Dr. Anthony Fauci, exconsejero médico de la Casa Blanca. (Foto / AFP)
Dr. Anthony Fauci, exconsejero médico de la Casa Blanca. (Foto / AFP)
/ GREG NASH

se indignó. Hace unas semanas -y con la noticia de su retiro de la función pública luego de 50 años- el podcast “The Journal” le pidió evaluar su gestión en la contención de la pandemia del coronavirus en . “¿Cómo contribuyó a la división política?”, le preguntó la periodista Kate Linebaugh. “Disculpa, ¿cómo que yo colaboré? -respondió el doctor- Bueno, todo lo que hice desde el principio fue tratar de ayudar”.

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El cuestionamiento era inevitable. Para algunos, el infectólogo de 81 años y hasta hace unas semanas director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, es el rostro del combate contra la COVID-19. Para otros, no es más que un títere del Gobierno y de aquellos que desde la sombra orquestan una conspiración mundial. Las amenazas contra su vida le valieron tener seguridad personal.

El especialista Manuel Santillán, doctor por la European University Viadrina de Alemania y experto en estrategias de comunicación, propone que para entender lo que Fauci vivió no basta con poner el foco en porqué el mensaje no llegó bien a la ciudadanía. Las noticias falsas -que venían de opositores políticos y de conspiranoicos- que se sumaron a la discusión, son insuficientes para dar sentido a las manifestaciones en las calles y la radicalización. También hay que pensar en “las distintas necesidades de información en situaciones extremas y de incertidumbre”. Santillán explica: “Responde también a la necesidad de aferrarse a una verdad y cómo ello facilita que las personas crean en contenidos no comprobados. No es tanto qué hizo el emisor sino cómo fueron las dinámicas de expresión de las personas y cómo se vincularon a voces altisonantes”.

Esa mirada, claro está, no le quita responsabilidad a Fauci. De allí que “The Journal” también le preguntara qué habría hecho distinto. “Supongo que tendríamos que haber sido más cuidadosos al describir las cosas, adelantándonos a que, en algunos casos, habría una distorsión deliberada de lo que decíamos”. Sin embargo, el doctor es plenamente consciente de que la división política lo supera. “La alteración de lo que decimos sobre salud pública y a pesar de ser parte del sentido común, es sorprendente y desafortunada”.

Quizás la autocrítica llega muy tarde. Santillán opina: “Así como a las empresas, a Fauci se le hubiera recomendado reconocer sus errores y tratar de enmendar los daños. Ese hubiera sido el mejor camino, la mejor manera para salir de una situación crítica”.

Errores y traspiés

En total, Anthony Fauci a cinco presidentes de Estados Unidos. Fue Ronald Reagan quien en 1984 -y mientras el país era golpeado por el sida- lo designó como director de enfermedades infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud. Durante la gestión de George W. Bush, trabajó para desarrollar el Plan de Emergencia para el alivio de esa misma enfermedad. Por su trabajo, Bush le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad. El doctor también combatió el ébola, zika y el ántrax.

Por su trayectoria, era el indicado para hablar de las vacunas y los cuidados que se debían tener con el coronavirus. Y cuando otras voces tomaron prevalencia, él se hizo escuchar. La politóloga especializada en comunicación política Alexandra Morales recuerda: “Incluso cuando el exmandatario Donald Trump planteaba una realidad alternativa sobre la enfermedad, Fauci tomaba la palabra para dar recomendaciones y explicar un panorama más realista”. Sin embargo, en una situación tan apremiante y con las redes sociales encima, opina la especialista, la forma en la que comunicó sus ideas “terminó por generar rechazo”.

Más que intentar resolver las dudas o tratar de aumentar la confianza en las decisiones que tomaba el Gobierno, lo que decía sonaba a imposición”, agrega Morales.

Antes de la pandemia, dice la experta, muchos padres cumplían con los calendarios de vacunación de sus hijos a pesar de no saber mucho del tema. Así hasta la crisis causada por el coronavirus, del que al inicio se sabía muy poco. La ignorancia sobre cómo operaba la COVID-19 generó incertidumbre y eso se convirtió en un “miedo que permitió que los discursos antivacuna se convirtieran en discusiones sobre la libertad personal para determinar si las vacunas eran buenas o malas, o si los Gobiernos querían controlarnos”.

En respuesta, los Estados optaron por imponerse. “Las instituciones nacionales presionaron a las personas para que se vacunaran, de lo contrario, habrían restricciones. Por ejemplo, para ir a determinados lugares se debía presentar la cartilla de vacunación, o las personas que trabajan en centros de salud deben tener su pauta completa. Todas esas limitaciones fogonearon el miedo y dieron sentido a preguntas cómo ‘¿de dónde surgió la pandemia?’, ‘¿a quién realmente le beneficia esta situación?’”. Así, sin quererlo, Fauci se convirtió en blanco de los conspiracionistas.

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