Las máximas autoridades del Mundial de Brasil 2014, la presidenta de la república, Dilma Rousseff, y el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, otrora enemigos, están hoy incómoda y sorpresivamente unidos como blanco de una expresiva crítica popular que se hizo visible y sonora con estrepitosos abucheos en la apertura de la Copa Confederaciones.

Los silbidos de desaprobación cortaron como con un hacha el clima festivo y de paz y amor que reinó durante casi todo el evento en el flamante estadio Mané Garrincha, en Brasilia, donde el público llegó a aplaudir a la selección y el himno del equipo adversario, Japón.

Primero, cuando los micrófonos anunciaron la presencia en el estadio de los jefes máximos en una de las citas más importantes del fútbol mundial, fueron silbidos sincronizados, generalizados, absolutos, que contrastaron violentamente con la algarabía y calidez con que el público acompañó el breve espectáculo de apertura y después recibió a la canarinha, e incluso a su adversario nipón.

MOMENTO BOCHORNOSO DE LA DUPLA Luego, los silbidos se oyeron cuando Blatter mencionó a la presidenta rápidamente en un breve discurso en el que paradójicamente exaltó la unión de todos en torno a la gran fiesta del Mundial. Por último, en una suerte de clímax pero al revés, sonaron cuando la mandataria se dispuso a pronunciar su discurso previo a declarar inaugurado oficialmente el torneo internacional.

Fue cuando las manifestaciones de desaprobación, literalmente, le taparon la boca a la presidenta e inspiraron al suizo a salir en su defensa, con palabras que sólo alimentaron las ya profusas hostilidades.

Declaro oficialmente abierta la Copa Confederaciones 2013, fue la única frase que una incómoda y contenida Rousseff pudo pronunciar intentando imponerse a la hosca efusividad de la torcida y dando un aliviador punto final al embarazo federal. Los aplausos que ensayaron unos pocos hinchas ocupantes del palco que estaba justo debajo del oficial apenas aumentaron el embarazo de la situación.

El puntapié inicial del aperitivo de Brasil 2014, el legado de mayor envergadura que su primer mandato dejará en el recuerdo para bien o para mal de los brasileños, no pudo haberse dado en escenario peor.

DETALLE ESCÉNICO O sí. Un detalle escénico que quedó un tanto apagado por la aplanadora magnitud de todo lo ocurrido pero que aportó su cuota de paradoja al episodio fue el que dio el actual presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) y del Comité Organizador Local (COL) del Brasil 2014, José Maria Marin.

Enemigo público de Rousseff, acusado de vinculaciones con la dictadura militar durante la que cual la ex guerrillera fue presa y torturada; enemigo no declarado de la mandataria por sus relaciones estrechas con el ex presidente de la CBF, Ricardo Teixeira que dejó el cargo acusado de corrupción; y a quien Rousseff, junto con Blatter, le viene haciendo un solapado trabajo de despojo de poder, le dio un visible espaldarazo, en medio de la tempestad, mediante efusivos aplausos dirigidos directamente a su persona.

Después de años de disputas y enfrentamientos por imposiciones de la FIFA que Brasil no quería acatar, aunque acabó haciéndolo a cambio de algunas concesiones, y por los atrasos en las obras que le dieron y le siguen dando más de un fuerte dolor de cabeza al organismo rector, los poderosos organizadores de Brasil 2014 están ahora más unidos que nunca, entre hostiles espada y pared, y antes desafíos de vida o muerte.

LA INSATISFACCIÓN DEL PUEBLO BRASILEÑO Por un lado, enfrentan la insatisfacción de todo el pueblo brasileño, no sólo de los más de 60.000 hinchas que el sábado los abuchearon en su mayoría una clase media que no simpatiza, básicamente, con el gobierno de la presidenta del Partido de los Trabajadores sino también de los miles que protestan en varias partes del país, incluso frente a los estadios de los partidos, contra el uso y despilfarro de dinero público para los eventos deportivos.

Por otro, la necesidad de uno y otro de acabar sus respectivos mandatos saliendo por la puerta grande.

Blatter, quien anunció que dejará su cargo en la FIFA en 2015, no puede permitirse dejar una carrera de décadas con un fracaso en Brasil 2014, su última gestión al frente del poderoso organismo.

Rousseff, en tanto, se juega nada menos que la ansiada reelección, que será definida en julio del año que viene, pocos días después de que finalice el Mundial. Ambos dependen ahora, uno del otro, para dar vuelta la pisada.