Marco Rubio, la promesa republicana que se apagó
Marco Rubio, la promesa republicana que se apagó

Washington. "Algunas personas sugieren que me aparte y espere mi turno, pero no puedo", afirmó el senador de Florida de origen cubano al anunciar su candidatura a la Casa Blanca en abril del 2015, seguro de encarnar la generación de relevo del Partido Republicano. !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');


Su anuncio, hecho simbólicamente en un edificio en Miami que sirvió en décadas pasadas para recibir a los exiliados de Cuba, ocurrió en momentos en que el hombre a derrotar entre los republicanos era Jeb Bush, ex gobernador de Florida, antes de que apareciera en escena Donald Trump y echara por tierra todos los pronósticos.

Casi un año más tarde, Marco Rubio se retiró de la carrera hacia las presidenciales de noviembre luego de haber sido rechazado por los electores de su propio estado, a los que debe su meteórico ascenso político, pero que prefirieron al grandilocuente magnate, ganador de las primarias republicanas este martes.

Marco Rubio, que con 44 años era el aspirante más joven a la Casa Blanca, era la antítesis de Trump: hijo de inmigrantes cubanos pobres, se mostraba como el producto del Sueño Americano que traería "un nuevo siglo estadounidense", utilizando un discurso conservador pero optimista.

Marco Rubio no solo se perfiló como gran orador telegénico. Mientras preparaba su candidatura durante el 2013 y el 2014, el senador se esforzó en ganar estatura política a través de discursos sobre defensa, política exterior o el estado de bienestar. Según Rubio, se encaminaba a renovar el pensamiento político republicano.

Pero le tocó aspirar a la presidencia en el 2016, un año que ha favorecido a los "outsiders" políticos y ha pasado factura a senadores y gobernadores.

Historia cubana

Durante su campaña, Marco Rubio apeló una y otra vez a la historia de sus padres en Miami, un barman de hotel y una mujer de limpieza que a través del trabajo duro alcanzaron el Sueño Americano: una casa donde vivir y un mejor futuro para sus hijos.

"Soy hijo de inmigrantes, exiliados de un país lleno de problemas. Ellos me dieron todo lo que pudieron. Yo soy la prueba de que sus vidas importaron, su existencia tuvo un propósito", escribió Rubio en sus memorias "An American Son", del 2012.

Pero pese a que él lo niega, es un producto de las estructuras tradicionales políticas. Dos años después de conseguir su diploma de abogado, fue elegido en 1998 al consejo municipal de West Miami. Un año más tarde, ingresaba a la Cámara de Representantes de Florida, que llegó a presidir del 2006 al 2008, en tiempos en que Jeb Bush era el gobernador.

En el 2010 desafió al entonces gobernador de Florida Charlie Crist que buscaba un puesto en el Senado estadounidense, y contra todo pronóstico lo venció, cimentando su fama de imbatible.

A su llegada a Washington, impulsado por la ola del movimiento Tea Party, los conservadores creyeron haber encontrado a su salvador.

Los medios conservadores cortejaron a este senador que podía hablar español, iba a misa y escuchaba música rap, pero sin comprometer los "valores!" conservadores como el rechazo al aborto y al matrimonio homosexual, o la oposición a ultranza al régimen castrista en la Habana.

Ocaso de una promesa

Marco Rubio era perfecto para reparar las relaciones del Partido Republicano con el cada vez más importante electorado hispano. Pero el haber promovido en el 2013 una reforma migratoria con una vía para regularizar a los 11 millones de indocumentados en el país, que terminó por fracasar en el Congreso, le valió la enemistad de una parte de sus antiguos seguidores.

Luego renegó de esa reforma y los hispanos lo vieron con recelo.

La campaña presidencial podría haber sido su redención. Subió en las encuestas y alcanzó un digno tercer lugar en las primarias en Iowa.

Cuando Jeb Bush tiró la toalla, las élites del partido confiaban en Marco Rubio para detener el ascenso de Trump.

Pero ante los reiterados triunfos del magnate en las primarias, Rubio lanzó un último intento desesperado en febrero y atacó desde el tamaño de las manos hasta el color del bronceado de Trump, una estrategia que en definitiva le resultó contraproducente y abandonó rápidamente.

Rubio siguió apagándose, pero se negó a retirar su candidatura, a la espera de una victoria en Florida que le diera oxígeno. No ocurrió.

El senador bromeó durante la campaña con que si sus aspiraciones a la Casa Blanca fracasaban, le gustaría dirigir la liga de fútbol americano. ¿Será un buen lugar para esperar las próximas elecciones presidenciales en el 2020?

Fuente: AFP

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