(Foto: AP)
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Virginia Rosas

Que , un presidente ‘fantasma’ de 82 años, que no aparecía en público desde que en el 2013 sufriera un derrame cerebral, anunciara, el 10 de febrero, que bregaría por un quinto mandato consecutivo tras permanecer 20 años en el poder, fue la gota de agua que movilizó a los argelinos a las calles para reclamar su partida.

Millones de personas de toda profesión, edad y condición social manifestaron pacíficamente durante seis semanas, desde el 22 de febrero último, por las calles de las principales ciudades de  reclamando que cese la humillación de tener un presidente que solo aparece en fotos y cuyos discursos son leídos por otra persona, pues su estado de salud física y mental le impiden hablar.






Bouteflika no solo era un rehén de la cúpula militar -que decide quién ocupa el sillón presidencial- sino de su propia ansia de poder que le impedía ver el patético espectáculo de su propia imagen. Creyó que podía repetir el plato del 2014, en el que ya ausente de la campaña, ‘ganó’ las elecciones con un fraudulento 81,5% de votos, sin que se desataran mayores protestas.

El país había sufrido décadas de violencia cuando, en 1991, el ejército desconoció el triunfo del Ejército Islámico de Salud en las legislativas de ese año. El enfrentamiento entre los grupos islámicos y el ejército dejó 150 mil muertos, 15 mil desaparecidos y millones de refugiados. Ese recuerdo y la estabilidad económica obtenida, gracias a los altos precios del petróleo, explicaban el desgano de la población ante el vergonzoso fraude.

Otro era el panorama en este 22 de febrero del 2019, en el que la gente salió a marchar repartiendo flores a las fuerzas del orden para prácticamente suplicarle a Bouteflika que se fuera por las buenas.

La movilización fue de tal magnitud que el presidente fantasma anunció, el 11 de marzo, la anulación de la elección presidencial de abril, lo que significaba la prolongación de su mandato hasta una fecha desconocida. Las manifestaciones se acrecentaron. Los que permanecían en sus casas ofrecían agua y alimentos a los que marchaban. No hubo un vidrio roto, ni una piedra arrojada contra nada ni nadie. Solo un grito, una súplica: “¡Bouteflika, vete ya!”.

El 26 de marzo el general Ahmed Gaid Salah, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, que días antes había manifestado su fidelidad al presidente, propuso aplicar el artículo 102 de la Constitución que permitiría su destitución por enfermedad grave. Para evitarse la humillación de una destitución, Bouteflika renunció a la presidencia el martes pasado.

Los argelinos la tienen clara, han ganado una batalla pero no la guerra. Seguirán manifestando cada viernes hasta que desmantelar el sistema. Pero, ¿cómo hacer en un país donde no hay un liderazgo que permita hacerle el contrapeso al ejército?

Dos posibilidades se presentan. La primera, sería aplicar el artículo 102 de la Constitución que indica que el presidente del Senado, Abdel Bousalah, un hombre del sistema, llame a elecciones en 90 días. Es decir, que todo cambie para que nada cambie.

La segunda consistiría en nombrar un colegiado presidencial con personalidades que cuenten con la aprobación de la población y que no hayan pertenecido al régimen, para que formen un gobierno de transición en el que cabría la posibilidad de reformar la Constitución.
En todo caso, lo más difícil está por venir.

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