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Jordan Belfort, el verdadero lobo de Wall Street - 1
Redacción EC

El hombre que lo mira fijamente en esta página es uno de esos personajes a los que un director de cine no puede resistirse. Su vida llena de fechorías y excesos ha inspirado a para filmar “El lobo de Wall Street”, que ya está en cartelera.

La película ha devuelto a la vida a , el villano de cuello blanco que orquestó uno de los grandes fraudes de la historia de EE.UU. Las entrevistas en diarios, radios y canales de televisión se han sucedido una tras otra, y no ha parado de contar los más extraordinarios detalles de su bien ganada mala fama.

Belfort, que hoy ya rebasa los 50 años, fue un corredor de bolsa en Wall Street que entró a trabajar en una agencia que vendía acciones de empresas pequeñas y desconocidas, haciéndolas pasar por grandes oportunidades. Tal cantidad de plata reunió que compró una franquicia de la agencia y, luego, la empresa entera, a la que rebautizó como Stratton Oakmont.

“Queríamos hacer plata jugando limpio, pero Wall Street te va deformando y se va perdiendo la sensibilidad. En un abrir y cerrar de ojos, la gente se convirtió en números. Tenía solo 25 años y perdí el norte”, le confesó recientemente a la revista “Business Week”.

Desde fines de los 80 y durante la década de los 90, Stratton se convirtió en una máquina de hacer dinero a través de métodos fraudulentos que dejaban sin un centavo a sus incautos clientes. Belfort llegó a amasar más de mil millones de dólares. Y llegaron las fiestas, las mujeres, los yates, los vinos más caros...

Caída y redención

Fue inevitable que el FBI le echara primero el ojo y luego el guante. Fue imputado en 1998 por estafa y blanqueo de dinero. Reconoció los cargos y colaboró delatando a sus cómplices, por lo que pasó solo dos años en prisión.

Pero lo condenaron a devolver US$110 millones a los accionistas a los que timó, deuda que sigue pagando.

Belfort ha pedido perdón y ha dejado las drogas. En el 2008, tomó la pluma y escribió sus memorias: en la primera parte habló de su auge; y en la segunda, de su derrumbe. “He cometido algunos errores terribles, pero un leopardo puede cambiar sus manchas”. Irónicamente, hoy se gana la vida dando conferencias de motivación en los negocios y clases de cómo cerrar tratos en ventas.

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