Dennis Diggins, ex primer subcomisionado del Departamento de Saneamiento de la ciudad de Nueva York, muestra imágenes de la remoción de escombros después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en el World Trade Center en el vertedero Fresh Kills en el distrito de Staten Island de la ciudad de Nueva York. (Foto: Angela Weiss / AFP).
Dennis Diggins, ex primer subcomisionado del Departamento de Saneamiento de la ciudad de Nueva York, muestra imágenes de la remoción de escombros después de los ataques terroristas del 11 de septiembre en el World Trade Center en el vertedero Fresh Kills en el distrito de Staten Island de la ciudad de Nueva York. (Foto: Angela Weiss / AFP).
/ ANGELA WEISS
Agencia AFP

Para algunos, la colina representa la resiliencia de ; para otros es una herida abierta. Debajo yacen escombros de los atentados del de 2001 mezclados con restos humanos.

El sitio en Fresh Kills, en Staten Island, fue el vertedero al aire libre más grande del mundo hasta que cerró en marzo de 2001.

Después de que secuestradores de Al Qaida redujeran las Torres Gemelas a pilas de acero y concreto, el sitio fue reabierto para albergar los escombros del World Trade Center.

Hoy es un lugar que genera consternación para algunos familiares de las víctimas.

Los primeros camiones llegaron la noche del 11 de septiembre de 2001 y durante diez meses Dennis Diggins dirigió los trabajos de traslado de 600.000 toneladas de escombros de la “Zona Cero”.

“No sé cómo sería si tuviera un familiar aquí. Pero les puedo decir que el material ha sido tratado con el mayor respeto”, recuerda Diggins 20 años después.

“No está mezclado con basura, hay una separación”, agrega desde lo alto de la colina desde la cual se ve el Bajo Manhattan.

El área se convirtió en una pequeña ciudad, con miles de empleados de saneamiento, policías, agentes del FBI y del Servicio Secreto.

Todos ellos peinaron el sitio en busca de pistas, objetos de valor y restos que pudieran ayudar a identificar a las víctimas.

Kurt y Diane Horning estaban entre los familiares de fallecidos en esos ataques que visitaron rápidamente el área. Su hijo Matthew era un administrador de bases de datos que murió cuando la Torre Norte se desplomó una hora y 42 minutos después de que fuera impactada por uno de los aviones secuestrados.

Se estresaron apenas al llegar: el sitio estaba lleno de gaviotas y barro. Encontraron una tarjeta de crédito, un zapato, un reloj.

Un trabajador les dijo que durante los primeros 45 días, por falta de equipos, trabajaron con rastrillos y palas.

“La idea era trabajar dentro del presupuesto, rápidamente (...) ‘Vamos a mostrar la capacidad de recuperación del país y no detenerse en los muertos’. Y eso fue lo que hicieron”, afirma Diane.

Diggins asegura en cambio que ni él ni sus trabajadores trataron el área como un vertedero normal y operaron “con respeto”.

“Siempre se supo que había restos humanos. Nunca dejamos de pensar en eso”, dice, visiblemente emocionado.

Afirma también que una vez que los camiones dejaron el sitio contrató a buzos para que registraran el muelle circundante y se aseguraran de que nada hubiera quedado sin inspeccionar.

“Basurero”

Entre el inicio y el final de la operación, la colina, que ofrece una vista impresionante del Bajo Manhattan, donde estaban las Torres, se elevó más de 25 metros.

Separada del resto de la colina por una capa aislante, la pila de escombros estaba cubierta por lonas de plástico.

Los Horning creen que algunos restos de Matthew están enterrados allí. Hasta el día de hoy solo se ha recuperado un fragmento de hueso de su hijo.

Sus intentos de retirar todos los restos fueron rechazados por el gobierno de la ciudad, entonces a cargo del alcalde Michael Bloomberg.

“Fue una doble pérdida. Algunos fanáticos decidieron que era una buena idea hacer volar a mi hijo por los aires. Pero luego mi propio gobierno decidió que no era lo suficientemente bueno como para enterrarlo”, dice Diane.

Los Horning y otras familias propusieron que los restos fueran enviados a otros sitios en Fresh Kills que nunca habían albergado basura, pero no lo lograron.

En 2005, 17 de ellos iniciaron acciones legales. Intentaron que el caso llegara a la Corte Suprema, pero los jueces se negaron a examinarlo.

“Me sentí personalmente responsable de haber arrastrado a las otras familias en eso. Ahora no tienen esperanza y debo vivir con eso”, lamenta Diane.

El sitio todavía arroja más de 40.000 metros cúbicos de metano por día de la basura en descomposición depositada allí desde hace muchas décadas.

Cuando sea seguro, las autoridades de Nueva York planean abrir en el sitio un parque conmemorativo en 2035.

Pero los Horning no están interesados.

“Es un basurero”, dice Diane. “Es como si en la mañana de Navidad le entregas a tu hijo un paquete bellamente envuelto y cuando él lo abre hay basura dentro”.

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