Desde la publicación del libro “La Democracia en América” (1835), obra del polígrafo francés Alexis de Tocqueville (1805 – 1859), uno de los ideólogos más preclaros del liberalismo clásico del siglo XIX, la vida política y social en los se ha constituido en referente para entender la idea de democracia.

Mientras recorría Estados Unidos (1831 – 1832), Tocqueville observó el experimento político–social que allí ocurría y lo describió como decisivo para el establecimiento de los principios de igualdad y de soberanía popular como fundamentos de la vida de los pueblos de Occidente. Advertía, asimismo, que todo aquello que lo hacía admirable conllevaba muchos peligros inherentes, en particular las amenazas de la tiranía de las mayorías, la violencia partidista y la mediocridad de la vida política.

Por esta razón el sistema electoral estadounidense fue creado y orientado para guiar la decisión del ciudadano hacia un resultado que reflejara la unidad nacional y el valor del sufragio. Así, las elecciones primarias de los partidos para escoger su candidato presidencial, la votación para seleccionar los delegados a los Colegios Electorales estaduales y la convención partidaria que nomina la plancha presidencial constituyen las etapas fundamentales del proceso electoral.

Los norteamericanos votan escalonada e indirectamente desde el inicio del proceso, razón por la cual se dice que son los resultados de las elecciones primarias los que deciden el triunfo o la derrota en las urnas.

Actualmente observamos, a dos meses de las elecciones de noviembre, que muchas de las advertencias sobre el lado oscuro de la vida política estadounidense son ahora evidentes. Si bien sería equívoco hacer analogías históricas de la crisis actual con las del pasado, tal vez, y con el fin de tener algún grado de comprensión del momento político, vale recordar el famoso discurso de “La Casa Dividida”, pronunciado por Abraham Lincoln (1812 -1865), aceptando su nominación como candidato republicano al Senado por el estado de Illinois (1858).

El pasaje más conocido de este discurso es el siguiente: “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no puede soportar, de forma permanente, la mitad esclavo y la mitad libre. No espero que la Unión se disuelva. No espero que la casa caiga. Espero que deje de estar dividida (…)”.

“La Casa Dividida”

La alegoría de la “Casa Dividida” es de fuente bíblica (Marcos 03:25) y formó parte del debate sobre el tenue compromiso político de 1850 entre los estados no esclavistas y los esclavistas. Y si bien lo que divide actualmente a Estados Unidos ya no es la esclavitud, sin embargo, tal y como ocurría en 1850, su legado sociopolítico crea la sensación de que la democracia estadounidense es una ilusión y que todo aquello que constituía una garantía de los derechos ciudadanos hoy es para un sector de la población norteamericana instrumento de coacción y dominación contra ella. Esta sensación se ve amplificada por los prejuicios económicos y el malestar social causado por la pandemia del COVID-19.

El demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump disputarán la Casa Blanca en las elecciones del 3 de noviembre. (El Comercio)
El demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump disputarán la Casa Blanca en las elecciones del 3 de noviembre. (El Comercio)

¿Cómo y por qué se ha llegado a esta situación? No es fácil responder estas preguntas. Amén del carácter peculiar del actual mandatario estadounidense, Donald Trump, y su forma de gobernar el país, es un hecho que sus adversarios demócratas han hecho política –más bien antipolítica– en su contra y en nombre de ello han vaciado de todo lo importante el debate público y lo han reemplazado por un catálogo de prejuicios, entre los que figura en primera línea la cuestión racial.

Esta escalada alcanzó en los últimos meses, e incluso días, el centro de la vida social estadounidense, los suburbios de las grandes ciudades donde vive su clase media. La sucesión de manifestaciones y contramanifestaciones –en muchos casos con presencia de civiles armados– en las áreas residenciales es todo un símbolo de lo que algunos comentaristas consideran una guerra civil en ciernes, la cual se vendría gestando en el tejido social desde los años setenta del siglo pasado por temas tan delicados como la falta de controles adecuados en la actuación de las fuerzas del orden.

Lo cierto es que en los dos meses venideros las miradas vidriosas del verano estadounidense del 2020 deberán tornarse en introspectivas al momento de acudir a sufragar. Tal vez, en el tiempo que resta hasta el 3 de noviembre próximo, vale la pena que los votantes norteamericanos recuerden otro discurso de Lincoln, su mejor discurso según los historiadores, “La oración de Gettysburg” (19 de noviembre de 1863): “Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como lugar de último descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.

“Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado, muy por encima de lo que nuestras pobres facultades podrían añadir o restar (…) Somos, más bien, nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon e hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra”.

El último párrafo de este discurso constituye hasta nuestros días la noción más breve y precisa de lo que caracteriza a una democracia. En la historia de Estados Unidos hubo campañas electorales marcadas por iguales o peores circunstancias a las actuales. Esperamos que, tras una pugna electoral en la que se ha llegado al absurdo, se vuelva la mirada a aquel discurso de noviembre de 1863 y los estadounidenses honren con su voto su espíritu democrático y contrario al cainismo que elogió Tocqueville en el siglo XIX.

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Alain Cocq, el francés que lleva 34 años en fase terminal, se dejará morir desde el sábado. (AFP).
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