(Foto: AFP)
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Farid Kahhat

Transparencia Internacional acaba de publicar su Índice de Percepción de la Corrupción del 2018. Como sugiere su propio nombre, es un índice basado en análisis de especialistas tomados de diversas fuentes internacionales, no uno basado en la medición objetiva de los montos de dinero que involucra la .

Sin embargo, pese a los bemoles metodológicos, desde hace años el país de América Latina y el Caribe con la percepción de corrupción más elevada es Venezuela, que ocupa el puesto 168 entre los 180 países que comprende el índice. Lo cual tiende a coincidir con los casos que sí brindan una medición objetiva de los montos involucrados en la corrupción. Por ejemplo, el Caso Odebrecht. Según admisión de la propia empresa, fuera del Brasil el país en el que se pagó el mayor monto por sobornos durante el período investigado fue Venezuela, con un total de 98 millones de dólares.






Si cree que el índice podría tener un sesgo ideológico, dos datos contribuirían a disipar esa sospecha. De un lado, según el informe mundial del 2004 de Transparencia Internacional (que confecciona el índice recién a partir del 2005), entre los diez gobiernos más corruptos en el mundo durante los veinte años previos al informe, el de Alberto Fujimori ocupaba el séptimo lugar. De otro lado, desde hace varios años el país con la menor percepción de corrupción en América Latina y el Caribe es Uruguay. Es decir, un país que, al igual que Venezuela, ha tenido gobiernos de izquierda desde que Transparencia Internacional comenzó a elaborar su índice en el 2005.

De hecho, esas ubicaciones tienden a repetirse virtualmente en cualquier listado internacional que decida elegir. Sea el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, el Índice de Gobierno Abierto del World Justice Project o el Índice Libertad en el Mundo de la organización Freedom House, en forma invariable Uruguay ocupa los primeros lugares en América Latina y el Caribe, mientras que Venezuela aparece siempre en el último lugar.

Ahora bien, si tanto Uruguay como Venezuela tienen gobiernos de izquierda pero su desempeño siempre se ubica en las antípodas sin importar la variable que prefiramos medir, ello solo puede implicar una de dos cosas. O bien el término ‘izquierda’ significa algo sustancialmente diferente en cada país o, en su defecto, el compartir una orientación de izquierda no es lo que explica el desempeño político y económico de esos países. La primera de esas posibilidades parece una explicación plausible de esas diferencias, en tanto los gobiernos de orientación socialdemócrata suelen obtener mejores resultados en esos listados que gobiernos de izquierda populista, comunista, radical o como prefiera llamarlos.

Pero esa tampoco sería toda la explicación, dado que incluso entre gobiernos de izquierda radical las diferencias en desempeño político y económico son mayúsculas. Al igual que el venezolano, el Gobierno Boliviano se reivindica como socialista y revolucionario, e integra el ALBA. No obstante, en el índice de corrupción en Bolivia ocupa una mejor posición que países de mayor grado de desarrollo relativo, y su gobierno no se vio involucrado en los sobornos de Odebrecht.

Como sugiere alguien insospechable de simpatías de izquierda como Raúl Gallegos en su libro “¿Cuándo se jodió Venezuela?”, el chavismo llevó hasta el paroxismo una tendencia que lo precede, influida (pero no determinada) por la mal llamada “maldición de los recursos”.

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