Lech Walesa, cofundador de Solidaridad y exmandatario de Polonia, durante la campaña para las presidenciales en 1989. (Foto: Reuters)
Lech Walesa, cofundador de Solidaridad y exmandatario de Polonia, durante la campaña para las presidenciales en 1989. (Foto: Reuters)
Mateusz Morawiecki

La relación entre los países europeos se basa en el principio de la solidaridad. Es una garantía infalible en la construcción de un mejor futuro de Europa. Cuarenta años atrás, en los calurosos meses del verano de 1980, Europa se veía completamente diferente a lo que es ahora. El continente estaba atravesado por la Cortina de Hierro, que no era solamente una línea metafórica de división política. En realidad, dividía a los países libres y democráticos de aquellos a quienes les fue arrebatada su soberanía y eran totalmente dependientes del imperio soviético.

Entre los países que quedaron después de la guerra bajo el protectorado del poder comunista se encontraba también mi patria – Polonia. Polonia, que a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial perdió cerca de 6 millones de ciudadanos, la mitad de los cuales eran de ascendencia judía. Esta catástrofe después de la cual en términos humanos, no teníamos derecho a levantarnos. Y sin embargo, lo intentamos.

En los tiempos de la sumisión de la posguerra, conocidos como el período de la República Popular de Polonia, los polacos no renunciaron a conseguir la realización de sus sueños de autodeterminación, libertad e independencia. Nunca hemos aceptado el injusto juicio de la historia. Por ello, en Polonia continuamente hubo muestras de luchas heroicas contra el régimen dependiente de Moscú. Desgraciadamente, sin resultados.

Las autoridades comunistas en forma sangrienta pacificaron todas las protestas sociales, vigilaban a la sociedad o censuraban las expresiones de libertad en el arte y literatura. Con cada siguiente alzamiento las víctimas aumentaban, pero a pesar de ello, la esperanza no se apagó. El fruto de esta esperanza fue agosto de 1980, el verdadero punto de quiebre. Fue un fenómeno inimaginable en todo el bloque soviético. Fue algo que causó al mismo tiempo asombro y admiración en todo el mundo. Después de una serie de huelgas en los astilleros y otros centros de trabajo en toda Polonia, el despótico partido comunista tuvo al fin que doblegarse. Fue entonces que se permitió la formación del primer sindicato autónomo en la historia de los países del bloque soviético, independiente de las autoridades. Así nació “Solidaridad”.

Solidaridad” fue formalmente una organización sindical, pero en realidad fue un movimiento social nacional que unió a millones de polacos en una comunidad llena de confianza. ¿De dónde vino esta confianza? La extraemos y hasta ahora lo hacemos de una tradición política de hace siglos – el amor a la libertad y a la democracia. Desde su apego a Europa, de la cual Polonia ha sido parte activa desde hace miles de años. Y también de la inspiración que despertó en la sociedad polaca el Papa Juan Pablo II – su elección a la capital de Pedro, una continua fuente de esperanza y fuerza.

Ahora, después de años, se ve claramente que “Solidaridad” fue la piedrita que causó una avalancha que produjo la caída de la Cortina de Hierro en 1989. Gracias a “Solidaridad” Polonia se liberó de la zona de influencia soviética y Europa pudo volver a ser un todo. Aunque han pasado ya cuarenta años del nacimiento de “Solidaridad”, los ideales de Solidaridad están y deben seguir vivos para nosotros. Nosotros los polacos, lo hemos conservado no como objetos de museo, sino como un valor que determina el standard en la vida pública, un ejemplo y modelo al cual aspiramos. Pero la solidaridad es más que un postulado socio-político. Es una forma de existencia actual también en los gestos y comportamientos diarios. “No hay libertad sin solidaridad” – lo recordamos de Juan Pablo II.

Y recordamos también que no hay solidaridad sin amor y sin estos dos – no hay tampoco futuro. Cuando los desastres naturales caen sobre nuestra sociedad – inundaciones, cataclismos, incendios, tornados, la solidaridad se constituye no solamente en uno de los principios primordiales de acción, sino sencillamente es una condición de supervivencia. Lo observamos y lo seguimos observando en la lucha contra la pandemia del coronavirus. La ayuda incondicional, la dedicación para salvar a otros, sincero altruismo, empatía, rechazo al miedo y al egoísmo, tales muestras en los momentos más difíciles fueron representados por los médicos, personal de socorro, los servicios uniformados, farmacéuticos, así como vendedores, maestros, empresarios y ciento de miles de ciudadanos comunes.

Gracias a esta actitud pudimos convencernos qué significa la solidaridad en la práctica. Pero la solidaridad es demasiado valiosa para que la recordemos solamente en tiempos de crisis. Sus ideales deben ser también el contenido de la vida cotidiana, manifestado cada día en la amabilidad, hospitalidad, apertura y tolerancia. Para descubrirla, es suficiente que nos adentremos profundamente sobre nuestra propia existencia, conociendo mejor todas las nobles cualidades de nuestra personalidad.

Quien encuentre en sí mismo el espíritu de solidaridad, entenderá que no puede limitarse al ámbito individual. La solidaridad exige comunidad, ya que en ella se realiza plenamente. Por lo tanto debemos asumirlo como una regla fundamental de nuestra vida colectiva. Nos convencemos de esto especialmente hoy, cuando millones de polacos, al igual que los habitantes de otros países de Europa, están luchando con las consecuencias económicas de la pandemia. Si no nos hubiéramos guiado por la primacía de la solidaridad en nuestras acciones, no habría sido posible la reducción significativa de la propagación del virus y la rápida introducción de una audaz estrategia anticrisis, protegiendo tanto a los empresarios, empleados y sus familias, así como a los gobiernos locales. Este mismo espíritu es necesario también en la Europa moderna.

Nos encontramos juntos en la curva y juntos debemos de salir de ella, como una comunidad. Por eso es importante que en el momento de prueba sobre el egoísmo, triunfe la auténtica actitud de cooperación. Queremos una Europa fuerte, así como queremos una Polonia fuerte. Estoy convencido que seremos capaces de dar forma a nuestro futuro común, siempre que aceptemos la herencia de “Solidaridad” como el fundamento de nuestras acciones. Por eso hoy, después de cuarenta años del memorable Agosto de 1980, nuestra tarea fundamental es hacer que especialmente a los ojos del mundo “Solidaridad” no quede como un simple hecho en la historia de la nación polaca.

Debemos hacer de Solidaridad un proyecto para toda Europa, por eso también la solidaridad es nuestra propuesta para las siguientes décadas de desarrollo. Las relaciones entre los países europeos, independientemente del tamaño y potencial económico, deben amoldarse en las relaciones humanas. Estas a su vez, de una forma natural se forman por el principio de la solidaridad. Es una garantía perfecta en la construcción de un mejor futuro para Europa.

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Protestas en Europa contra la “tiranía médica” de las mascarillas para frenar el coronavirus. (AFP).
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