Seguidores de Lula da Silva celebran su victoria en la segunda vuelta de las elecciones en Brasil. (GETTY IMAGES).
Seguidores de Lula da Silva celebran su victoria en la segunda vuelta de las elecciones en Brasil. (GETTY IMAGES).
BBC News Mundo

“Ningún brasileño pasará hambre”, fue una de las consignas que marcó gran parte de los dos gobiernos de .

Fueron ocho años en que no solo salieron de la pobreza cerca de 30 millones de personas, sino que también surgió la llamada "nueva clase media" en los brazos de una bonanza económica que generó empleos y ubicó al país entre las economías emergentes de mayor crecimiento.

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Y este domingo, al ganar las elecciones por un estrecho margen sobre Jair Bolsonaro, volvió a repetirlo.

"El compromiso más urgente es acabar con el hambre", dijo 12 años después de dejar el cargo.

"Brasil vivió la mayor transformación social que hemos visto hasta ahora", dice Mónica de Bolle, investigadora senior del Peterson Institute for International Economics (PIIE), en Washington, DC, refiriéndose a la movilidad social que experimentó el país en esa época.

Según el Banco Mundial, entre 2001 y 2011, el PIB per cápita de Brasil (la suma de toda la riqueza producida en el país, dividida por el número de habitantes) creció un 32%, mientras que la desigualdad disminuyó un 9,4% y el porcentaje de personas en situación de pobreza y pobreza extrema se redujo a la mitad.

Si bien una parte de esos logros es atribuida por expertos a las políticas económicas iniciadas por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, predecesor de Lula, al presidente electo se le reconoce la habilidad de haber sacado adelante su agenda social con apertura a los mercados y responsabilidad fiscal, aprovechando los beneficios del boom de los commodities y aplacando los temores de los inversores cuando vieron que un socialista llegaba al poder.

Criticado por el aumento de la violencia y el narcotráfico cuando estuvo en el poder, y caído en desgracia luego que se destapara el escándalo de corrupción Lava Jato que lo llevó a la cárcel por 19 meses y por el cual aún tiene causas pendientes, Lula terminó su mandato con un porcentaje de aprobación de 82%.

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Fuera de sus fronteras, analistas consideran que el exmandatario fue hábil a la hora de manejar las relaciones con países tan antagónicos como Venezuela o EE.UU. y al interior del

G20 (el grupo que reúne a las mayores economías del mundo), pese a las duras críticas que recibió por sus vínculos con Irán.

Doce años después de su salida, sin embargo, el mundo ha cambiado vertiginosamente y el contexto internacional que le tocará navegar es muy distinto al del inicio de los 2000, como también es distinto el Brasil que gobernará cuando llegue una vez más a Planalto en enero de 2023.

La lucha contra la pobreza y el crecimiento económico

Cuando el exlíder sindical y uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores (PT) llegó al poder en 2003, la situación fiscal era compleja.

Con el empuje del fuerte crecimiento económico que experimentó el país de la mano del boom de los commodities, el gobierno de Lula tuvo a su disposición los recursos necesarios para financiar y expandir programas sociales como los emblemáticos Bolsa Familia o Hambre Cero.

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"Bolsa Familia fue casi una revolución social en Brasil", explica el investigador asociado del Consejo de Análisis de Políticas Públicas de la Fundação Getúlio Vargas (DAPP-FGV) y periodista, Thomas Traumann.

Las familias recibían una ayuda económica, cuenta, que era entregada directamente a las mujeres, una fórmula que también se aplicó en otros programas de entrega de viviendas o tierras, las cuales quedaban inscritas a nombre de las mujeres, algo considerado por el analista como un punto clave del éxito de esas iniciativas.

Un éxito de los programas sociales que otros analistas como Bruna Santos, asesora senior del Instituto Brasil del Centro de Estudios Wilson Center, considera como la continuidad de las políticas creadas por el expresidente Fernando Henrique Cardoso.

Un programa como Bolsa Familia "no sucede de la noche a la mañana", argumenta, si no que es más bien el resultado de "innovaciones incrementales" que se venían gestando antes de su llegada al poder.

En los años previos, explica, ya se había creado una red de bienestar social con programas de apoyo económico a la agricultura familiar, la jubilación de las poblaciones rurales, subsidios al gas, asignaciones alimentarias y otras iniciativas que fueron el origen de las políticas que más tarde implementaría Lula.

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Lo que cambió, dice Santos, es que se unificaron muchos de aquellos programas en uno solo: Bolsa Familia. Y esto ocurrió en un momento de gran flujo de capitales hacia el país que le ayudaron a gobernar "en abundancia de recursos y popularidad".

Algo que destacan varios expertos es que el exobrero metalúrgico nacido en el seno de una familia analfabeta fue hábil en la elección de sus colaboradores.

"Lula logró hacer una buena mezcla", apunta Traumann, con economistas más ortodoxos por un lado, y un equipo técnicamente calificado para estar a cargo de los programas sociales, que constantemente enfrentaban sus puntos de vista sobre cómo manejar las políticas gubernamentales.

Otra cosa importante que ocurrió en aquellos años es que el gobierno, además de controlar la inflación y la deuda, aumentó las reservas internacionales del país, una medida que le permitió enfrentar de mejor manera la crisis financiera de 2008, además de ganarse la confianza del sector empresarial y financiero al demostrar que estaba comprometido con la macroestabilidad económica.

En lo que coinciden los economistas de distintas tendencias es que a Lula le tocó un buen momento para dirigir el país.

Robert Wood, economista principal para América Latina y el Caribe del centro de estudios británico Economist Intelligence Unit, rescata la idea de que el exmandatario "en parte tuvo suerte" porque Brasil estaba navegando por el superciclo de las materias primas.

Familia de bajos ingrsos, Recife, Pernambuco, Brasil. (GETTY IMAGES).
Familia de bajos ingrsos, Recife, Pernambuco, Brasil. (GETTY IMAGES).

Eso generó las condiciones que permitieron aumentos del salario mínimo por encima de la inflación y, junto con reformas para impulsar el acceso al crédito, allanó el camino para el crecimiento del empleo.

Por otro lado, agrega, la expansión del gasto social le ayudó a reducir la pobreza y la desigualdad de ingresos.

Sin embargo, "el progreso insuficiente en las reformas favorables al crecimiento", argumenta Wood, dejó a Brasil expuesto cuando llegó el fin del boom de los commodities. "Desde entonces, el crecimiento ha sido decepcionante".

¿Volverá a repetir el éxito de los programas sociales?

Muchos de los partidarios de Lula, especialmente aquellos de menores ingresos, votaron por Lula con la añoranza de volver a esa época de abundancia y fuerte gasto social que les permitió mejorar sus condiciones de vida.

En ese sentido, la nostalgia por aquellos buenos tiempos, forma parte de las razones que le dieron la victoria en un clima de altas expectativas en torno a la figura presidencial.

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¿Logrará cumplir esas expectativas tan altas?, ¿crecerá la economía a un paso tan veloz que le permitirá financiar el gasto social para repetir el éxito de sus programas sociales?

La respuesta de los expertos consultados por BBC Mundo es que es prácticamente imposible que se generen las mismas condiciones que existían a inicios de los 2000.

"El país está en otra posición. No tiene los recursos para financiar ese tipo de programas o aumentar el salario mínimo como lo hizo antes", afirma Mónica de Bolle.

Y no menos importante, Brasil no es el mismo país en el que gobernó Lula porque tras la llegada al poder de Jair Bolsonaro, ahora existe un fenómeno nuevo: el bolsonarismo.

"El bolsonarismo no está dispuesto a negociar ni a construir coaliciones", dice la experta. Por lo tanto, uno de los mayores desafíos que tendrá Lula, será gobernar con un Congreso donde solo puede hacer coaliciones parciales y en el que existe un fuerte sentimiento contra el Partido de los Trabajadores.

La oposición proveniente de la base bolsonarista, de los empresarios agrícolas, de la iglesia evangélica, "será muy dura", apunta Traumann. "Esta vez no habrá luna de miel y será una situación muy tensa desde el primer día".

En el frente internacional, el mundo está pasando por un momento completamente distinto al escenario que existía cuando Lula fue presidente.

China, el principal motor del boom de los commodities está en un proceso de desaceleración económica; las relaciones entre Washington y Pekín están en una fase confrontacional; el mundo viene saliendo de una pandemia y la guerra en Ucrania ha desestabilizado gran parte de los equilibrios que existían en el pasado, haciendo que la política global se vuelva mucho más impredecible.

Jair Bolsonaro recibió un amplio respaldo de las iglesias evangélicas. (BUDA MENDES/GETTY IMAGES).
Jair Bolsonaro recibió un amplio respaldo de las iglesias evangélicas. (BUDA MENDES/GETTY IMAGES).

"Todo lo que fue beneficioso en sus gobiernos anteriores ahora está al revés", dice de Bolle.

La apuesta de muchos brasileños que votaron por Lula estuvo en la línea de "quiero que me devuelvan la gloria", señala Santos. El problema es que "nadie puede hacer retroceder el reloj de un auge de exportación de materias primas".

Por eso, afirma, "no debemos esperar milagros en los próximos cuatro años".

Con una alta probabilidad de que algunos de los países desarrollados entren en recesión, las expectativas de crecimiento económico de Brasil para 2023 son bastante bajas, con algunos expertos, como Robert Wood, proyectando un crecimiento de apenas 0,5%, que tendería a recuperarse en los años posteriores, a medida que las altas tasas de interés y la inflación disminuyan.

Pero el gasto fiscal estará limitado, agrega, por la elevada deuda pública. En este contexto, "será un desafío replicar la mejora en las condiciones socioeconómicas de los dos primeros mandatos de Lula y aunque todavía habrá algunas mejoras graduales, es probable que no alcance los logros de hace 20 años".

Esto, sumado a la fuerte oposición bolsonarista, dice Wood, hace prever la llegada de tiempos difíciles plagados de tensiones sociales y políticas que pueden afectar la gobernabilidad.

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