Redacción EC

La marcó un punto de quiebre en Medio Oriente. No solo causando la retirada de las tropas iraquíes del emirato de Kuwait, sino también convirtiendo a , entonces líder de Iraq, en uno de los principales enemigos de Washington que lo terminaron llevando a ser capturado en el 2003 y ejecutado en la horca tres años más tarde.

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Durante la guerra con Irán (1980-1988), el presidente iraquí Saddam Hussein recibió el apoyo mediante armas e inteligencia militar de parte de Estados Unidos, además del apoyo financiero de Kuwait y Arabia Saudita que temían el poder que podía adquirir Teherán y la expansión de la revolución islámica. Dicho apoyo permitió cerrar ese conflicto con la firma de la paz entre ambos países.

Esto, además, marcó el reinicio de las relaciones diplomáticas entre Washington y Bagdad en 1984. Todo esto se producía pese a los conocidos abusos de parte de Hussein contra su pueblo, una pequeña muestra de ello era que mandaba a fusilar a los generales que ordenaban una retirada durante el conflicto con Irán. Y dicho conocimiento quedó demostrado en una frase atribuida al asesor del entonces presidente estadounidense Ronald Reagan: “Sabíamos que era un tirano, pero era nuestro tirano”.

Las relaciones entre EE.UU. e Iraq se mantuvieron estables hasta agosto de 1990, cuando Hussein lanzó una ofensiva militar contra Kuwait, acusándolo de incrementar su producción petrolera a bajos precios, lo que repercutía en la economía iraquí. A esto se le sumaba la disputa que mantenían ambas naciones por el descontento del emirato frente a la frontera mutua que quedó establecida en la Convención Anglo-otomana de 1913.

La invasión fue condenada desde Washington, por el entonces mandatario George H. W. Bush, quien exigió la retirada iraquí inmediata y completa, esto último quedó demostrado con la negativa estadounidense a la propuesta de Bagdad de acordar que controlarían la mitad de Kuwait.

Tras una serie de sanciones impuestas por la ONU que no tuvieron mayores resultados, una coalición de 34 países liderada por Estados Unidos inicio en enero de 1991 la operación Tormenta del Desierto, que se convertiría en la Guerra del Golfo Pérsico. El conflicto se saldó con la muerte de entre 25 mil y 30 mil soldados iraquíes, además de una compensación de US$52.400 millones que Iraq debía pagarle a los afectados por la guerra. Este dinero debía obtenerse reteniendo el 5% de las ganancias que Iraq podría obtener de la venta de petróleo.

Además, provocó una serie de revueltas entre chiítas y kurdos dentro del mismo país, demostrando que el liderazgo del dictador Hussein de había debilitado, principalmente al norte y sur de Iraq.

Las consecuencias, sin embargo, no terminarían ahí. En el 2001, tras sufrir los ataques a las Torres Gemelas a manos de Al Qaeda, el Gobierno Estadounidense -ahora encabezado por George W. Bush, hijo del mandatario que dirigió la Guerra del Golfo Pérsico- decidió incluir a Hussein en el denominado Eje del Mal, junto a Irán y Corea del Norte.

Bush aseguraba que Iraq ocultaba "armas de destrucción masiva", lo que desencadenó en la invasión del país en el 2003. Con la conquista de Bagdad, el 9 de abril de ese año, Estados Unidos terminaba con el régimen de Hussein, a quien capturaron ocho meses después en un escondite subterráneo de Al Daour.

Soy Saddam Hussein; soy el presidente de Iraq y quiero negociar”, les dijo el dictador antes de ser apresado y entregado a la justicia iraquí. Los tribunales de ese país lo condenaron, tres años más tarde, a la horca. Un video que registra la ejecución del antiguo líder lo muestra vestido de negro y rechazando ponerse la capucha del verdugo.

Hussein murió a los 69 años. Los cargos que lo llevaron a la fatal condena fue su responsabilidad en la muerte y tortura de 145 iraquíes chiítas en 1982.

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