El verdugo que ha ejecutado a decenas y dice "no sentir nada"

Un día después de que el primer ministro de , Nawaz Sharif, anunciara el final de la moratoria de siete años en las ejecuciones, el año pasado, Sabir Masih encontró su casa rodeada de paparazzi en la ciudad de Lahore.

El verdugo, de 32 años, había tenido encuentros con reporteros y cámaras antes, y no hubiera tenido problema en compartir sus opiniones sobre la vuelta de su país a las ejecuciones ante las cámaras, pero ese día iba mal de tiempo.

"Tenía que llegar a Faisalabad en la noche del 18 de diciembre porque había dos presos que iban a ser ejecutados en la mañana siguiente", recuerda.

Metió algunas cosas en una bolsa y se vistió con las ropas de su hermana de 17 años, cubrió su rostro con un velo y pasó por delante de las furgonetas de televisión que esperaban a las puertas de su casa, para llegar hasta la parada de autobús.

A esa hora, a unos 170 kilómetros al oeste, en Faisalabad estaban llevando a dos presos de la cárcel central del país, que no tiene patíbulo, a la cárcel del distrito.

No eran unos presos ordinarios.

Mohammad Aqeel había liderado un asalto a los cuarteles del ejército en Rawalpindi en el 2009, que causó la muerte a 20 personas, mientras que Arshad Mehmood había sido sentenciado por el intento de asesinato en el 2003 del entonces presidente, Pervez Musharraf.

Ambos eran ex soldados y miembros de las redes de militantes extremistas locales de Pakistán.

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8.000 CONDENADOS

Masih tuvo que enseñar varias veces su carnet de verdugo oficial para pasar los controles en las carreteras establecidos por el ejército y la policía para evitar la venganza de los militantes.

Al día siguiente, Aqeel y Mehmood se convirtieron en los primeros hombres en ser ejecutados en Pakistán en siete años, y su verdugo fue Masih.

En Pakistán hay unas 8.000 personas esperando la pena de muerte, más que en cualquier otro país del mundo, y desde diciembre Pakistán ha ejecutado a unos 200, algunos condenados por actos terroristas, otros por asesinato.

Desde que se levantó la moratoria, Masih dice que ha ejecutado a cerca de 60 personas en más de media docena de cárceles en la provincia del Punjab.

En total, calcula que ha ejecutado a más de 200 personas desde el 2007, y lo dice sin la más mínima señal de arrepentimiento en la voz.

La causa es, probablemente, que Masih pertenece a una familia de verdugos, el equivalente pakistaní de los Pierrepoints de Reino Unido, los Sansons en Francia y la familia de Mammu Jallad en India.

Como la mayoría de verdugos desde los tiempos del Raj británico, Masih es cristiano. Su apellido obedece al nombre local de Jesús, y es un apellido común entre los cristianos del subcontinente.

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FAMILIA DE VERDUGOS

Sus ojos son hundidos y muy arrugados, sus dientes están amarillos por mascar tabaco y tartamudea al hablar, pero su figura es esbelta y sus rasgos faciales, atrevidos.

Pervez Musharraf sufrió un intento de asesinato en 2003. Masih ejecutó al atacante.

"Ejecutar es la profesión de mi familia", dice.

"Mi padre era verdugo, y su padre era verdugo, y el padre de su padre y su abuelo, desde los tiempos de la East India Company" (La Compañía Británica de las Indias Orientales, creada durante el reinado de Isabel II de Inglaterra para comerciar con la India) .

Quizás su antepasado más famoso es el hermano de su abuelo, Tara Masih, el hombre que ejecutó al primer ministro electo de Pakistán, Zulfikar Ali Bhutto, en 1979.

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"NO SIENTO NADA"

Con este tipo de historia familiar, Sabir Masih recibe las preguntas de muchos periodistas que buscan una perspectiva sobre su trabajo, con preguntas como, ¿eres capaz de dormir la noche antes de tener que ejecutar a un preso? ¿Tienes pesadillas después? ¿Qué sentiste cuando ejecutaste a tu primera víctima? ¿Cómo ven tu trabajo tu familia y tus amigos?

"No siento nada. Es una tradición familiar. Mi padre me enseñó cómo hacer el nudo del ahorcado y me llevó con él para presenciar algunas ejecuciones cuando estaba en proceso de que me contrataran".

Su primera ejecución en solitario fue en julio deL 2007.

"Lo único que me puso nervioso era hacer bien el nudo, pero el vicedirector de la cárcel me dijo que no me preocupara".

"Me hizo hacer y deshacer el nudo varias veces antes de que llevaran al preso al patíbulo. Cuando el carcelero me hizo una señal con la mano para tirar de la palanca, me centré en él, y no vi al condenado caer por la trampilla".

"Es una tradición familiar", dice el verdugo.

Es más o menos igual hoy en día.

Al prisionero condenado le leen los cargos, le dicen que puede limpiarse y rezar si quiere, y luego lo llevan al patíbulo.

"Mi única preocupación es prepararlo al menos tres minutos antes del momento de la ejecución. Le quito los zapatos, le pongo una capucha en la cabeza, ato sus manos y pies, pongo la horca alrededor de su cuello, me aseguro que el nudo está debajo de su oreja izquierda, y luego espero la señal del carcelero para tirar de la palanca".

No hay ayuda psicológica ni antes ni después de la ejecución para el verdugo ni tampoco un límite al máximo de ejecuciones antes de poder descansar.

Masih dice que no necesita nada de esto.

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