(Foto: AFP)
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Farid Kahhat

La metáfora estacional para referirse a las revueltas populares del 2011 en Oriente Medio (Primavera Árabe) deriva de su asociación con la Primavera de los Pueblos, que en 1848 dio origen en Europa a revueltas democráticas contra las monarquías absolutistas. A diferencia de la Primavera de los Pueblos (que no dio origen a ningún régimen democrático), su par contemporáneo gestó la primera democracia del mundo árabe: Túnez.

Pero, al igual que en la Primavera de los Pueblos, la represión solo consiguió sofocar las protestas de forma temporal: estas se reiniciaron en el 2019 tanto en Argelia como en , culminando con el derrocamiento de sus gobernantes autoritarios (Abdelaziz Buteflika y Omar Al Bashir, respectivamente). 






Pero, al igual que ocurriera en el 2017 con Robert Mugabe en Zimbabue, la caída del gobernante autoritario no equivalió al fin del autoritarismo: en los tres casos sus aliados se hicieron con el control del gobierno, intentando prevenir una genuina transición democrática.

En los tres casos, ese intento implicó esfuerzos por dividir a la oposición, pero en el caso de Sudán, esta logró forjar relativamente temprano un mando unificado. Primero, a través de la Asociación de Profesionales de Sudán (que incluye tanto gremios profesionales como sindicatos de trabajadores paralelos a los oficiales), y luego a través de las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (que incluye además a partidos políticos).

Al igual que en la Europa de mediados del siglo XIX, los regímenes absolutistas de la región acudieron en auxilio de esos intentos de restauración autoritaria. No es casual que, tras una visita de los dos principales dirigentes del Consejo Militar Transitorio a las monarquías del Golfo Pérsico, este procediera a desalojar con violencia extrema a los manifestantes que acampaban frente al cuartel general de las Fuerzas Armadas desde hacía algunos meses (provocando en el proceso la muerte de más de cien personas).

No debiera llamar la atención que lo más cruento de la represión corriera por cuenta de las Fuerzas de Apoyo Rápido, organización que incorporó al Ejército regular a parte de las milicias conocidas como ‘yanyauid’, que, durante la dictadura de Al Bashir, fueron responsables de la mayor parte de los crímenes en la región de Darfur de los que aquel es acusado ante la Corte Penal Internacional.

Los ‘yanyauid’ se formaron a partir de la politización por parte del régimen de Al Bashir de un conflicto social que es relativamente común en la región africana del Sahel: aquel que enfrenta a pastores itinerantes con agricultores sedentarios por acceso a la tierra (los ‘yanyauid’ provienen del primer grupo). Esa es una razón por la cual el alto mando militar teme la instauración de un Estado de derecho en Sudán, el cual podría juzgar a sus integrantes por los crímenes que cometieron o extraditarlos bajo requisitoria de cortes internacionales.

Los regímenes árabes involucrados en el esfuerzo de restauración autoritaria (Arabia Saudí, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos) actúan en Sudán como lo hicieron en otros casos. Después de todo, Abdel Fatah Al Sisi se convirtió en presidente de Egipto tras derrocar al primer gobierno elegido democráticamente en la historia de su país y los regímenes saudí y emiratí enviaron tropas para aplacar las protestas en Bahréin. Ambos regímenes, además, contratan a soldados de Sudán como mercenarios en su infausta aventura militar en Yemen.

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