Michaella McCollum (izquierda) fue una de dos británicas apresadas en el Perú en 2013 por narcotráfico. (GETTY IMAGES).
Michaella McCollum (izquierda) fue una de dos británicas apresadas en el Perú en 2013 por narcotráfico. (GETTY IMAGES).
BBC News Mundo

El 6 de agosto de 2013, dos mujeres de 20 años fueron arrestadas en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima, Perú. El equipaje de Michaella McCollum y Melissa Reid contenía cocaína por valor de más de US$2 millones.

Un hombre que Michaella había conocido en Ibiza la convenció de intentar trasportar la droga del Perú a España.

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Michaella y Melissa solo se conocieron cuando los criminales las juntaron para el viaje con el cargamento. Ambas se declararon culpables de narcotráfico y fueron sentenciadas a más de seis años de prisión en el tristemente famoso instituto penitenciario Ancón II.

En 2016, ambas mujeres fueron liberadas anticipadamente y, desde entonces, Michaella ha salido a hablar públicamente de su historia y de cómo ha cambiado desde que llegó a ser conocida como la mula con un moño gigante.

En un documental de cinco episodios, Michaella, ahora de 28 años y madre de dos hijos, narra su travesía hacia -y por fuera de- el crimen.

En sus propias palabras le cuenta al canal digital BBC Three cómo ha sido su vida desde entonces.

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Cuando la gente pregunta cómo me siento de eso ahora, se siente como si estuviera pensando de una persona diferente, no puedo identificarme con esa persona ahora.

¿Cómo pasó? Simplemente acepté cosas con las que no me sentía cómoda, pero era demasiado tímida para decir algo al respecto. Esos tres años en prisión hicieron de mí lo que soy ahora, con la mentalidad y valores morales que tengo ahora.

“Las drogas fueron un escape de la realidad”

Mis sentimientos sobre el consumo de drogas han cambiado enormemente. Cuando estuve alrededor de drogas en ese entonces en Ibiza, no lo veía como gran cosa.

Eran mis primeras vacaciones sola y estaba pensando en divertirme. No investigué mucho, no pensé en el daño que me harían a mí o a los de mi entorno. Ahora pienso, “esas cosas que me metí en el cuerpo sin pensar, ¿cómo es que sigo viva?”.

Realmente asusta cuando piensas en eso. Si algo me pasara, ¿qué sería de mis hijos? El convertirme en madre también me ha cambiado, cuando era más joven, usaba drogas para escapar de la realidad.

Creo que es muy importante que pensemos en eso y que los padres eduquen a sus hijos también. Ojalá hubiera tenido más educación sobre las drogas en la escuela o que mi familia estuviera más capacitada para enseñarme, así hubiera sido más temerosa.

El tribunal en Perú sentenció a Michaella a seis años de prisión. (Getty Images).
El tribunal en Perú sentenció a Michaella a seis años de prisión. (Getty Images).

Era muy inocente a los 19 años. Creía que nada malo me podía pasar. No sospechaba de la gente, simplemente vivía en esta fábula de un mundo irreal, que es muy diferente a como lo veo ahora.

Crecí pensando en que podía confiar en la gente, nunca cuestioné nada, solo creía todo y confiaba en la gente muy fácilmente.

No deberíamos ser así, no todos quieren lo mejor para ti, los extraños no se preocupan por ti. Debes sospechar un poco de la gente y mantener la guardia alta. Se trata de prestarle atención a tu intuición -presentí que no estaba bien y lo ignoré-. Tu cuerpo siempre sabe cuando algo está mal.

Las campanas de alarma no empezaron a sonar hasta cuando me alistaba para ir a Perú. Había volado de Ibiza a Mallorca muy drogada, lo veía como una aventura. Solo fue cuando empecé a recobrar la sobriedad que pensé ‘¡Por dios!, ¿qué diablos estoy haciendo?’.

“En prisión aprendí a defenderme”

Michaella McCollum (centro) dice que aprendió a defenderse en prisión. (Getty Images).
Michaella McCollum (centro) dice que aprendió a defenderse en prisión. (Getty Images).

Estaba sola cuando llegué a Perú me di cuenta de dónde me había metido. No sabía cómo salirme. No sé si es cierto que estuve bajo observación todo el tiempo, pero realmente lo creo, creo que nos vigilaban todo el tiempo.

Les traté de comunicar -a los miembros del cartel- mis temores, y les dije que no pensaba que esto fuera a funcionar, y me dijeron que no era gran cosa, que estaba dándole demasiadas vueltas al asunto.

Empecé a preguntarme, a pensar, “¿será normal dudar de esto?”. Cada vez que abordaba esos sentimientos me hacían a un lado, como diciendo “eres demasiado joven, estás siendo dramática”. Como manipulándome psicológicamente. Tuve temor de lo que me podía pasar si daba vuelta atrás.

Fue en realidad el estar en prisión lo que me hizo empezar a defenderme más, pero incluso eso tomó un par de años, el sentirme suficientemente segura para plantarme y no dejar que se aprovecharan de mí.

Pienso que mi experiencia en prisión fue muy glorificada por la prensa -no entendieron la razón por la que quise empezar un salón de belleza allí y convertirme en una delegada [la reclusa que media con las autoridades carcelarias].

Era para demostrarme a mí misma que podía defenderme, y quería forzarme a hacerlo.

Ah, sí, mi pelo. No supe por un tiempo que se había convertido en un meme: simplemente me había recogido el pelo rápidamente camino al aeropuerto, era muy temprano y no había dormido.

No tuve acceso a agua para lavarlo, y cuando me transfirieron de la celda a la prisión y pude hablar con mi familia, me preguntaban: “¿Qué está pasando con tu pelo? ¡Todo el mundo está hablando de tu moño!”. Fue gracioso.

Entonces todas las reclusas querían tener el pelo así, decían: “¡El pelo de Michaella!”. Creo que no habían visto ese tipo de peinado antes.

El peinado de Michaella llamó la atención tanto entre su familia como entre las otras reclusas. (Getty Images).
El peinado de Michaella llamó la atención tanto entre su familia como entre las otras reclusas. (Getty Images).

“Me preguntaron si todavía traficaba”

Fue muy difícil regresar a la normalidad. Cuando primero llegué a casa, todo se sentía tan normal, como si apenas hubiese estado allí ayer. Pero luego no se sintió normal. No me sentí como la persona que conocía.

Todo el mundo sabía quién era y lo que había hecho, y estaba temerosa de que me juzgaran. No soy una persona horrible y peligrosa. Logré conseguir trabajos, pero nunca duraba más de una jornada, me decían que atraía demasiada atención y que tenían que despedirme.

Un tipo que me entrevistó me dijo: “Sé quién eres, sé lo que has hecho, ¿has dejado definitivamente de hacerlo? ¿No sigues traficando?”. La primera universidad donde solicité me aceptó, pero luego me retiraron el puesto porque dijeron que podía ser un peligro para sus jóvenes estudiantes. Me sentí tan descorazonada.

Cuando volví a casa, quise estudiar criminología. Durante mi prisión nos visitaban psicólogos, y cada vez que hablaba con ellos no sentía que me entendían, ¿cómo era posible que entendieran?

Pensé que sería bueno que yo hiciese algo así porque me puedo identificar con lo que sienten, y cómo se podrían sentir una vez quedan en libertad, pero también les puedo ayudar a ver que eso no tiene por qué definirlos y que se puede aspirar a algo mejor.

Solicité para estudiar criminología en la universidad, pero me quedó difícil, demasiado cercano a mi experiencia. Así que cambié, ahora estudio administración con español y mandarín.

España es donde finalmente me gustaría estar. Es un estilo de vida diferente, más relajado. Puedo conocer gente que no sabe quién soy, y echo mucho de menos eso.

Sé que lo que me pasó allí estuvo mal, pero me encanta la cultura y el idioma, y quiero llevar a mis hijos allí.

Quiero que mis hijos reciban educación y conozcan el mundo, para que cuando lleguen a los 19 años, hayan viajado y sean más conscientes, y que tengan los conocimientos prácticos que yo no tuve a los 19.

Quiero que tengan las cosas que yo siento que me hicieron falta cuando crecía.

Michaella McCollum habló con Thea de Gallier para el documental producido por el canal digital BBC Three High: Confessions of an Ibiza Drug Mule.

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