El 2017 fue el año con más homicidios en la historia de Brasil. En el motín de la prisión de Alcacuz, Rio Grande do Norte, de enero se registraron 26 muertes. (AFP)
El 2017 fue el año con más homicidios en la historia de Brasil. En el motín de la prisión de Alcacuz, Rio Grande do Norte, de enero se registraron 26 muertes. (AFP)
Renzo Giner Vásquez

Cuando el exministro de Justicia de Eduardo Cardozo fue consultado por el sistema judicial en el 2012, respondió: “Preferiría morir antes que pasar muchos años en una de nuestras cárceles”.

Siete años después, la masacre en el penal de , que dejó 16 decapitados entre los 57 muertos, nos permite entender la respuesta.

Pero lo sucedido en este pequeño municipio ubicado a orillas del río Xingú, en el centro norte de Brasil, no es ni de lejos un hecho aislado. Según “O Globo”, cinco de las nueve mayores masacres en cárceles de Brasil se registraron en los últimos dos años. En total, dejaron 227 muertes.

Todo comenzó con la masacre de Carandirú, Sao Paulo, en 1992. Murieron 111 reos, eso derivó en la formación del Primeiro Comando da Capital [PCC]”, explica a El Comercio Robert Muggah, canadiense especialista en seguridad y cofundador del Instituto Igarapé, organización basada en Río de Janeiro que se enfoca en temas de seguridad y desarrollo.

— ¿Cómo podemos explicar tanta violencia en las cárceles brasileñas y, sobre todo, que la población brasileña ya no se sorprenda de ella?

Desafortunadamente Brasil es el país con más homicidios en el mundo, hubo unas 60 mil muertes violentas el año pasado y gran cantidad de brasileños sienten que pueden ser víctimas de un homicidio en los próximos 12 meses. La situación en las cárceles es barbárica. El promedio de asesinatos en prisiones brasileñas es cuatro veces más alto que el promedio nacional.

— ¿A qué se debe eso?

La razón clave es la grave sobrepoblación y que además sufren de condiciones inhumanas. Brasil posee la tercera población carcelaria más grande del mundo con 812 mil presos, según el Consejo Nacional de Justicia. Además, se estima que la población carcelaria en Brasil ha crecido en un 160% desde el 2000. En el centro penitenciario de Altamira, escenario de la masacre del lunes, vemos esta situación: había 343 prisioneros pero está construida para albergar a solo 163. Este hacinamiento provoca que tengas 30 veces más probabilidades de contraer tuberculosis o 10 veces más posibilidades de contagiarte del VIH en comparación con alguien que no está preso.

— ¿Cómo se llegó a ese nivel de hacinamiento?

Lo que pasa en Brasil es que los jueces suelen enviar a los detenidos a las prisiones ubicadas en sus lugares de origen. Solo por geografía.

— En unas declaraciones a la AFP dijo que los gobiernos federales y estatales cedieron el poder de las prisiones ante grupos criminales.

Sí. El gobierno ha perdido el control efectivo sobre estos centros y cedido a los narcotraficantes. La otra razón de la violencia carcelaria es que las prisiones son dirigidas por las organizaciones de narcotráfico. Esto no pasa mucho en las prisiones federales, pero sí en miles de prisiones privadas y estatales, especialmente en los estados pobres. Son controladas por cárteles como el Primeiro Comando da Capital, el Comando Vermelho y docenas de pequeñas facciones que se encuentran por todo el país. Las prisiones están divididas y a estas facciones se les asignan pabellones. Para sobrevivir en una de estas cárceles tienes, quieras o no, que unirte a alguna de estas bandas. Es una paradoja, las políticas de este gobierno y los anteriores que busca construir más cárceles y mandar ahí a más presos finalmente alimentan el sistema criminal de Brasil.

— ¿Qué podría sucederme si yo, como ciudadano normal, voy preso y decido no unirme a ningún bando?

Serías vulnerable al ataque de cualquier bando dentro de la prisión, quedarás expuesto a los motines o a cualquier acto violento de rutina en la cárcel. Tu familia podría quedar expuesta y vulnerable, porque sospecharán que eres parte del gobierno, la policía o una ‘rata’ como les dicen a los infiltrados. Tendrías muy pocas probabilidades de salir con vida si no te unes a algún bando. Para sobrevivir en una de estas cárceles tienes, quieras o no, que unirte a alguna banda. Ellas les brindan diferentes servicios, principalmente protección. Las bandas lo llaman ‘bautizos’. De esa forma, una persona que ingresa ahí sale siendo parte de la banda y debe pagar por la seguridad que le ofrecieron en el centro penitenciario.

— Entonces, salir de una prisión no implica libertad... 

Lo más probable es que mantengas una relación cercana (con las bandas) cuando salgas de prisión. Entonces, las bandas controlan la situación dentro de las prisiones, pero también a la población que ya salió de ellas. El 70% de brasileños que salieron de una cárcel vuelven en los siguientes cinco años. Una cosa interesante a mencionar es que el sistema penal brasileño refleja las grandes inequidades que existen en la sociedad... 

— ¿Por qué?

Si tienes un título profesional, eres un empresario o un funcionario del gobierno y vas preso recibirás mejores condiciones en una prisión federal que alguien que no lo tiene y por un delito menor puede ser encarcelado junto a presos muy violentos. Eso sucede porque muchos de estos últimos no pueden contratar a un buen abogado y hay una enorme ausencia de defensores públicos.

— ¿Esa situación se vive en todo el país o solo en lugares puntuales?

Es nacional. Pero desde hace un par de años, la violencia se concentró en los estados norteños como Amazonas o Pará. No es coincidencia que esos lugares también sean zonas de disputa entre los cárteles que buscan controlar el pase de droga que va de Colombia a Europa. Por ello vemos decapitaciones y mutilaciones a los cadáveres, por ejemplo. Son mensajes a facciones rivales. Son crímenes bastante simbólicos. Además, la violencia entre pandillas es contagiosa porque implica una retribución. Es un problema muy complicado de resolver.

— ¿Eso implica que podemos esperar un evento peor en respuesta a la masacre de Altamira?

Sí, correcto. Desafortunadamente el problema continuará, probablemente veremos repercusiones en ausencia de una mejor respuesta del Gobierno. Hace poco el presidente Bolsonaro dijo que prefería "una cárcel llena de delincuentes que un cementerio lleno de personas inocentes". La respuesta que ofrece no es diferente a la de gobiernos previos: separar a los cabecillas y encerrarlos con mayor rigurosidad, además de construir nuevas cárceles. También se ha hablado de ofrecer mayor acceso a defensores públicos, fortalecer la seguridad, mejorar los sistemas carcelarios; pero todas esas promesas carecen de detalles técnicos. Es mucho hablar pero poco actuar.

— ¿Qué se debería hacer entonces?

Una acción recomendada sería bajar el número de reos, porque eso fortalece a las bandas. Para eso se debe reducir el número de penas preventivas, condición en la que están el 41,6% de reos. También puedes delegar un concejo para resolver esos casos o establecer que quienes cometen delitos menores no entren a esas prisiones. Además, es importante el seguimiento posterior a su liberación. Todas las estrategias que conocemos pueden tener un impacto positivo, pero se necesita un líder para llevarlas adelante y no lo vemos ahora.

— El caso de Altamira es particular, en solo 10 años casi se duplicó el número de homicidios registrados ahí. 

La masacre de ayer tuvo un evento previo, el año pasado. Una comisión nacional estudió el caso y describió que las condiciones en Altamira eran “terribles”. Esto es algo que se veía venir y se pudo evitar. Pero sí, Altamira es una de las ciudades más violentas de todo Brasil. Una de las razones es que la ciudad se urbanizó bastante rápido, hubo un movimiento poblacional muy grande que estuvo acompañado con desorganización y crimen. Otro factor es que hay lugares en los que no llega la ley, una suerte de Viejo Oeste que basa su economía en la ganadería, minería y agricultura. Hay mucha violencia en esos lugares.

Contenido sugerido

Contenido GEC