FRANCISCO SANZ GUTIÉRREZ

“De improviso, abrió los ojos y dirigió una mirada extraña y furiosa a todos los asistentes. Entonces, levantó la mano izquierda, la única que podía mover, y pareció como si nos amenazara a todos [] Un momento después, el alma, en un último esfuerzo, abandonaba el cuerpo”. Así describió Svetlana, la hija del dictador José Stalin , el momento en que su padre se despidió de este mundo.

No sabemos, todavía, qué se habla en torno del lecho habanero en el que hoy yace Hugo Chávez , pero sí que asistimos a una película repetida. Si bien la del presidente venezolano no es una dictadura propiamente dicha, comparte los rasgos que caracterizaron las crisis que, por enfermedad del caudillo, acosaron a distintos gobiernos autoritarios a lo largo de la historia.

El analista internacional de la PUCP Óscar Vidarte nos desmenuza los elementos que, en cadena, se suceden en los regímenes fundamentados en el culto a la personalidad: “Cuando el líder mesiánico cae por problemas de salud, los pasos son siempre los mismos: mucho secreto sobre la enfermedad, desinformación deliberada, una transición complicada, la reorganización del poder y la muerte”.

STALIN, PARANOICO EXTREMO En su obra “En el poder y la enfermedad”, el ex ministro de Asuntos Exteriores británico David Owen destaca la paranoia extrema del líder soviético José Stalin, uno de los mayores carniceros que pisaron el planeta.

“Hubo situaciones que daban cuenta de que estaba mentalmente desequilibrado. Una extraña y horrenda historia dice que Stalin hizo que dispararan contra un guardia personal después de que este hiciera que le arreglaran las botas para que no crujieran, alarmando así a Stalin al acercarse a él sin que lo oyera”, relata Owen.

Stalin murió el 5 de marzo de 1953, a los 74 años, como consecuencia de una hemorragia cerebral. Hasta hoy varias teorías hablan de un complot contra su vida. En el 2003, un grupo de historiadores rusos lanzó la tesis de que ingirió warfarina, un potente matarratas que inhibe la coagulación de la sangre. Su fallecimiento llegó en un momento conveniente para sus allegados Beria, Bulganin y Kruschev, quienes temían ser eliminados en otra de sus temidas purgas y que estuvieron con él en su casa de campo días antes del deceso.

Lo cierto es que al pueblo se le dijo, en un comunicado oficial, que Stalin había muerto “en su apartamento de Moscú” y no, como en verdad ocurrió, en su dacha a las afueras de la capital. Sus asustados sucesores quisieron salir bien librados de la indignación de las multitudes que se agolpaban ante el Kremlin en la creencia de que su idolatrado jefe se encontraba allí enfermo. Reconocer que había perecido tras una comida con colaboradores cercanos hubiera despertado sospechas.

Sea cual sea la verdad, Alexander Myasnikov –doctor personal del dictador soviético– confesó que en sus últimos años “la crueldad y desconfianza de Stalin fueron creadas en gran medida por la aterosclerosis de las arterias cerebrales”. La Unión Soviética estaba siendo guiada por un hombre enfermo.

FRANCO, LA AGONÍA SIN FIN El general Francisco Franco , quien venía sufriendo los efectos del Parkinson desde 1969, empeoró notoriamente luego de una flebitis en julio de 1974. Sin embargo, el dictador español recién expiró el 20 de noviembre de 1975.

“La vida de Franco se alargó por muchas razones, para que sectores vinculados al franquismo terminasen de limpiar la casa, por intereses personales de figuras cercanas a él y para que el príncipe Juan Carlos aceptara las funciones de jefe de Estado”, apunta Vidarte.

Que quedara “todo atado y bien atado” para tener controlado al futuro rey era el objetivo del régimen. La feroz lucha que mantuvo el anciano militar por su vida fue apenas conocida en ese momento. Ante sus atroces dolores físicos, los galenos lo mantuvieron sedado y con bajo nivel de conciencia desde 20 días antes de su deceso.

Los partes médicos eran esperados con ansiedad por periodistas y ciudadanos, pero de tan edulcorados y lacónicos que eran nunca mencionaron el primer infarto que sufrió ni la hemorragia gástrica masiva que lo puso al borde de la muerte varios días antes de que esta ocurriera.

MAO, DEGENERACIÓN PROGRESIVA En mayo de 1976 un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores chino desmentía furibundo ante la prensa las especulaciones de que su líder Mao Tse Tung estaba ya moribundo. “Son puros disparates, puras mentiras de los enemigos”.

Lo cierto es que, tal como cuenta Owen en su investigación, en 1973 el hombre que encabezaba la revolución comunista en China ya tenía dificultad para hablar y necesitaba oxígeno buena parte del tiempo. Dejó la natación, su pasatiempo favorito, y en 1974 se le diagnosticó una rara dolencia nerviosa progresiva que paralizaba la garganta y el sistema respiratorio. Un ataque cardíaco lo mató el 9 de setiembre de 1976. Su cuerpo fue embalsamado y puesto en un mausoleo en el centro de la plaza Tiananmen.

KIM JONG-IL, GORDO DEMACRADO Bañada en lágrimas y vestida de riguroso luto, la presentadora de la televisora oficial norcoreana KCTV habló así: “Nuestro gran líder Kim Jong-il falleció el sábado 17 [de diciembre del 2011] a las 8 a.m. mientras viajaba en tren para realizar sus funciones de liderazgo”. El mensaje era claro: Kim había expirado trabajando por sus compatriotas hasta el último segundo.

Pero el dirigente norcoreano ya no estaba para esos trotes desde el 2008, cuando sufrió una apoplejía. Alguna vez conocido como el único gordo en un país de famélicos –como relata Owen–, Kim Jong-il lucía sumamente demacrado y delgado en sus escasas apariciones públicas.

El país permaneció oficialmente de luto durante 12 días. El cadáver del hijo de Kim Il-sung fue embalsamado y expuesto junto a su padre en el Palacio de Kumsusan, el gigantesco mausoleo construido para fama y gloria de la tenebrosa dinastía.

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