Evo Morales y Nicolás Maduro en Cochabamba, Bolivia, el 4 de julio del 2013. (AFP PHOTO / JORGE BERNAL).
Evo Morales y Nicolás Maduro en Cochabamba, Bolivia, el 4 de julio del 2013. (AFP PHOTO / JORGE BERNAL).
/ JORGE BERNAL
Redacción EC

Caracas. El escándalo desatado en con el “apagón” electoral del domingo y el sospechoso giro producido en el recuento rápido 24 horas después ha disparado las comparaciones entre los modelos de Venezuela y el país andino, cuyos gobiernos son aliadas desde el primer día.

Socias y con la misma hoja de ruta: llevar a la izquierda radical al poder aprovechándose de procesos democráticos tras distintas situaciones de violencia o de protestas para más tarde mantenerse al frente del Estado aprovechando el carisma de sus líderes y el ilimitado ventajismo electoral. La Patria Grande electoral a caballo de un ventajismo sin límites que con el paso de los años se transforma en fraudes evidentes, con sendos Consejo Nacional Electoral (Venezuela) y Tribunal Supremo Electoral (Bolivia) al servicio de sus líderes.

El candidato opositor Carlos Mesa ya ha anunciado que no reconocerá los resultados tras un “fraude escandaloso”, como ya sucediera en el 2013 con Henrique Capriles tras el triunfo por la mínima de Nicolás Maduro, con múltiples denuncias. Sólo una coincidencia, pero hay muchas más. Las elecciones presidenciales de 2018 tampoco fueron reconocidas incluso meses antes de acudir a las urnas.

Primer paralaleismo

El primer paralelismo, fundamental para comprender lo que sucede hoy en Bolivia, es que tanto Hugo Chávez como Evo Morales decidieron torcer la Constitución que ellos mismos aprobaron para perpetuarse en el poder. Y, lo más llamativo, es que ambos también desoyeron la voz del pueblo. El chavismo perdió el referéndum del 2007 frente a los estudiantes, una “victoria de mierda”, como la definió en su idea el “comandante supremo”. Nunca se supo el resultado final, más allá de la ventaja opositora por unas cuantas miles de papeletas.

En aquel plebiscito Chávez quería imponer sus reelecciones automáticas e introducir a la fuerza una serie de enmiendas para profundizar el socialismo del siglo XXI. “La no reelección fue un dique al poder absoluto y perpetuo. Construirlo costó un siglo: comenzar a destruirlo, un minuto”, recordó el intelectual mexicano Enrique Krauze estos días.

Hugo Chávez y Evo Morales en una imagen del 3 de diciembre del 2011 en Caracas. (AFP).
Hugo Chávez y Evo Morales en una imagen del 3 de diciembre del 2011 en Caracas. (AFP).
/ HO

La derrota no frenó a Chávez: aprovechó la Ley Habilitante para poner en marcha sus leyes bolivarianas y repitió el referéndum año y medio después con todo el aparato del Estado jugando a su favor.

A Morales tampoco le importó perder en el 2016 el referéndum con el que pretendía obtener el sí del país a sus pretensiones reeleccionistas. El 51,30% dijo no, frente al 48,70% de los apoyos. Para la historia el resumen que Evo realizó tras conocer el resultado, esa forma tan revolucionaria de interpretar los resultados: “Los que dijeron sí es para que siga Evo. Los que dijeron no es para que no se vaya Evo”.

El resto del trabajo lo hizo el Tribunal Constitucional, espejo del TSJ chavista. El mismo modelo de poder, la toma de todos los poderes del Estado, repetido en Venezuela, Bolivia y Ecuador. De hecho, Lenín Moreno necesitó ganar otro referéndum para sacudirse de encima los cargos públicos que Rafael Correa había impuesto en su camino.

Mismas prácticas

La misma hoja de ruta con el mismo punto de partida, evidenciado en estas elecciones y denunciado por Mesa: el ventajismo previo para el candidato gubernamental, que en Venezuela sobrepasa límites mundiales. Desde el uso y abuso de la mass media chavista hasta la sofisticación del carnet de la patria, herramienta de control social de límites desconocidos. “Si nuestros testigos y la población votante no están pendientes del correcto funcionamiento del centro, los operadores oficialistas pueden alterar los resultados de muchas maneras”, describe para “La Nación” Roberto Picón, principal técnico electoral de la Unidad Democrática, que el chavismo encarceló durante seis meses en la siniestra sede de la policía política de Maduro.

Desde el voto asistido, acompañando a las personas a votar para garantizar que votan "correctamente" por gobierno, hasta mantener "el centro abierto más allá de la hora reglamentaria para aprovechando la inseguridad, cansancio y oscuridad meter votos en la mesa", añade Picón. En las presidenciales de 2012 y 2013, el chavismo empujó a casi un millón de personas a que fuera a votar en las últimas horas, trasladándolas y presionando para que votaran.

Evo Morales junto a Nicolás Maduro en Santa Cruz, Bolivia, el 24 de noviembre del 2017. (REUTERS/David Mercado).
Evo Morales junto a Nicolás Maduro en Santa Cruz, Bolivia, el 24 de noviembre del 2017. (REUTERS/David Mercado).
/ DAVID MERCADO

El derrumbe revolucionario ha obligado a Maduro a profundizar en los abusos electorales. La famosa Asamblea Constituyente se eligió en 2017 después de que al menos un millón de votos fueran introducidos de forma ilegal en el sistema electrónico, según la denuncia de Smartmatic, la empresa encargada de la tecnología. En las elecciones a gobernador de ese año se manipularon los datos de las actas para que en Bolívar mandase un general y no el líder opositor ganador en las urnas. La importancia que ha cobrado el contrabando de oro, que procede de ese estado, justifica el interés de la revolución por mantener el poder en la zona fronteriza con Brasil.

Las elecciones presidenciales de 2018, desconocidas por oposición y países de la región, Europa y Estados Unidos, redondearon el modelo electoral, una fortaleza al servicio de la revolución. Las advertencias de la OEA (“cambio inexplicable de la tendencia y pérdida de confianza en el proceso”) acercan a ambos modelos. Al menos de momento, en espera del resultado final.

Fuente: “La Nación” de Argentina, GDA

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