “Poemas humanos”, que fue publicado de manera póstuma en 1939.

“Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato”. Con el inicio de “Los nueve monstruos”, Saúl siempre recibe a quienes visitan la casa de su poeta paisano, esa casa de infancia en Santiago de Chuco con numerosos cuartos, un zaguán y un árbol de capulí. Desde este año, fue remodelada y convertida en museo.

Vestido con un pequeño terno azul, zapatos negros y corbata oscura, Saúl deja su sonrisa dulce y la vuelve solemne. Su voz se hace fuerte para llamar la atención y con el movimiento de sus manos intenta darle intensidad a cada verso. “Crece a treinta minutos por segundo, paso a paso”, recita.

SIGUIENDO SUS PASOS “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”, termina de declamar Saúl y un bullicio de aplausos invade cada una de las 11 salas de la casa museo. Él agradece y regresa a su sonrisa de niño, algo tímida ante tantos flashes. “Es un Vallejito”, gritan unas señoras.

El vínculo entre Saúl y Vallejo empezó en la quinta que sus padres alquilan, pero se consagró en el colegio que lleva el nombre del poeta. En su institución educativa, siempre le piden que recite alguno de sus poemas. Sus compañeros le dicen poeta. A él no le molesta.

Sus cualidades han llevado a que se convierta en el mejor declamador del pueblo y que ninguna ceremonia u homenaje a Vallejo se realice sin él. El director de la casa museo de César Vallejo, Jorge Alcántara, sostiene que Saúl forma parte de esa estirpe poeta de la que Vallejo dio cuenta al mundo.

Hay algo más que lo acerca al gran vate: también escribe poemas. Uno lo ha dedicado a su mamá y otro a su padre Robert. En ellos les agradece todo el esfuerzo que han hecho para que tanto él como sus dos hermanos puedan realizarse.

“[…] Madre querida, en este día tan especial quisiera llenarte de besos, de caricias/ por ser la madre tan abnegada y virtuosa de todas/ Madre mía, que el señor bendiga tu existencia/ llene de alegría tu corazón y nunca tu tristeza embargue tu alma/ A Dios le doy gracias por darme una madre como tú, tan llena de amor y virtud/ Señor, guarda a mi madre y nunca la desampares”, escribe Saúl.

Dalia cuenta que quiso que sus otros dos hijos amen a Vallejo, pero lo de Saúl no tiene comparación. “A Jhónatan, mi hijo mayor, también le enseñé a leer los poemas de Vallejo, pero él tiene otros intereses. Saúl sí nació para esto”, detalla.

EL SUEÑO DE UN PUEBLO Todos los días, después de hacer la tarea del colegio, Saúl lee dos horas algún poema de Vallejo y practica los gestos para declamarlo.

La madre de Saúl, su familia, sus vecinos, los administradores del museo y las autoridades de Santiago de Chuco desean que el pequeño sea escritor como Vallejo y así se concrete una meta que empezó cuando él tenía 4 años.

Saúl también quiere todo lo que sueñan para él. Quiere viajar a París, recorrer los lugares donde Vallejo estuvo, pero también quiere jugar fútbol y no le gustan las matemáticas. La joven promesa de Santiago de Chuco aún es solo un niño.