(Foto: AFP)
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/ JUNG YEON-JE
Adrián Foncillas

Todo en Taiwán sugería una hecatombe: separada de China apenas por el estrecho de Formosa, decenas de vuelos diarios, un millón de taiwaneses que residen en el gigante asiático y un caudal de turistas del interior. Casi cuatro meses después ha registrado 267 contagios de , muchos de ellos importados, y dos fallecidos.

El secreto está en la agilidad: bastó que China informara de una docena de ingresados por una extraña neumonía en diciembre para que chequeara a los llegados desde Wuhan, origen de la epidemia, y poco después cerrase sus contactos con China. También ayudó la prevención: las operaciones han sido dirigidas por el Centro Nacional de Comando de Salud, un órgano creado en el 2003 tras la epidemia del SARS y que conecta a todos los ministerios. Desde ahí, se han dictado 124 medidas, desde el seguimiento de infectados al racionamiento y fijación de precios de las mascarillas.

Un mundo aterrorizado busca en Asia la receta. Aquellas elefantiásicas cuarentenas chinas que fueron desdeñadas meses atrás por ineficaces e instrumentos de un estado autoritario son ahora imitadas, en mayor o menor grado, por la tercera parte del globo. Una mirada amplia arruina el manoseado debate sobre qué modelo político es más eficaz: en Asia, han controlado el virus las dictaduras china y vietnamita, las democracias surcoreana y taiwanesa o modelos mixtos como el singapurense.

Cada país ha luchado con sus armas pero se puede pergeñar un patrón común con gobiernos tecnocráticos y ágiles, sociedades solidarias que priorizan el bien común sobre los intereses individuales, robustos sistemas sanitarios y avanzados métodos de vigilancia tecnológica.

La variable tiempo es primordial”, opina Gerardo Chowell, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad del Estado de Georgia (Atlanta). “Si te retrasas, te viene la ola encima y ya no puedes practicar el seguimiento a los contagiados, se te va de las manos. Pero si actúas de forma proactiva, como en el Perú, puedes agarrarla al principio y, aunque es difícil apagarla, sí puedes reducirla con mucho esfuerzo”, señala.

Soldados de Corea del Sur usan equipo de protección al desinfectar una calle de Seúl para ayudar a prevenir la propagación del coronavirus. (Foto: AFP)
Soldados de Corea del Sur usan equipo de protección al desinfectar una calle de Seúl para ayudar a prevenir la propagación del coronavirus. (Foto: AFP)
/ JUNG YEON-JE

El rastreo de la gente

Un contagio masivo en una oscura secta empujó a Corea del Sur hacia el precipicio, pero pronto se alejó gracias a un concienzudo mecanismo de rastreo, análisis y tratamiento. Sus casi 20.000 tests diarios colocan en el radar también a infectados asintomáticos y elevan la ratio a 4.700 por millón de habitantes, la más elevada del mundo.

Es una obra de arte sanitaria: la población con síntomas envía un formulario al registro del Ministerio de Sanidad y recibe en breve una cita en alguno de los 53 centros de control. Son casetas en las que el funcionario procede al raspado nasal del conductor dentro de su vehículo. Bastan 10 minutos para concluir el trámite y las 96 clínicas públicas y privadas emitirán el diagnóstico en ocho horas con una exactitud del 98%.

La buena noticia del sistema es que es rápido, gratuito, eficaz e inocuo para el personal sanitario. La mala, para los que en estos días exigen aplicarla, es que no es improvisado: Seúl empezó su diseño tras los estragos del MERS (síndrome respiratorio del Medio Oriente) en el 2015.

Las autoridades fiscalizan la cuarentena domiciliaria de los contagiados por medios telemáticos y publican su nombre, dirección y rutas de las dos últimas semanas. En Corea del Sur o Taiwán, reivindicadas como saludables alternativas a la dictadura china, la lucha contra el coronavirus también contempla invasiones de la privacidad que las democracias occidentales no digerirían.

Un trabajador médico toma la temperatura a un ciudadano en la provincia china de Hubei. (Foto: AFP)
Un trabajador médico toma la temperatura a un ciudadano en la provincia china de Hubei. (Foto: AFP)
/ NOEL CELIS

En Singapur, los que no guardan el obligatorio metro de distancia afrontan multas de US$7.000 y todos los que han coincidido con un infectado en la última semana son identificados y obligados a una cuarentena de dos semanas bajo la amenaza de cárcel.

China decretó una cuarentena estricta para los 60 millones de habitantes de la provincia de Hubei en la que los mensajeros y comités vecinales enviaban la comida y mascarillas. En el resto del país, en cambio, bastó con la recomendación de no salir de casa para que las calles de Shanghái o Beijing quedaran igualmente desiertas. Operó, pues, la disciplina social que emparenta a China con el resto del continente.

Peter Kuznick, historiador de la American University, incide en la inclinación asiática a seguir las normas frente a la resistencia occidental. “Estoy seguro de que chinos, japoneses, taiwaneses y singapurenses cumplieron mejor las instrucciones de extremar las distancias y quedarse en casa que italianos, españoles y estadounidenses”, señala. En el cóctel que explica el éxito asiático también añade “una red de seguridad más universal, sociedades más igualitarias y líderes más fuertes y decididos”.

El factor más determinante, sin embargo, es que el SARS y el MERS ya vacunaron al continente. Cuando el coronavirus emergió, los gobiernos tenían el armamento a punto y la sociedad sabía cómo defenderse. Occidente ha alimentado su falsa sensación de seguridad durante décadas mientras juzgaba las epidemias como un problema ajeno. Es deseable que el coronavirus deje la certeza de que no hay mejor antídoto que la prevención.

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¿Qué es el coronavirus?

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).

El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.

El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.

Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.

Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.

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