(Foto: AFP)
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Farid Kahhat

En su columna “¿Y si no es la corrupción?”, Carlos Meléndez critica una afirmación puntual de un breve video de mi autoría titulado “La búsqueda de un  peruano”.

Como indica el título, su propósito no era explicar las razones del triunfo electoral de Bolsonaro. Pero es cierto que en él sostengo como hipótesis que la elección de Bolsonaro tal vez tenga que ver más con la voluntad de una parte del electorado de castigar gestiones fallidas de gobierno que con sus posibles afinidades ideológicas con el candidato (a juzgar por las respuestas que brindan los brasileños sobre su ubicación ideológica en encuestas como Lapop).

La primera refutación de esa hipótesis viene a través de esta cita: “Luego de un trabajo de campo, varios colegas brasileños que he consultado coinciden en una respuesta que pudiéramos frasear así: ‘It’s not the corruption, stupid’”. De pronto, el condicional expresado en el título se convierte en una aseveración imperativa que descalifica a quien discrepe con ella (despreocúpese, estimado lector, no perderé su tiempo respondiendo adjetivos calificativos).

Confieso que tal aseveración me resulta difícil de refutar, porque no sé cómo responder a fuentes anónimas. Me interesaría, por ejemplo, consultarles cómo su trabajo de campo contribuye a explicar resultados electorales a escala nacional (¿no sería mejor emplear las bases de datos de encuestas y del propio proceso electoral?), pero ello no podrá ocurrir mientras no tenga el gusto de conocerlos.

La explicación alternativa que ofrece Meléndez es que “la respuesta a muchas paradojas políticas se encuentra en las estructuras de las sociedades”, añadiendo luego que el ascenso de Bolsonaro y la debacle del PT son “la expresión política de factores estructurales –ideología de derecha, valores conservadores y odios de clase– propios de una sociedad tan ostentosamente desigual e históricamente discriminadora como la brasileña”.

Hasta donde puedo ver, esa explicación tiene problemas lógicos y empíricos. El problema lógico es pretender explicar un fenómeno que cambia en el tiempo (los resultados electorales) con base en una causa (factores estructurales), que no habría cambiado en décadas o incluso siglos.

Brasil se independizó como imperio y se convirtió en república recién en 1889. Fue, además, el último país sudamericano en abolir la esclavitud. Ya en los años 30 del siglo pasado, oficiales brasileños como Everardo Backheuser y Mario Travassos mantenían vínculos con la academia alemana (una fuente del pensamiento geopolítico expansionista), durante el régimen de Adolfo Hitler.

Es decir, nadie ignora que esos factores estructurales son reales y de larga data. Pero (y ese es el problema empírico) hasta el 2018 no bastaron para conseguir que Brasil eligiera un presidente de extrema derecha ni para evitar que eligiera cuatro gobiernos consecutivos de izquierda. De hecho, según recuerda el diario “El País”, “en las elecciones presidenciales del 2010 y 2014 Bolsonaro ya llegó a pensar en presentarse, con un discurso anticorrupción y anti-PT. […] Pero entonces no encontró ningún partido que lo admitiera”.

De pronto, sin embargo, el mismo candidato (un congresista que solo obtuvo cuatro votos cuando postuló a la presidencia de la Cámara de Diputados), esgrimiendo el mismo discurso (“anticorrupción y anti-PT”), estuvo a punto de ganar la presidencia de Brasil en primera vuelta. ¿El que ello tuviera lugar tras el mayor escándalo de corrupción jamás registrado en el mundo contemporáneo, coincidiendo con la mayor recesión desde la Gran Depresión, no podría tener relación con ese cambio en su fortuna política? No siendo especialista en el tema, lo sugerí como posibilidad.

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