Al costado de la sede episcopal de Matagalpa, arrodillado sobre los incómodos adoquines de la vereda, monseñor Rolando Álvarez levanta los brazos. Es una plegaria al cielo y también una forma de rendirse ante el asalto de la policía enviada por el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega. Así fue retratado el sacerdote el 4 de agosto de este año, cuando el régimen lo recluyó en su diócesis. Álvarez era acusado de “organizar grupos violentos, incitándolos a ejecutar actos de odio en contra de la población”, a lo que respondió entonando “Amigo” de Roberto Carlos.