Patricia Castro Obando

¿Cuánto una mujer está dispuesta a hacer por amor? En la década de los noventa, empacaron sus sueños de progreso y abandonaron el Perú para trabajar en el Japón como obreras. Allí sortearon a diario la ilegalidad, como en una ruleta rusa. No había mucho que perder, empeñaron su juventud por un futuro digno. Y en esos años, cuando el trabajo en tierra ajena era el único pan del día, se enamoraron. Cuando finalmente les tocó la bala, empacaron de nuevo los mismos sueños y partieron a un país que nunca imaginaron para construir un hogar.

Casi cien peruanas se han casado con trabajadores iraníes que conocieron en el Japón. Por lo menos 60 de ellas residen en varias ciudades de Irán, donde forman la única comunidad peruana en un país extranjero integrada solo por mujeres.

A partir del 2000, las peruanas se instalaron en Irán debido a que el Japón aumentó las deportaciones de ilegales. Esa fue la historia de Pilar Sánchez Ramírez y su hija de 5 años, que arribaron en el 2005 a Teherán . Un año antes habían deportado a su esposo iraní, once meses después fue su turno. Estuvo un mes detenida sin ver a su hija, quien quedó a cargo de las autoridades japonesas. Cuando se la devolvieron, optó por Irán como destino. Al principio la niña no la reconocía y tampoco recordaba a su padre.

Como muchas otras peruanas casadas con iraníes, Sánchez, que nunca tuvo nada propio en el Perú, formó una familia en el Japón. Cuando nació la niña, ella y su pareja ya habían compartido una década de sacrificios y sobresaltos como ilegales. Pero como Irán nunca ha sido el Japón, Pilar y su hija viajaron al Perú en el 2008 con boletos sin regreso. Tres meses y medio después, ambas estaban otra vez en el avión, de vuelta a Irán. Trujillo tampoco era Teherán. Luego de 20 años de ausencia, sentía que el Perú ya no le pertenecía y el Japón no la quería. Volvía por un hogar.

Otras peruanas llegaron con los mismos sueños de familia a Irán, aunque por caminos insólitos. Durante el declive de la economía japonesa, partieron con sus esposos iraníes para invertir los ahorros de tantos años en un negocio propio. Susana Nalvarte Yamamichi ya vivía como una iraní en el Japón antes de mudarse en el 2009 al país de su esposo, con sus dos hijos pequeños. Renunció a su trabajo, a su celular y a sus amistades masculinas cuando aceptó casarse con un iraní. También se convirtió al islamismo.

Pero la vida que no da sorpresas no es vida. Una vez en Teherán, su esposo le regaló un celular, la animó a enseñar español y jamás tuvo reparos con sus estudiantes varones o sus amigos homosexuales. Desde el primer día, fue él quien trazó una raya y advirtió a sus parientes que nunca intervinieran en sus vidas. Luego, colocó en el comedor una imagen de “La última cena”. Así cumplió el único pedido que le hizo Susana, que creció en una familia de padres separados en Chacra Ríos: un hogar.

Liliana Guerra Barreto es del Callao y le gusta creer que hay que perder muchas batallas antes de ganar la guerra. Dos años después que deportaron a su pareja iraní, abandonó el Japón en 1996, volvió al Perú y viajó a Argentina, donde se reencontró con su pareja para casarse en el consulado de Irán. Permanecieron casi dos años en ese país y otros seis más en el Perú. Sin embargo, su esposo iraní nunca terminó de encajar en América Latina.

Todo iba tan mal que Liliana se preguntaba si serían felices en Irán. Se trasladaron a Teherán en el 2006, con su hija de 3 años, nacida en Lima. Pero ahora, era ella la que no encajaba. La convivencia con sus suegros, las costumbres de un país islámico y las reglas impuestas a las mujeres terminaron por enfrentarlos. La relación recién empezó a mejorar cuando se mudaron solos. Y si se trata de elegir, Liliana eligió quedarse, para construir su hogar, aunque sea en el rincón más apartado del mundo.

PIDEN APOYO NO RECIBEN VISITAS No existe consulado del Perú en Irán. Esta es la principal urgencia de las peruanas y sus hijos. En el 2011, el cónsul del Perú en la India las visitó dos veces para atenderlas. Pero este año no han recibido ninguna visita. La comunidad peruana pide a las autoridades que al menos dos veces al año sea atendida por consulados itinerantes.

OTRAS COMPATRIOTAS Entre las peruanas figuran la ayacuchana Ida Humala López, que asegura ser la prima del presidente de la República Ollanta Humala, e Isabel Merino Romero. Esta última reside en Irán hace más de tres décadas y conoció a su esposo cuando ambos estudiaban en Francia.

DE TRUJILLO Y CHIMBOTE Las peruanas proceden de varias partes del Perú, especialmente de Trujillo y Chimbote. La edad promedio es 40 años y el número de hijos es dos. Se comunican en japonés con sus esposos, aunque también estudiaron persa, y hablan con sus hijos en español.