Farid Kahhat

Según la autocracia de , las en su país son producto de una conspiración extranjera. ¿Existe evidencia de ello? Sabemos que, ante la censura oficial, el gobierno estadounidense facilitó a los manifestantes el acceso a Internet. Pero, salvo eso, no hay evidencia de una participación significativa del gobierno estadounidense. Por ahora, añadiría el régimen iraní.

Sabemos, por ejemplo, que el entonces jefe de la CIA en Irán, Kermit Roosevelt, pagaba a personas para que participaran en las manifestaciones contra el único presidente elegido democráticamente en la historia de Irán, Mohamed Mosaddeq. Sabemos, además, que los Ayatolás Abolcasem Kashaní y Mohammad Behbahani (que participaron del golpe contra Mossaddeq), mantuvieron coordinaciones con la CIA e incluso solicitaron respaldo financiero.

Sabemos todo eso a través de documentos del propio gobierno de los Estados Unidos (además de un documento de la inteligencia británica), desclasificados en 2017. Por lo demás, la propia inteligencia estadounidense sindica a su par israelí como autor de los asesinatos contra científicos nucleares iraníes en décadas recientes. Es decir, no se requiere de una gran malicia para suponer que potencias occidentales podrían estar involucradas en lo que ocurre en Irán.

Dicho eso, la probable injerencia extranjera no basta para explicar las protestas recientes ni su magnitud. De un lado, esa injerencia habría sido una constante desde mediados del siglo pasado, mientras las protestas de gran magnitud son un fenómeno que comenzó en 2009, tras alegatos de fraude en las elecciones generales de ese año. Y, por nivel de participación, porque han tenido lugar en las 31 provincias del país y porque han perdurado un mes, las actuales son las mayores protestas desde 2009. Es decir, una variable que no cambia en el tiempo (la injerencia extranjera), no bastaría para explicar otra que sí lo hace (las protestas de gran magnitud).

¿Qué otras variables podrían explicar la magnitud de las protestas en curso? De un lado, está uno de los sospechosos usuales: en 2020, el PBI per cápita se había reducido cerca de un 70% respecto de su punto máximo en 2012. Aunque ello se debe en parte a shocks externos (como las sanciones estadounidenses o la pandemia), en 2013 el entonces presidente iraní, Hasan Rohaní, admitía que gran parte de la explicación era la mala gestión gubernamental. Para explicar la magnitud de las actuales protestas cabría añadir otra variable: aunque existían severas restricciones para presentar candidatos, las autoridades electas tenían poderes limitados, y las elecciones no eran libres ni justas, cuando menos eran competitivas. Es decir, en ocasiones (como en el caso del propio Rohaní), ganaban candidatos que no eran los preferidos por los clérigos que realmente gobiernan el país. Eso cambió en las elecciones de 2020, en la que, por ejemplo, fueron descalificados la mitad de quienes buscaban ser candidatos al Parlamento, incluyendo a 90 parlamentarios que pretendían buscar la reelección.

Lo anterior habría propiciado la confluencia de dos fuentes de protesta que solían activarse por separado: las protestas por razones políticas y las protestas por razones económicas. Y sería relevante recordar que una veta de la literatura sobre los orígenes sociales de la democracia concede gran importancia a una eventual alianza entre clases medias profesionales y trabajadores sindicalizados como fuerza motriz del proceso de democratización.

Pero la variable fundamental para explicar la probabilidad de que protestas de gran magnitud provoquen un cambio de régimen suele ser la cohesión interna dentro de la élite gobernante. Para decirlo con claridad: mientras las fuerzas de seguridad bajo el mando de la élite gobernante estén dispuestas a asesinar manifestantes, un cambio de régimen será virtualmente imposible. La confluencia de las protestas con la mala salud del octogenario Líder Supremo, Alí Jameneí, podría propiciar el surgimiento de fisuras dentro de esa élite en la lucha por la sucesión. Pero por ahora no hay indicios de que eso esté ocurriendo.

Farid Kahhat es analista internacional

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