Las ciudades chinas cuentan con 350 millones de cámaras: una por cada cuatro habitantes. El objetivo es controlar los movimientos de la población. (Foto: Bloomberg)
Las ciudades chinas cuentan con 350 millones de cámaras: una por cada cuatro habitantes. El objetivo es controlar los movimientos de la población. (Foto: Bloomberg)
/ Qilai Shen
Adrián Foncillas

Un campesino en Mongolia Interior limpia la nieve del camino y mira hacia arriba al intuir el origen divino de esas palabras con eco metálico que le recriminan que se haya olvidado la mascarilla facial: “Se va a derretir de todas formas por sí sola. ¿No estarás más a gusto en casa, con comida y bebida?”. Es un dron.

Ya se registran menos contagios de en que en el resto del mundo y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha ensalzado la gestión del Gobierno Chino. La fórmula de cuarentenas estrictas es un ejemplo para los países que lidian ahora con el virus, pero los ingredientes chinos no son fáciles de imitar: un régimen fuerte, una población de raíz confuciana que prioriza el bien de la comunidad sobre los intereses individuales y, sobre todo, el mayor sistema de control que nunca ha existido.

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La distopía orwelliana es una fiel aliada en una guerra que exige fiscalizar los movimientos de centenares de millones de personas. Es difícil, pero a Beijing le sobra experiencia. En la epidemia del SARS, dos décadas atrás, China aún era conocida por sus manufacturas de escaso valor añadido; ahora lidera sectores tecnológicos como los drones, la inteligencia artificial o el ‘big data’ que subliman la vigilancia electrónica. China cuenta con 350 millones de cámaras, una por cada cuatro habitantes. Ocho de las diez ciudades con más cámaras del mundo son chinas y Wuhan, la cuna de la epidemia, es la octava.

Toda esa maquinaria está en el escaparate estos días. “La victoria contra el virus no podrá conseguirse sin el apoyo de la ciencia y la tecnología”, alertó el presidente chino, Xi Jinping, luego de aclarar que el país afrontaba la mayor crisis sanitaria en las siete décadas de república.

Esta foto de febrero de 2020 muestra las cámaras de vigilancia instaladas en la entrada de un vecindario en Shanghái, China. (Foto: Bloomberg)
Esta foto de febrero de 2020 muestra las cámaras de vigilancia instaladas en la entrada de un vecindario en Shanghái, China. (Foto: Bloomberg)
/ Qilai Shen

El control tecnológico

El sistema de cámaras con reconocimiento facial se ha perfeccionado. La compañía SenseTime, una de las start-ups más valoradas del mundo, ha resuelto el problema que las obligatorias mascarillas suponían en los albores de la epidemia para la identificación: sus algoritmos ahora solo necesitan los ojos y la parte superior de la nariz.

Las cámaras de la empresa Zhejiang Dahua cuentan con dispositivos infrarrojos que miden la temperatura de los transeúntes con un margen de error de apenas 0,3 grados. En Beijing ya se prueban cámaras que pueden identificar hasta 15 personas por segundo a una distancia de cinco metros del dispositivo. Si la cámara detecta una temperatura anormal, envía un aviso a las autoridades para que practiquen una segunda lectura.

El uso generalizado del teléfono para cualquier pago, desde la frutería hasta el taxi, ha permitido durante años que el Gobierno trazara los pasos de su población. Ahora también le sirve al ciudadano para que, al introducir su número de identidad en las aplicaciones de WeChat (la versión china de WhatsApp) o Alipay (uno de los métodos más usados para las compras online), conozca si ha estado en lugares sensibles o si se ha cruzado con contagiados. El sistema devuelve un sello: si es verde, puede moverse con libertad en transportes públicos y edificios; si es amarillo, ha estado en una zona de riesgo relativo y necesita una cuarentena de una semana; y si es rojo, la zona era de alto riesgo y se le exige una cuarentena de 14 días bajo amenazas legales. Las restricciones son supervisadas con celo por los funcionarios y comités vecinales. China Unicom y China Telecom, las principales compañías telefónicas del país, ofrecen servicios similares.

(El Comercio)
(El Comercio)

La aplicación Weibo también ofrece un mapa actualizado con las viviendas de los contagiados. Frente a sus puertas se han colocado cámaras que detectan formas humanas y dan la alarma si un recluso sale de casa o se escuchan ruidos sospechosos.

Los drones, un sector que lidera China, sirven estos días para eludir el contacto físico y minimizar el riesgo de contagio. Fiscalizan a los que no llevan máscaras o violan la cuarentena, toman la temperatura a los vecinos asomados al balcón o rocían con desinfectante las zonas afectadas. También los robots sirven para acercar víveres o material médico a los hospitales de Wuhan donde se concentran los infectados.

El Gobierno hubo de satisfacer durante décadas su obsesión por el control y la seguridad con métodos pedestres, pero el desarrollo tecnológico ha disparado su sofisticación. No tranquilizan sus etéreas leyes sobre protección de datos ni su escaso tacto con cualquier elemento que perciba como hostil, pero nunca han debatido los chinos los límites entre la seguridad y la privacidad: son formas diferentes de entender al individuo y la sociedad, al progreso y al poder. La alianza ha quedado fortalecida tras compartir trinchera contra el coronavirus.

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