Sebastián Salaverry Mijares, de 18 años, posa frente a un centro de votación durante las elecciones municipales en Montevideo el 27 de septiembre de 2020. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
Sebastián Salaverry Mijares, de 18 años, posa frente a un centro de votación durante las elecciones municipales en Montevideo el 27 de septiembre de 2020. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
/ PABLO PORCIUNCULA
Agencia AFP

Un domingo reciente, varios familiares del adolescente uruguayo Sebastián Salaverry se reúnen en su casa de Montevideo para compartir un asado.

Sentados alrededor de la gran mesa de la cocina, miran fotos de la infancia del joven y de su hermano mayor Ignacio.

Sebastián, quien a sus 18 años luce la sombra de una barba, es transgénero.

En varias fotos se lo puede ver vistiendo el tradicional uniforme de los escolares uruguayos: una túnica blanca con una gran moña azul, y colitas en el pelo.

Mientras sostiene una foto de sí mismo cuando era un bebé usando un vestido blanco, se ríe a carcajadas de algo que dice su novia.

“Emocionalmente está feliz, está radiante”, dice a la AFP su madre, Carla Mijares, de 43 años. “Lo veo radiante, feliz, y comparto su felicidad”.

Salaverry acaba de celebrar su primer “aniversario T”: un año desde el día en que comenzó a tomar testosterona para hacer la transición médica hacia su verdadero género como hombre, aunque ya hacía dos que se lo conocía como Sebastián.

“Hace mucho, desde que soy chico, me pregunto diferentes cosas sobre lo que es ser trans”, cuenta.

“Es más, cuando tenía 11, 12 (años), buscaba en Internet personas que les pasara lo mismo, porque me sentía raro. Alrededor de mí, o en Uruguay, no veías muchas personas trans”.

No hay datos actuales sobre cuántas personas se identifican como transgénero en el pequeño país sudamericano, y mucho menos cuántas de ellas son menores de edad, dice Rodrigo Falcón, fundador y director de Trans Boys Uruguay.

La organización es la primera de este tipo orientada a ayudar a niños y jóvenes trans a navegar por el mundo.

Sebastián Salaverry vota por primera vez el 27 de septiembre de 2020 durante las elecciones municipales de Uruguay. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
Sebastián Salaverry vota por primera vez el 27 de septiembre de 2020 durante las elecciones municipales de Uruguay. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
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Sin discriminación

Un censo del gobierno uruguayo realizado en 2016 situó la cantidad de personas transgénero adultas en 933, el 0,02% de la población.

“Actualmente trabajamos con unos 70 menores de edad en nuestra asociación, los que tienen menos de 18 años”, dice Falcón.

“No hay muchos grupos que trabajen con niños, pero nosotros fuimos los primeros en Uruguay”, añade.

Sebastián y sus padres trabajaron con Trans Boys Uruguay cuando comenzó el proceso de transición legal.

Una ley de 2018, de las más progresistas en lo que respecta a los derechos de las personas trans en América Latina, permite que los menores de 18 años soliciten un cambio de género con el respaldo de un padre o tutor.

Si carecen de ese apoyo, pueden presentar una petición a un juzgado directamente, que decidirá si aprueba o no el nombre legal y el cambio de género.

No obstante, en América Latina las personas trans tienen una esperanza de vida de solo 35 a 41 años, según la red de activistas de la región REDLACTRANS.

Salaverry dice que “nunca” sufrió discriminación, ni en la escuela o liceo ni en el trabajo. “Ni siquiera en mi familia”, asegura.

“Pero he conocido casos que son un poco más complicados, más que nada por el tema de la familia y la edad”.

Sebastián Salaverry Mijares, de 18 años, comenzó a tomar hormonas hace más de un año. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
Sebastián Salaverry Mijares, de 18 años, comenzó a tomar hormonas hace más de un año. (Foto de Pablo PORCIUNCULA / AFP).
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“Posibilidades limitadas”

Naciones Unidas ha elogiado a Uruguay por colocarse “a la vanguardia” en América Latina y el Caribe en la plena inclusión de las personas trans.

Pero “las personas transgénero enfrentan la exclusión desde una etapa temprana de sus vidas, ya que muchas de ellas abandonan sus hogares antes de ser oficialmente adultos y muchas veces pierden el apoyo de sus familias, lo que limita las posibilidades de continuar con su educación formal”, se lee en el informe ‘Inclusión Social en Uruguay’, publicado por el Banco Mundial.

Además, es menos probable que sean dueños de sus propias casas (16% frente al 59% de la población general) y el 45% vive en viviendas precarias (frente al 15% de otros uruguayos).

“En términos de educación, alrededor del 25% ha completado solo la primaria y apenas el 3% ha completado la secundaria”.

En el caso de Salaverry, sus amigos y familiares han sido sus mayores apoyos.

“Fue recién el año pasado que logré salir del clóset como trans, contándole a mi madre, que fue la que se dio cuenta de que algo me estaba pasando”, cuenta.

“Y a mis amigos también fue fácil. Les pedí que me llamaran usando otros pronombres, que me dijeran Sebastián, y por suerte no tuve ningún problema”.

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