Representación de un funeral vikingo pintada por el artista polaco Henryk Hektor Siemiradzki. (Creative Commons)
Representación de un funeral vikingo pintada por el artista polaco Henryk Hektor Siemiradzki. (Creative Commons)
Renzo Giner Vásquez

Desde sus orígenes, diferentes culturas alrededor del mundo se han visto atraídas por la muerte. Por ello no resulta extraño ver que la mayoría realizaba diversas ceremonias para honrar el paso a una nueva vida o el recuerdo de sus antepasados.

A continuación, exploraremos algunos de estos ritos, incluyendo los que se extienden hasta nuestra época.

---En América---
Comencemos por Mesoamérica, donde la muerte estuvo bastante presente en los antiguos pueblos y se extiende hasta hoy en ceremonias que han sido llevadas a series, cine y libros.

Los mayas [1.500 a.C. – 900 d.C.] por ejemplo, afrontaban a la muerte con miedo. Al morir un integrante del grupo, era envuelto en un sudario tras llenarle la boca de maíz molido y collares de jade con los que podría conseguir comida en la otra vida, según un artículo publicado por el diario mexicano Milenio.

Los pobres, por otro lado, eran enterrados bajo los pisos de sus casas y en la tumba colocaban figuras hechas de barro o piedra que denotaban su profesión, precisa el mismo medio.

Los mexicas o aztecas [1325 – 1521 d.C.] creían que quien moría iba a parar a Mictlán o Tlalocan, el primero estaba controlado por los dioses Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl. Quienes llegaban ahí debían superar diferentes pruebas para finalmente hallar la paz eterna. Tlalocan, por otro lado, estaba protegido por el dios de la lluvia Tláloc, era considerado un lugar placentero y lleno de vegetación.

Representación de Tlalocan en un mural de Teotihuacán.
Representación de Tlalocan en un mural de Teotihuacán.

Al Tlalocan solo podían llegar quienes habían fallecido por causas relacionadas con el agua. Por otro lado, los cadáveres de quienes recorrerían el largo camino hasta Mictlán eran colocados de cuclillas, envueltos en mantas y junto a ellos ponían jarras de agua por si tenían sed en el místico camino. Luego, el cuerpo era incinerado.

Si regresamos al presente, la veneración a la muerte sigue vigente en México. Cada 1 y 2 de noviembre se celebra el Día de los Muertos. La creencia popular indica que en estos días las almas de los antepasados regresan al mundo de los vivos, por lo que muchas familias preparan altares con fotos de los difuntos, además de colmar las mesas con panes, frutas y diversos platillos.

“La ofrenda no se otorga como una dádiva sino como un ofrecimiento o sufragio para una tradición que hace realidad la existencia de las almas”, explicó el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, José Eric Mendoza, al portal español Verne.

Otro buen ejemplo es la Santa Muerte, cuyos orígenes son aún discutidos pero que comenzó a popularizarse en el 2001 en el barrio de Tepito, en Ciudad de México, luego de que Enriqueta Romero -o doña Queta- construyera un altar para venerar a un esqueleto ataviado con ropas propias de los santos católicos. Desde entonces, los altares se han multiplicado por diversas ciudades de México y algunas de Estados Unidos arrastrando a un número indeterminado de seguidores que ven en la tenebrosa imagen una forma de acercar a los hombres al dios católico.

Los Incas (1.438 – 1533 d.C.) celebraban el Aya Marcay Quilla -que podría ser traducido del quechua como “el mes para cargar cadáveres”- cada duodécimo mes de su calendario, que equivaldría a noviembre en el calendario gregoriano. El segundo día de este mes era dedicado a quienes habían muerto, para ello se visitaban las tumbas de los parientes llevándoles comidas y bebidas, finalizando con ceremonias llenas de alegría, según explicó el antropólogo Danilo Pallardel hace tres años, cuando la institución cultural Filigranas Peruanas representó una de estas ceremonias.

---En Europa--- 
Los vikingos, diestros guerreros y navegantes escandinavos (zona de Europa que actualmente agrupa a Suecia, Noruega y Dinamarca), adoraban a un grupo de dioses. Sin embargo, a la cabeza se encontraba, sin duda alguna, Odín dios de la guerra y la sabiduría. Según la cosmología vikinga, existían nueve mundos alrededor de Yggdrasil, el árbol que los sostenía y daba origen a la vida. Entre los más importantes estaban Midgard, donde habitaban los humanos; Asgard, hogar de los dioses; y Helheim, lo más parecido a lo que conocemos como infierno, era controlado por Hela, hija de Loki, y ahí iban a parar la mayoría de los muertos. Sin embargo, había un lugar especial para los guerreros.

Mural en el que el ilustrador alemán Emil Doepler representa el gran salón de Odín, Valhalla.
Mural en el que el ilustrador alemán Emil Doepler representa el gran salón de Odín, Valhalla.

El Valhalla, el gran salón de Odín, recibía a los einherjer, la mitad de soldados que caían en una batalla y que tendrían el honor de luchar junto a sus dioses durante el Ragnarök (equivalente al Apocalipsis), precisa el blog The Valkyries Vigil de la historiadora especializada en la época Medieval y Moderna, Laia San José Beltrán.

La otra mitad, según San José, llegaba a Fólkvangr, palacio de la diosa Freya, diosa del amor, la belleza y la fertilidad. La historiadora detalla que quienes no eran guerreros pero poseían un noble corazón terminaban en Bliskirnir, el palacio de Thor.

Según el libro Orígenes de Europa, de Gerald Simons, los vikingos eran el prototipo del bárbaro, toleraban la poligamia, realizaban sacrificios humanos y a menudo incineraban a sus muertos.

“En algunas ocasiones se mataba a la mujer del hombre para que lo acompañara en la muerte, o bien la pira funeraria de un hombre rico podía incluir a una muchacha esclava”, precisa Simons.

Una de las formas más características que tenían para despedir a sus muertos, era subirlos a bordo de un barco funerario.

Según San José, lo común era acompañar al difunto de una serie de ofrendas que iban desde objetos de uso diario como armas o herramientas hasta baúles, alimentos, bebidas y en ocasiones especiales sacrificios humanos o animales.

“Generalmente esclavos del fallecido que le acompañarían en su último viaje y le servirían allá donde fuese”, precisa The Valkyries Vigil.

---En Oceanía---
Los maoríes, polinesios que se asentaron en Nueva Zelanda, veneraban a 12 deidades, sin embargo, no se considera que tuvieran una religión solo atribuían las maravillas de la naturaleza a estos seres místicos, explica a El Comercio una guía del instituto de artes maoríes Te Puia, en la ciudad de Rotorua.

El Tangihanga es el tradicional funeral maorí que hasta hoy se realiza, aunque con variaciones en cada tribu. La ceremonia fúnebre suele durar unos tres días, comenzando por el día en el que el tūpāpaku (cadáver) es transportado a un marae, un lugar sagrado delimitado por rocas o troncos, donde es recibido por un pōwhiri, una ceremonia llena de danzas, cantos y el hongi (tradicional saludo en el que dos personas acercan sus rostros hasta que sus narices se tocan entre sí).

Una capilla ardiente es instalada por dos noches como mínimo en el wharenui, la casa comunal de la tribu, para que el cuerpo sea velado.

Un wharenui en Te Puia, Rotorua. (Renzo Giner / El Comercio)
Un wharenui en Te Puia, Rotorua. (Renzo Giner / El Comercio)

Durante estas tres jornadas, el tūpāpaku es resguardado por familiares que decoran sus cabezas con hojas de kawakawa. Es usual que miembros de diferentes tribus asistan a la ceremonia para hablar sobre los defectos, virtudes y experiencias que compartieron con el difunto. Los parientes más cercanos no pueden hablar durante la ceremonia.

Finalmente, se le pide al tūpāpaku que regrese a Hawaiki, la isla originaria de los polinesios.

Tras ello, los asistentes se lavan las manos y se rocían un poco de agua sobre la cabeza mientras dejan el recinto. Durante la última jornada, a medianoche o al alba, se cierra el féretro, dando por finalizada la ceremonia.Tras el entierro, se ofrece una hākari (cena) en la que los asistentes presentan kohas (ofrendas o regalos). Luego, la casa del fallecido pasa por el takahi whare, donde es purificada mediante un ritual que incluye karakias (encantamientos) para luego comer y beber al interior de ella.

---En África---
Los ijaw son un grupo de pueblos indígenas presentes en la Delta del Niger, en Nigeria, desde hace más de 5 mil años y son, a la vez, descendientes de los Oru.

Históricamente, los ijaw se han dedicado a la pesca, la agricultura y a la venta de esclavos, esto último en el siglo XVII. Según la tradición ancestral ijaw, los Ouwamapu eran espíritus de agua que definían el futuro de los aspectos más básicos de cada tribu, principalmente en referencia a los cultivos que producirían cada temporada.

Estos pueblos consideraban que las personas poseían dos almas, una eterna y la otra vital. La primera abandonaba el cuerpo de una persona cuando moría, convirtiéndose en una sombra que, en caso de ser maligna, intentaba ingresar a un nuevo cuerpo.

Por ello, los ijaw tomaban previsiones como evitar las zonas con mucha sombra o portar espejos que evitarían que alguno de estos espíritus ingresaran en ellos. Creían en la reencarnación y, en ese sentido, Asasaba era el dios encargado de guiar a las almas a través de los ríos para que pudieran renacer en forma de árboles o animales.

Aunque esta creencia variaba entre pueblo y pueblo. Algo que sí está presente en la mayoría –sino todos- los pueblos ijaw es la veneración a los ancestros fallecidos. Nadie puede hablar mal de algún difunto sin esperar represalias de estos espíritus y si la ofensa se produjo al difunto de otra familia esta está autorizada para responder insultando a algún ancestro de los primeros, esto continúa hasta que quien inició el conflicto se arrepiente y pasa por una ceremonia de expiación.

Además, acostumbran ofrecer bebidas y alimentos a la tierra antes de cada comida, para que de esa forma sus ancestros vean que no han sido olvidados. En algunos pueblos, cada siete año se realiza el sacrificio de una cabra, con cuya sangre luego serán rociadas las imágenes que representan a sus ancestros.

Es usual que cada familia posea un lugar sagrado especial para poder rezar por tus antepasados o solicitarles ayuda.

En cuanto a las ceremonias fúnebres, el grupo de los Kalabari, bañan el cadáver con agua preparada especialmente, jarrones diseñados para esta ocasión y los visten con telas que no pueden tocar el suelo. Luego, los hijos del difunto llevan el cuerpo a una cama del pueblo en la que también están las urnas de muchos de sus antepasados.

El cuerpo es velado durante todo un día, rodeado de sus esposas legales, hijos y otros miembros de la tribu. Además, tambores y cánticos acompañan la ceremonia con la esperanza de avisar a sus antepasados de que una nueva alma se les unirá. 

---En Asia---
Ahora tenemos que subir hasta los 5 mil metros sobre el nivel del mar, hacia el Tibet. En esta región, donde la religión que rige es el budismo tibetano, se considera al cuerpo como un vehículo de carne, hueso y órganos para que el alma –lo verdaderamente importante en este caso- pueda seguir su camino.

Es entonces cuando comienza el jhator o entierro celestial. Bajo la idea de que el cuerpo que fue entregado a esa persona debe volver a la tierra de la que surgió los tibetanos pueden proceder de dos formas.

El primer tipo de jhator, realizado principalmente en las villas más remotas, consiste en abandonar el cuerpo a la intemperie, a merced de las aves carroñeras, que se encargaran de hacer el resto del trabajo.

Realización del jhator o el entierro celestial en el Tibet. (AFP)
Realización del jhator o el entierro celestial en el Tibet. (AFP)

Un segundo tipo de jhator -mucho más ceremonioso que el primero- inicia con el cadáver acomodado de una forma que simula estar sentado, durante 24 horas un lama recita las oraciones del Bardo Thodol (el libro tibetano de los muertos). En los próximos dos días familiares y personas cercanas al fallecido entregan ofrendas en el monasterio. Luego, el cuerpo es bendecido, limpiado y envuelto en mantos blancos.

Finalmente, un especialista rompe la espina dorsal del cadáver. De esa forma inicia el viaje al dürtro, un lugar sagrado al que es trasladado el cuerpo y que por lo general está en la cima de alguna montaña.

Una vez completo el viaje, durante el que puede ser acompañado por familiares, el cuerpo es presentado ante el rogyapa, un lama maestro de entierros que comienza a recitar una serie de oraciones, pone el cadáver boca abajo y provisto de un hacha y cuchillos ceremoniales retira el cabello del cuerpo.

Usando las mismas herramientas, comienza a desmembrar el cadáver. Una vez que la carne y los órganos son separados de los huesos, procede a pulverizar estos y mezclarlos con harina de cebada, con la intención de que las aves carroñeras puedan finalizarla con mayor facilidad.

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