Los jóvenes han puesto en jaque a Carrie Lam, jefa del Ejecutivo de Hong Kong, con sus reclamos por mayores libertades, que también son un desafío al Gobierno Chino. (Foto: EFE).
Los jóvenes han puesto en jaque a Carrie Lam, jefa del Ejecutivo de Hong Kong, con sus reclamos por mayores libertades, que también son un desafío al Gobierno Chino. (Foto: EFE).
Redacción EC

Por Adrián Foncillas
​Desde Hong Kong

camina hacia su cuarto mes de protestas con la economía diezmada, una brecha social inquietante y una generación con inquietudes políticas que ha jubilado el viejo pragmatismo. Es seguro que la retirada definitiva de la Ley de Extradición –que catalizó el movimiento antigubernamental– no detendrá las movilizaciones porque los jóvenes activistas aspiran ya al sufragio universal.

Las convulsiones subrayan el fin del matrimonio idílico entre la China continental y la isla después de 22 años. En 1997, cuando regresó a la madre patria, la fórmula de “un país, dos sistemas” respetó sus libertades, sistema judicial independiente, capitalismo y otros rasgos característicos.






El auxilio chino cuando la epidemia del SARS amenazaba con hundirla acabó de apuntalar el idilio y las encuestas mostraban que más de un 75% confiaba en el modelo. El dinero fluía por la excolonia y nadie recordó que la democracia les seguía esquiva: el gobernador que antes imponía Londres les llegaba ahora desde China con unas elecciones afeitadas.

Pero la economía se ha estancado, los buenos empleos escasean y la burbuja inmobiliaria bloquea el acceso a la vivienda a los jóvenes. Los chinos del interior son acusados de tensar la capacidad de los servicios de una de las zonas con mayor densidad del planeta. Añadamos la cuestión clasista: para los refinados, cosmopolitas y anglófilos hongkoneses, sus compatriotas son nuevos ricos asilvestrados. El caldo de cultivo socioeconómico se ha agravado con iniciativas legislativas chinas que vulneran el marco pactado. La sociedad ha salido a la calle para tumbar la ley de seguridad nacional y una reforma educativa que enfatizaba el patriotismo. La desconfianza ya está enquistada.

–Cambio de hábitos–

Los desvelos por la paternidad se le antojan lejanos a Justin, barbilampiño y con uniforme colegial. “Tengo miedo de que mis hijos no crezcan en un Hong Kong libre”, afirma. Es uno de los miles de estudiantes que boicotearon el inicio del curso escolar para gritarle sus inquietudes al Ejecutivo local y a Beijing.

(Foto: AFP)
(Foto: AFP)

Antes de las protestas me juntaba con los amigos los fines de semana para ir de compras o al cine, ahora voy a las manifestaciones”, relata. La convulsión de los últimos meses ha formado nuevos grupos de amigos y aflojado otros. Los jóvenes más inquietos se buscan entre sí. Los debates sobre sufragio universal, democracia o igualdad social se han vuelto cotidianos entre ellos.

Desde Beijing se ha acusado al sistema educativo liberal hongkonés de incubar las convulsiones sociales. Se enseña pensamiento humanista, se estimula el debate y el razonamiento crítico. Un sistema opuesto al baño patriótico que Beijing quiso imponer en la excolonia años atrás.

Persiste la brecha generacional con unos padres vacunados contra el idealismo y que ven las protestas como un atentado estéril contra la salud económica. Para los jóvenes son un precio razonable. “Ellos ya tienen casa y trabajo, por eso apoyan al Gobierno y me dicen que EE.UU. nos ha lavado el cerebro”, añade Katy Liu, estudiante de Diseño.

(El Comercio)
(El Comercio)

–La vereda opuesta–

Pero los contrarios a las protestas existen. Se definen como la mayoría silenciosa, aunque ningún estudio ha medido la distribución de fuerzas. La huelga general convocada la semana pasada por el sector antigubernamental fue un fracaso. Pero este bando carece de la capacidad de seducción del contrario y ya dio por perdida la batalla por la imagen.

Sus concentraciones son ignoradas por la prensa internacional. Varios no comprenden que los jóvenes insistan en tomar las calles cuando la Ley de Extradición ya ha sido enterrada. “No saben cuándo parar”, se resigna Kay Ip, psicóloga. “Ignoro si esa ley era buena o mala, pero no se puede responder con vandalismo. Eso solo pasa en las sociedades enfermas. No tenemos ideología, solo queremos vivir en paz y que dejen de destrozar la ciudad y arruinar la economía”.

En Hong Kong abundan las familias que han excluido la política de la mesa para alcanzar el postre en paz; otras que ya no se reúnen y grupos de redes sociales abandonados por los de un bando. Esa brecha social, que quizá continúe cuando las calles recuperen la paz, es el problema más grave e ignorado del conflicto.

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