(Foto: EFE)
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Virginia Rosas

está que arde. Fue una sorpresa ayer que los funcionarios públicos –conocidos por su apatía política y discreción– se plegaran a las gigantescas manifestaciones que, desde el 10 de junio pasado, han sumido al territorio semiautónomo en una crisis sin precedentes en la historia reciente.

Las movilizaciones, que ahora incluyen a trabajadores del sector salud, así como a empleados bancarios y de sociedades financieras, continuarán hoy y mañana. El lunes habrá paro general, pese a las amenazas del gobierno de despedir a los funcionarios que abandonen “la neutralidad política del servicio público”. 






Los ánimos se han caldeado aún más luego de que 44 manifestantes detenidos durante las manifestaciones fueran acusados de participar en disturbios, un delito que puede ser penado con diez años de cárcel.

Todo se inició en junio con una ley que permitía la extradición de los hongkoneses a China continental y que, por el momento, ha sido suspendida. La ciudadanía reclama ahora una investigación independiente sobre la violencia policial del martes 30; la renuncia de Carrie Lam, jefa del Ejecutivo de la isla; amnistía para las personas detenidas; y el derecho de elegir a sus propios gobernantes, como prometió en 1997 el entonces presidente chino Jiang Zemin al momento de la restitución de la otrora colonia británica, que en el 2047 perderá su estatus de autonomía.

Las banderas británicas enarboladas durante las manifestaciones dan cuenta del descontento que despierta entre algunos hongkoneses el haber dejado de ser súbditos del Imperio Británico para convertirse en súbditos del imperio rojo, liderado por el todopoderoso Xi Jinping.

Lo cierto es que no hay visos de solución. El 21 de julio, el gobierno echó mano de pandillas organizadas para amedrentar a los manifestantes: cientos de hombres vestidos con polos blancos y armados de varas de bambú y de fierro atacaron a los usuarios del metro que salían de la estación Yuen Long. La intención era golpear a aquellos que volvían de las manifestaciones, pero en la trifulca golpearon indiscriminadamente a los pasajeros. La policía brilló por su ausencia y las movilizaciones crecieron. El 30 de julio hubo un gran despliegue policial. Los agentes del orden utilizaron gas pimienta para dispersar a la gente y detuvieron a decenas de personas.

¿Cuál será la próxima jugada del gobierno? ¿Desplegar a la guarnición del Ejército Popular de Liberación (EPL) en Hong Kong y que se ha mantenido al margen de las protestas? Por lo pronto, el EPL ya lanzó un video amenazante a los opositores. Si Beijing se permitiera utilizar tropas del Ejército en contra de la población civil estaría marcando un peligroso derrotero.

Es posible que el Ejecutivo instaure en los próximos días un toque de queda para desarticular a los opositores. Sin embargo, el mensaje está claro: Hong Kong no quiere someterse al régimen comunista. Y el dragón, encerrado en el laberinto de un país con dos sistemas, se niega siquiera a imaginar la pérdida de soberanía sobre la antigua colonia recuperada.

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