El personal médico atiende a los pacientes con COVID-19 en una unidad de UCI móvil, instalada en los terrenos del hospital para hacer frente al alto número de personas gravemente enfermas en el Instituto Nacional de Neumología Marius Nasta en Bucarest, Rumania. (Foto: AP / Andreea Alexandru).
El personal médico atiende a los pacientes con COVID-19 en una unidad de UCI móvil, instalada en los terrenos del hospital para hacer frente al alto número de personas gravemente enfermas en el Instituto Nacional de Neumología Marius Nasta en Bucarest, Rumania. (Foto: AP / Andreea Alexandru).
/ Andreea Alexandru
Agencia AFP

“He llegado al infierno”, dice Bogdan Gavanescu desde su cama de hospital en Bucarest, donde lleva dos meses luchando contra el covid-19. atraviesa una devastadora cuarta ola, con el sistema sanitario saturado y récord de decesos.

Mientras los contagios bajan en la mayoría de la Unión Europea, este país de 19 millones de habitantes, uno de los más pobres del bloque y con una campaña de vacunación menos rápida, registró esta semana una media de 14.000 nuevos casos por día.

Además, el viernes batió un récord de muertos diarios desde el inicio de la pandemia, cuando registró 385 fallecidos.

Los centros sanitarios están desbordados. Las ambulancias deben esperar en la puerta de muchos hospitales a que se liberen camas para poder dejar a sus pacientes. Las autoridades incluso plantean trasladar 200 o 300 enfermos al extranjero.

“Es una catástrofe médica”, resume el jefe del departamento de situaciones de emergencia del país, Raed Arafat.

El Instituto de Pneumofisiología Marius Nasta de la capital está lleno “al 110%”. Los médicos trasiegan entre camas alineadas en los pasillos, donde una paciente poco afortunada recibe una perfusión sentada en una silla.

Allí ingresó Gavanescu, un taxista de 43 años que no creía en la existencia del virus, hasta que se infectó. “He estado intubado, pero finalmente me han devuelto a la vida”, afirma.

No todos cuentan con esa suerte.

“Si el flujo actual se mantiene, en un día o dos el sistema médico se derrumbará porque ya no tenemos más sitio para acoger enfermos”, se lamenta el director del hospital Catalin Apostolescu.

“Es el infierno en las unidades de cuidados intensivos en todo el país y la situación no hace más que empeorar”, confirma Dorel Sandesc, jefe clínico en el hospital de Timisoara (oeste) y presidente de la Sociedad Rumana de Anestesia.

“Me temo que ya estamos en el escenario italiano”, dice el jefe de la campaña de vacunación, Valeriu Gheorghita, en referencia a la situación dramática que vivió la región de Lombardia (norte) en marzo de 2020, cuando los médicos tuvieron que escoger a quién curar y a quién dejar morir.

Lenta vacunación

La pandemia se suma al resto de males de este país, con un sistema hospitalario muy anticuado. La semana pasada, el incendio en un hospital mató a siete pacientes, el tercer siniestro mortal de este tipo en menos de un año.

Al borde del colapso, los hospitales suspendieron cualquier hospitalización e intervención quirúrgica no urgente, como al principio de la pandemia.

“Una condena a muerte” para los enfermos crónicos, lamenta una asociación que defiende sus derechos.

Aunque otros países de la UE tuvieron que recurrir a esta medida en 2020, ahora están en una situación mucho mejor gracias a la vacunación.

Pero los rumanos desconfían de las vacunas y menos de un tercio de la población ha recibido la pauta completa, lejos de la media del 65% de la Unión Europea.

Es “un fracaso que estamos pagando todos”, lamenta el doctor Sandesc.

La desconfianza hacia el gobierno, alentada por la importante difusión de teorías complotistas y de conspiraciones en las redes sociales, explica este bajo índice, indican los sociólogos.

Solo la vecina Bulgaria presenta un porcentaje peor en la UE (20%).

Los expertos acusan a las autoridades de haber relajado demasiado temprano las restricciones en junio. Entonces, el presidente Klaus Iohannis cantó victoria frente al covid.

El deterioro de la situación llevó al gobierno a instaurar en septiembre un pase sanitario (vacuna, test negativo o certificado de recuperación) para entrar en restaurantes, conciertos o eventos deportivos, medida que provocó una manifestación de miles de personas la semana pasada.

Respirando con dificultad, Lucia Draghici, de unos 50 años, reconoce su “gran miedo” a la vacuna a pesar de las “complicaciones” que soporta por el virus.

Georgica Vieru, un cura ortodoxo de 53 años, confiesa que “formó parte de aquellos que creían que la vacuna no era buena”.

“Pero después de todo lo que he vivido, sé que fue un error”, admite, con la esperanza de volver pronto a casa tras 29 días ingresado.

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