Los cambios en cómo consumimos la papa simbolizan la gran transformación que trajo consigo la industrialización de la comida.
Los cambios en cómo consumimos la papa simbolizan la gran transformación que trajo consigo la industrialización de la comida.
Redacción EC

Es un martes típico de noviembre para Mary, que vive en el noreste de Estados Unidos.

Tiene 44 años, un título universitario y su familia es próspera -está dentro de las familias más adineradas del país.

¿Qué crees que estuvo haciendo Mary hoy?

¿Es una abogada? ¿Una maestra? ¿Una consultora?

No. Mary pasó una hora cosiendo y tejiendo, dos horas poniendo la mesa y lavando los platos y mucho más de dos horas preparando y cocinando la cena.

Y esto no es inusual. Porque el año es 1965 y en 1965 muchas mujeres casadas -incluso aquellas que tenían una excelente educación- pasaban muchas horas al día ocupándose de alimentar a su familia.

Para estas mujeres "llevar algo de comer a la mesa" no era una metáfora sino algo que literalmente hacían y que les tomaba muchas horas a la semana.

Sabemos cómo era un día típico de Mary -y de muchas otras personas- gracias a encuestas de uso del tiempo que se realizaron en todo el mundo.

Estas encuestas son como diarios que detallan cómo uno usa su tiempo.

Y para las mujeres educadas, la forma en que usan su tiempo en EE.UU. y otros países ricos ha cambiado radicalmente en el último medio siglo.

Hoy las mujeres estadounidenses dedican en promedio unos 45 minutos al día a preparar la cena y limpiar.

Eso sigue siendo bastante más que lo que dedican los hombres a esas tareas: apenas 15 minutos por día.

Pero es un cambio muy grande con respecto a las cuatro horas diarias de Mary en 1965.

El motivo principal que permitió que se use mucho menos tiempo fue un cambio radical en la manera en que se empezó a preparar la comida.

Ese cambio puede simbolizarse con la aparición, en 1954, de la cena precocinada (o TV dinner, como se lo conoce en EE.UU.).

Se trataba de una bandeja de aluminio que parecía salida de una nave espacial, con carne y verdura preparados de tal forma que requerían el mismo tiempo de cocción.

La inventora de la cena del pavo congelado precocinado fue una bacterióloga llamada Betty Cronin.

Trabajaba para la empresa procesadora de comida Swanson, que buscaba nuevos negocios una vez que empezó a decaer la venta de raciones de comida para las tropas estadounidenses.

Pero la cena precocinada fue solo uno de los cambios que trajo consigo la aparición y el fácil acceso a congeladoras, microondas, conservantes y líneas de producción.

Hasta ese momento la comida se producía casi invariablemente en el hogar.

Hoy la preparación de los alimentos se ha industrializado y se ha tercerizado a restaurantes, locales de comida para llevar, negocios de venta de sándwiches y fábricas que preparan comida lista para comer o para ser cocinada.

El mejor ejemplo de cómo cambiaron las cosas es lo que pasó con la humilde papa, que hace tiempo es un clásico de la dieta estadounidense.

Antes de la Segunda Guerra Mundial las papas se comían, por lo general, horneadas, hechas puré o hervidas.

Hay un motivo para esto: para asar las papas debes pelarlas, cortarlas, hervirlas brevemente y luego asarlas.

Hacer papas fritas también requiere pelar, trozar y luego freír.
Todo esto consume tiempo.

Las papas ahora se pueden comprar peladas, cortadas, fritas y congeladas. Luego se vuelven a freír en los restaurantes de comida rápida o se ponen en el microondas en una casa.

El consumo de papas en EE.UU. aumentó en un tercio entre 1977 y 1995 gracias casi exclusivamente a la popularidad de las papas fritas.
Las papas fritas de paquete son aún más sencillas porque una vez empacadas se pueden almacenar por varias semanas.

Pero esta conveniencia tiene su costo.

En EE.UU. la ingesta de calorías entre adultos aumentó en un 10% entre los años ´70 y ´90, pero no se debió a las comidas regulares.

Los culpables fueron los snacks, que suelen ser alimentos procesados.

Los psicólogos -y el sentido común- sugieren que esto no debería sorprendernos.

Experimentos realizados por científicos del comportamiento muestran que tomamos decisiones muy diferentes sobre qué comer, dependiendo de cuán lejos está la comida.

Una comida planeada con mucho tiempo suele ser nutritiva pero cuando comemos por impulso solemos elegir comida chatarra.

Por otra parte, la invención de la comida industrial -en todos sus formatos- ha llevado a un profundo cambio en la economía moderna.
El síntoma más obvio es cómo ha cambiado el gasto en comida.

Las familias estadounidenses gastan cada vez más en comer fuera de sus hogares, ya sea en comida rápida, restaurantes, sándwiches o snacks.

En los años ´60 solo un cuarto de lo que se gastaba en alimentos se hacía fuera del hogar.

Esa cifra fue aumentando y en 2015 se alcanzó un récord: por primera vez en la historia, los estadounidenses empezaron a gastar más en comida y bebida fuera del hogar que lo gastaban en las tiendas de comestibles.

Incluso dentro de las casas, las comidas son cada vez más procesadas para ahorrarle tiempo y esfuerzo a quien las cocina.

Hay ejemplos obvios, como la bandeja de comida precocinada. Pero también hay cosas menos obvias.

Por ejemplo, las ensaladas cortadas y lavadas en bolsa, las albóndigas o los kebabs ya preparados para poner en la parrilla, el queso rallado, la salsa para pastas.

Incluso el te que viene en bolsitas individuales o el pollo que se vende desplumado, destripado y a veces hasta con rellenos de especias.

Cada innovación le resultaría extraña a la generación anterior.

Yo nunca he desplumado una gallina y quizás mis hijos nunca piquen su propia ensalada.

Todo esto ahorra tiempo, mucho, mucho tiempo.

Estas innovaciones son un fenómeno moderno.

Cuando la economista Valerie Ramey comparó el uso del tiempo en EE.UU. en los años ´20 y en los años ´60, encontró que muy poco había cambiado.

Ya sea que una mujer tuviera un bajo nivel educativo y estuviera casada con un granjero o si era altamente educada y casada con un profesional urbano, durante esos 50 años gastaba una cantidad de tiempo similar en tareas de la casa.

Fue a partir de 1960 que ese patrón cambió.

Muchos creen que la invención que permitió la emancipación de la mujer no fue la cena precocinada sino el lavarropas.

Es una idea atractiva. Después de todo una cena precocinada no se siente como un avance, comparado con una saludable cena hecha en casa.

En cambio la lavadora es limpia y eficiente y reemplaza un trabajo muy aburrido.

Por supuesto que fue una innovación revolucionaria.

Sin embargo no revolucionó la vida de las mujeres tanto como se cree.

Las estadísticas muestran que no ahorró tanto tiempo porque antes de la invención del lavarropas la realidad es que la ropa no se lavaba tan seguido.

Cuando se tardaba todo un día lavar y secar unas camisas la gente usaba cuellos y puños desechables y vestía capas oscuras para tapar la suciedad.

En contraste, cuando se tardaba dos o tres horas para preparar una comida, alguien tenía que tomarse ese tiempo.

No había una alternativa.

La máquina de lavar no ahorró tanto tiempo como la comida lista porque no estábamos dispuestos a pasar hambre pero sí a apestar.

Sin embargo la aparición de las cenas precocinadas ha tenido algunos efectos secundarios lamentables.

La obesidad aumentó fuertemente en los países desarrollados entre 1970 y el comienzo del siglo XXI, a la par del desarrollo de estas innovaciones culinarias.

Fuente: BBC
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